Hace unas semanas salía a la luz un estudio de la investigadora de la Universidad de Leuven (Bélgica), Rebecca Chamberlain, en el que afirmaba que los artistas y las personas creativas tenían por lo general un cerebro estructuralmente diferente al del resto de las personas. Del informe se desprendería que el talento del artista, al estar determinado por una composición cerebral distinta – en concreto, una mayor cantidad de materia gris en la zona del cerebro llamada precúneo, situada en el lóbulo parietal – sería una cualidad con un componente innato más importante que el adquirido. Uno de los científicos que participaron en el experimento de Chamberlain, Chris McManus, precisó que en cualquier caso, es difícil distinguir qué aspectos del talento del artista son innatos y cuáles son aprendidos.
Para el neurocientífico del Instituto de Neurociencia de Alicante y profesor de la Universidad Miguel Hernández de Elche, Luis Miguel Martínez Otero, el cerebro del artista puede ser distinto pero esto se debe a que el proceso creativo transforma el cerebro. “Aunque nacemos con una capacidad determinada, los circuitos que se van generando durante el desarrollo embrionario y durante los primeros años de vida son muy modulables con la experiencia, de modo que si crecemos en determinados contextos, nuestro cerebro puede configurarse de una manera diferente. Los artistas tienen una experiencia diferente debido a su trabajo, a sus aficiones y su entorno, lo que les lleva a experimentar el mundo de una forma diferente. No obstante, la variabilidad en la configuración cerebral es siempre tan enorme que solaparía por completo la distribución de los artistas”, asegura el científico.
Martínez Otero cree que es difícil que exista un patrón común en la configuración cerebral de los artistas pero esto no quiere decir que no haya una predisposición innata que te capacite para crear arte por encima de otras personas. “Aunque exista esta predisposición, la capacidad artística o creadora también necesita una experiencia determinada”, advierte.
En su libro ‘El talento creador. Rasgos y perfiles del genio’, publicado en 1996, el catedrático emérito en Psiquiatría, Francisco Alonso-Fernández atribuía – citando a Weisberg – un proceso de aprendizaje de al menos diez años en cualquier disciplina artística o científica. Aún reconociendo que existen casos de niños artistas prodigio, como Mozart, explica que estos son más habituales en disciplinas como la música y menos en otros géneros artísticos. La pintura o la literatura apenas dan genios precoces y si la música los da es porque se construye en la cabeza del niño como una especie de lenguaje asimilable en las etapas de aprendizaje.
No obstante, lo que es prácticamente imposible, al menos de momento, es separar qué partes del proceso artístico son resultado de una disposición innata y cuáles son fruto de la experiencia acumulada. “El cerebro viene determinado por unas pautas pero no deja de ser un músculo en constante desarrollo. La experiencia, el ‘entrenamiento’ que supone el proceso creativo contribuye a su desarrollo y a su configuración. Hay algunos juegos visuales, como la ilusión de Muller-Lyer que no es entendida por todas las culturas, esto muestra la importancia de la experiencia en los procesos cerebrales, incluso en los visuales”, concluye Otero.