La locura total se ha instalado alrededor de las empresas españoles susceptibles de dar el salto a la bolsa tras el éxito extraordinario de la oferta pública de venta (OPV) de Royal Mail, el servicio de correos británico, que ha permitido a David Cameron recaudar más de 2.000 millones de libras. Con una gran demanda de acciones que superó más de siete veces la oferta, la operación ha evidenciado que éste es el momento propicio para dar el salto al parqué. Pero no de cualquier manera, claro está.
Banqueros de inversión, bufetes de abogados, tasadores, analistas… Todos están revoloteando sobre las Aena y Loterías de turno, al calor de lo que presumen unas jugosísimas comisiones. Pero convendría que antes de dar el paso, el vendedor -sea el Estado o el empresario de turno- pusiera en práctica las lecciones que ha dejado la operación Royal Mail, que ha protagonizado una venta ejemplar por realista y sensata.
La tentación de vender al mejor precio posible es tan comprensible como peligrosa. Lo sabe bien el Estado español, que paró la salida a bolsa de Loterías en el último minuto porque los inversores le exigieron unos brutales descuentos. Un error de libro que roba prestigio, credibilidad y confianza. Cuando en Royal Mail la oposición laborista criticó el precio por bajo, el Gobierno siguió adelante sin una sola duda. Los inversores no se la habrían perdonado ni habrían pagado un penique de más.
Más allá de la manida necesidad de dar a los inversores dinero a ganar -el correo británico subió un 38% el primer día de cotización- hay otras muchas formas de dar atractivo a las operaciones, máxime si el Estado y sus participaciones mayoritarias están de por medio. Por ejemplo, renunciando a la mayoría del capital de las compañías, esa opción que tanto asusta a los Gobiernos y tanto gusta a los inversores.
Gran Bretaña ha colocado en el mercado el 62% de Royal Mail. Si hubiera decidido vender menos del 50% nunca habría conseguido ni un precio de venta razonable ni el entusiasta recibimiento de los inversores particulares e institucionales a la operación. Con el Estado en minoría, la compañía puede ser protagonista de una operación corporativa que dispare su precio. Y en los mercados esa posibilidad se paga bien.
Buena nota debería tomar los gestores de Aena, que han manifestado públicamente que no están por la labor de ceder el control. Ahí -entre otras muchas- está el origen de las reticiencias de los principales compradores -en una OPV o en una venta directa- a tomar una participación en el gestor de los aeropuertos españoles, que lleva muchos meses preparándose para una venta parcial que no acaba de llegar.
Con la urgente necesidad de cumplir los objetivos de déficit que marca Bruselas, el Estado estudia la salida a bolsa de sus joyas de la corona, como otras empresas privadas que quieren dar el salto al mercado. La OPV de Royal Mail les ha dado la hoja de ruta perfecta para romper con éxito una sequía de salidas a bolsa que ya dura dos años en España.