En 1979, el estado de Israel lograba un histórico acuerdo de paz con el presidente egipcio Anwar Sadat y este se convertía en el primer líder musulmán en visitar el país. El acuerdo, impulsado por el presidente norteamericano Jimmy Carter, implicaba que las tropas israelíes se retiraban de la Península del Sinaí y la cuestión palestina aparecía de soslayo en el marco general de las negociaciones, aunque no se abordaría de una forma seria hasta más de una década después. La Conferencia de Madrid, en octubre de 1991, fue el punto de inflexión para que Israel y Siria, Líbano y Jordania empezaran a mantener relaciones bilaterales pero sobre todo marcó el inicio de las conversaciones con Palestina que fructificarían dos años después.
Los acuerdos de Oslo. Los pactos de 1993, auspiciados por el presidente norteamericano George H. W. Bush dieron como resultado el nacimiento de la Autoridad Nacional Palestina y dejaron una imagen que dio la vuelta al mundo: un amistoso apretón de manos entre el primer ministro israelí, Isaac Rabin y el líder de la OLP y también presidente de la ANP, Yaser Arafat. El nacimiento de la ANP supuso la transferencia a la administración palestina de responsabilidades políticas de ámbito local en una serie de zonas que coincidían con las ciudades, quedando otras competencias de ámbito estatal – energía, carreteras… – en manos israelíes. El texto del acuerdo también preveía un repliegue escalonado de Israel.
Oslo supuso para Israel un marco de acercamiento con el mundo árabe que derivó en un acuerdo de paz con Jordania en 1994. Sin embargo, el proceso postergaba asuntos importantes como la colonización de la franja de Gaza, las fronteras, la ciudad de Jerusalén o los refugiados palestinos, que al final quedaron sin solución a pesar de que se fijó un plazo máximo de cinco años para resolverlos. La muerte de Isaac Rabin en 1995, a manos de un colono radical israelí, erosionó mucho la marcha de las negociaciones, que finalmente fracasaron cuando Benjamin Netanyahu, del Likud, sustituyó a los laboristas en el Gobierno. En cualquier caso, los progresos realizados en Oslo sirvieron para que Rabin, Arafat y Shimon Peres obtuvieran el Nobel de la Paz en 1994, en reconocimiento a sus esfuerzos.
Camp David. El proceso patrocinado por Bill Clinton fue en realidad un intento de revitalizar Oslo, cuyas riendas llevó el demócrata desde su acceso a la presidencia en 1993. En 2000, al final de su legislatura, quiso impulsar un nuevo proceso de paz que significase el colofón perfecto a su presidencia – como tantos otros presidentes intentarían después – pero no obtuvo el éxito deseado. De la parte israelí fue Ehud Barak, un militar de prestigio, quien tendría el cometido de sustituir a Rabin, mientras que Arafat, más consolidado, volvía a representar a la parte palestina. El proceso tuvo lugar en el mismo escenario en que se firmara veinte años antes la paz con Egipto y comenzó en julio de 2000.
El proceso de Camp David está considerado como el más serio a la hora de abordar los asuntos espinosos que se evitaron en Oslo. Palestina aspiraba a un mapa territorial similar al que había antes de 1967, con la devolución de todos los territorios ocupados y aunque se dice que Israel le ofreció el 90% de estos territorios, el acuerdo no fructificó. En realidad existe una gran nebulosa sobre el alcance de las negociaciones y hay quien duda que Ehud Barak hubiese hecho una concesión semejante, sobre todo dada la situación de debilidad interna que tenía, con mociones de censura y divisiones en su propio partido. Algunos autores hablan de una oferta que incluía Gaza y una concesión de entre un 70 y un 80% de Cisjordania, con importantes restricciones y zonas de seguridad que habrían de ser devueltas en un período de veinte años. Además, se disponía la partición de la ciudad de Jerusalén.
El acuerdo fue rechazado, entre otras cosas, porque los israelíes lo presentaron como un ultimátum que debían aceptar sin matices y aunque miembros de la delegación palestina lo veían como una oportunidad única, hubo quien consideró que suponía renunciar a algunas reivindicaciones históricas. Muy criticado por Clinton y Barak, Arafat regresó a Palestina como un héroe y a finales de septiembre – la fecha que había previsto Clinton para rubricar el acuerdo – estalló la Segunda Intifada. Con todo y eso hubo un último acercamiento en Taba, con una hoja de ruta trazada por Clinton que mejoraba la de Barak en Camp David. La subida al poder de Ariel Sharon y los atentados del 11-S harían fracasar de nuevo las negociaciones, pero los llamados ‘Parametros Clinton’ se convirtieron en una base flexible sobre la que diseñar las futuras fronteras entre Israel y Palestina.
