¿Cúantos de los más de 14.000 puntos que luce el frenético índice Dow Jones los ha comprado la Reserva Federal estadounidense, el equivalente al otro lado del Atlántico a nuestro Banco Central Europeo (BCE)? La pregunta no tiene una contestación exacta, pero sí cabe decir que han sido muchos, muchísimos. Los suficientes para que el principal índice estadounidense presuma de máximo histórico aunque la economía siga renqueando.
Nunca en la historia un banco central había inyectado tan brutal cantidad de dinero al sistema. Nada menos que 2,5 billones de dólares -al cambio en euros, dos veces todo el producto interior bruto español- desde que empezó la crisis. El objetivo era y es no dejar morir de inanición a la primera economía del mundo. El manguerazo de liquidez y unos tipos de interés extraordinariamente bajos han obrado el milagro.
Con el dinero fresco, las instituciones estadounidenses han hecho casi lo único que podían hacer: comprar acciones. Con el precio del dinero por el suelo, pocas alternativas quedaban. El mecanismo es muy parecido al que, en mucha menor escala, hemos visto dentro de casa, pero en el mercado de bonos. Con el dinero prestado a precio de saldo por el BCE a los bancos, las entidades españolas han comprado la deuda pública subastada por el Estado.
Una bonita manera de matar dos pájaros de un tiro. Bonita y también artificial. Claro que la gran diferencia entre lo que pasa en Estados Unidos por un lado y España por otro es que la primera economía crece menos de lo que debería, mientras que la segunda no deja de decrecer y está a años luz del 2% de subida que permitiría crear empleo.
Como siempre cuando un índice toca un récord histórico como el que ahora luce el Dow Jones, un tropel de analistas advierte a voz en grito de los riesgos que supone vivir en las alturas. Y convendría escuchar sus conclusiones, porque nunca en la historia un mercado ha recuperado los niveles previos a un »crash» con los niveles de ayudas públicas que ha recibido el estadounidense.
Mientras que con la excepción del DAX alemán el resto de los índices europeos sigue viendo a años luz los niveles previos al comienzo de la crisis, Estados Unidos se ha beneficiado de la política continuista de la Fed desde que Ben Bernanke tomó las riendas. A diferencia de lo que ocurre con el BCE, cuyo primer mandato es vigular los precios -es decir, la inflación-, su homólogo estadounidense vela también por el crecimiento. Y a la hora de hacer trabajar la máquina de hacer dinero, no ha tenido ni un titubeo.
Pero una cosa es la superficie y otra lo que oculta un grueso mar de fondo. En pleno »sequester» o secuestro presupuestario, que supone un recorte de 85.000 millones de gasto público y casi con toda seguridad unas décimas menos de crecimiento económico, Wall Street ha decidido mirar hacia otro lado, con la excusa de que el mercado inmobiliario estadounidense parece estabilizado y a la vista de que las empresas han mejorado sensiblemente sus beneficios.
Pero esto último no es suficiente, máxime si el crecimiento económico global sigue dando muestras de debilidad y hay por el camino factores tan desestabilizadores como la situación económica de Italia, la tercer economía de Europa. Por si acaso, los más escépticos con Wall Street se han puesto ya el cinturón de seguridad. No es para menos. Ninguna de las grandes subidas históricos fue tan inducida. Los efectos inmediatos del baño de liquidez ya los conocemos; los secundarios, están por ver.