Los sentimientos occidentales sobre lo que está pasando en Egipto son contradictorios. Es el clásico dilema de medios y fines. Occidente desea que se imponga un régimen de libertades, no puede renunciar a su vocación democrática. Es su nueva bandera. Abandonada la idea judeo/cristiana del mundo como emblema, se ha agarrado a la tradición romano/griega del derecho y la democracia: el imperio de la ley.
Por eso Occidente no sabe que postura a tomar en Egipto: temió que los Hermanos Musulmanes convirtieran al país del Nilo en una república islámica y esperaba conjurar ese peligro de manera pacífica a través de la democracia de corte occidental. Los hechos han demostrado que el objetivo era utópico.
El islamismo radical no es pacífico
El islamismo radical, de origen wahabita, ha apoyado los Hermanos Musulmanes gracias a los petrodólares saudíes. El Wahabismo es radical, considera infieles incluso a los musulmanes que no siguen sus doctrinas. No es el islam original, sino una interpretación del siglo XVIII. Su objetivo final es imponer la Sharia como norma de conducta. Los caminos para ello pueden ser pacíficos, utilizando las elecciones, o violentos ¿Hasta qué punto los Hermanos Musulmanes buscan lo mismo?
En la campaña electoral posterior a la primavera egipcia los Hermanos Musulmanes, la única fuerza organizada, se presentaron de manera amable. Incluso los cristianos koptos aceptaron el mensaje. Pero el gobierno de Morsi, presentado inicialmente como moderado, no supo resolver los problemas económicos y creó inquietud en los revolucionarios laicos y cristianos por sus tendencias al autoritarismo islámico. El ejército lo ha derrocado y encarcelado acusado de traición por defraudar las ideas de la revolución.
¿Un fin válido con medios discutibles?
Para Occidente el fin es válido. Las experiencias islamizantes acaban con las libertades ciudadanas según la democracia occidental. Pero un cuartelazo militar y, sobre todo, acabar con la disidencia en la calle a golpe de culatazo, con civiles muertos, no parece el medio más adecuado a esa idea de la democracia.
Así que Occidente está perplejo. Sabe que los militares son su mejor aliado. Sin embargo no puede aprobar sus métodos. Por eso las quejas americanas y europeas suenan a hipocresía. No se engañe la opinión pública internacional.
Una mecha peligrosa
Lo que pasa en Egipto tampoco se puede aislar del complicado ajedrez del mundo musulmán y el Oriente Medio. Las primaveras árabes del norte de África no están consolidadas y corren el riesgo de islamización radical. Israel intenta un acuerdo con Palestina. Siria está en llamas amenazando al Líbano. Una mecha islamista más en Egipto sería otra preocupación para las Cancillerías occidentales.