La hoja de ruta. Por primera vez, el proceso de paz venía auspiciado por el llamado Cuarteto, formado por EEUU, Rusia, la UE y la ONU. También por primera vez se hablaba de la creación de un Estado palestino. El plan de paz fue presentado en abril de 2003 y pretendía recuperar el diálogo en el marco de la Segunda Intifada. La Hoja de Ruta tenía por tanto tres fases, el fin de la violencia y la creación de las instituciones palestinas, una etapa de transición y el acuerdo del estatus permanente, al que debía llegarse en 2005, finalizando la ocupación israelí iniciada en 1967. La gran novedad del plan era precisamente la etapa de transición, que concedía ya unas fronteras provisionales antes de llegar al acuerdo final.
El acuerdo no gustaba del todo a las partes, pero la principal responsabilidad de su fracaso vino del Cuarteto mediador, que no ejerció la menor presión para que las partes fuesen asumiendo sus compromisos y además, marcó unos plazos demasiado cortos. El contexto internacional, marcado por la guerra en Irak y la falta de control sobre los términos del acuerdo fueron dilatando los acontecimientos. En 2004 falleció Yaser Arafat y en enero de 2006 Ariel Sharon quedó incapacitado, lo que fue restando voluntades y compromisos. La victoria de Hamás en las elecciones palestinas de 2006 darían por finalizado el proceso ya que la comunidad internacional le exigía algunos gestos como el reconocimiento del estado de Israel y el fin de la violencia, cuestiones que a día de hoy aún están sin resolver.
El Plan Ayalon-Nusseibeh y la Iniciativa de Ginebra. Aquel mismo año 2003 surgieron otros planes de paz alternativos, como el que promovieron el almirante retirado israelí, Ami Ayalon, y Sari Nusseibeh, rector de la Universidad de Jerusalén. El Plan Ayalon-Nusseibeh, de un folio de extensión y seis puntos básicos, preveía la formación de dos estados, el de Palestina desmilitarizado y protegido por la comunidad internacional, las fronteras anteriores a 1967, la repartición de Jerusalén como capital de ambos estados, la devolución de refugiados sólo a un eventual estado palestino y el fin del conflicto. La iniciativa tuvo un considerable respaldo popular pero escasa atención política y no llegó a funcionar como proceso.
La iniciativa de Ginebra tuvo un mayor respaldo internacional y fue apoyado por figuras internacionales como Nelson Mandela o Mijail Gorbachov. Constaba de 50 folios y partía de los ‘Parámetros de Clinton’ y aunque fue discutido durante dos años por interlocutores de ambos países y aclamada por la prensa, Estados Unidos la recibió con escepticismo y Aries Sharon la rechazó, mientras que Yaser Arafat se limitó a reconocerla parcialmente.
La Paz Árabe. La Liga Árabe promovió también su propio plan de paz en 2007, aunque fue gestado cinco años antes, en una reunión en 2002. Los 22 países árabes decidían en aquella segunda oportunidad poner fin a sus disputas con Israel. El Plan, promovido por Arabia Saudí, respondía a una lógica de ‘paz por territorios’, garantizando la propia Liga la seguridad de la región – incluida la de Israel – una vez el acuerdo territorial hubiese fructificado. Además de respetar las fronteras anteriores a la guerra de 1967, el plan de la Liga suponía una reivindicación parcial de Jerusalén, conformándose Palestina con la parte Oriental.
El primer ministro israelí, Ehud Olmert, estudió la propuesta con interés pero entendió que su cesión de territorios sólo tenía como contrapartida una promesa de cordialidad que no venía suficientemente explicada y que presentaba además numerosas dudas, como la adhesión al plan de los grupos terroristas Hamas y Hezbollah o de naciones hostiles como Irán.
La Conferencia de Annapolis. El último gran proceso antes del actual fue el típico arranque de un presidente en la etapa final de su mandato, en este caso de George W. Bush. El proceso comenzó en noviembre de 2007 y más que un nuevo plan de paz, se trataba de una nueva propuesta de diálogo, porque no aportó premisas nuevas a las ya tantas veces discutidas. En cualquier caso, por el grado de implicación de las partes, con discusiones directas al más alto nivel diplomático cada quince días, la de Annapolis fue la gran conferencia de paz desde la cumbre de Camp David en 2000.
No obstante, las negociaciones fueron acogidas con cierto escepticismo, sobre todo por la parte palestina, que no veía en la administración Bush un mediador demasiado neutral. Aún así, las discusiones fueron arduas y serias y se llegó a encuentros en algunas cuestiones candentes como el asunto de los refugiados. Donde no hubo acuerdo fue en la demanda israelí de mantener zonas de seguridad en suelo palestino y de controlar totalmente las fronteras.
Cuando el proceso ya iba mal, Israel lanzó una acción armada sobre Gaza que redujo al mínimo las posibilidades de acuerdo y el primer ministro israelí, Ehud Olmert, se quedó además sin legitimidad al ser acusado internamente de corrupción. Años después, se supo que la delegación palestina iba a aceptar extremos impensables en otros procesos pero la postura israelí fue tan intransigente que ni siquiera una delegación servil pudo asumir sus premisas.