El pasado 26 de febrero, Angela Merkel y Mario Draghi se reunieron en Berlín con el objeto, según la versión oficial, de afianzar el proceso de recuperación de la Eurozona. El encuentro se celebró a puerta cerrada y a sólo una semana de la reunión del Banco Central Europeo (BCE) celebrada este jueves en la que todo sigue como estaba frente a la cada vez mayor presión de los mercados para que la institución mueve ficha al fin en la batalla contra la deflación.
Si como aseguran importantes analistas el objetivo de Draghi era convencer a la canciller de la necesidad de tomar medidas rápidas y contundentes, habremos de convenir que el fracaso ha sido mayúsculo. Una cosa es que Merkel se siente, otra distinta que escuche y un milagro sería que tomara nota. Sobre todo de lo que no quiere oír.
Y la jefa de Europa no quiere saber nada de bajadas de tipos de interés. Será porque para Alemania, como para el resto de la Europa rica, el fantasma de la deflación no es tal. Al fin y al cabo los precios no crecen de forma tan pírrica en la primera economía de la zona euro como lo hacen en la periferia. Para Merkel no está justificado bajar los tipos desde el 0,25% actual ni poner en marcha otras medidas no convencionales que Draghi asegura tener en al recámara.
Las reticencias de Merkel dejan en una posición difícil al presidente italiano del BCE. Son ya dos meses de inacción contra la presión de los mercados, que temen que la reacción llegue demasiado tarde, máxime cuando el propio Draghi ha avisado que viene por delante un largo período de baja inflación ya veremos con qué consecuencias para la economía europea.
Nunca la sombra de Merkel fue tan alargada. Para no hacer nada, hubiera sido mejor celebrar la reunión a dos bandas en otro momento, o en el más absoluto de los secretos. Con el encuentro a dos bandas de por medio, la decepción en los mercados ha sido doble.