El ser humano acostumbra a desconfiar sobre todo lo que le es desconocido. Es un mecanismo de supervivencia, pero muchas veces también se convierte en un obstáculo para el conocimiento. Un aventurero se diferencia de los demás por buscar algo más allá de lo convencional. Y no tiene porqué ser físico: si el mundo perceptible es inmenso, el digital es infinito. En este sentido, la deep web nació con el objetivo de democratizar la sabiduría y proteger la identidad de los usuarios. Aunque en los últimos años se ha destacado más su parte negativa -que la tiene- por encima de la fracción positiva.
El internet profundo -traducción al español- ya no es desconocido para casi nadie. WikiLeaks se encargó muy bien de dar a conocer este tipo de navegación. Hoy en día existen más de 555 millones de dominios registrados en internet, de los cuales pueden surgir centenares de páginas no catalogadas y que caen dentro de la categoría ‘oculta’ (.onion). Es una aproximación al tamaño de la deep web, ya que se calcula que abarca más del 90% de la información que circula por la gran Red.
Lo poco que conocemos sobre ella está relacionado con armas, drogas, hackers y sexo. Pero la deep web es mucho más y no atiende únicamente a prácticas ilegales, aunque su formato ayude a los delincuentes a mantener el anonimato. La gran diferencia con los dominios convencionales es que sus páginas no pueden ser encontradas por motores de búsqueda como Google, Yahoo o Bing. Los más utilizados.
Igualmente, los navegadores empleados para descubrir los dominios son más complejos que Chrome, Mozilla o Explorer. Tor es el navegador por excelencia, debido a que dificulta considerablemente la forma de ‘tracear’ -rastrear direcciones- y recopilar los datos de los usuarios. Funciona a través de un entramado de ‘relevos’ o ‘puentes’ formados por navegantes de todo el planeta. Así, cuando un internauta recibe información que ha tenido como ruta Tor, no aparece su emisor original, sino que se registra la dirección de la última persona que le hizo el relevo.
La Biblioteca de Alejandría del siglo XXI
Según estas directrices, sería muy sencillo cometer acciones delictivas en la deep web. No obstante, el internet profundo es como todas las herramientas: depende del sujeto que las emplee para determinar el fin de su actuación.
Una de sus características más positivas es la aportación de todo tipo de documentos del saber contemporáneo. Sin censura y restricciones. Cualquier usuario puede acceder a los infinitos estudios científicos, artículos controvertidos y libros prohibidos albergados en los directorios. Además, existen todo tipo de tutoriales gratuitos. Se pueden aprender a programar desde un nivel inicial hasta a defender cualquier dispositivo del ataque de hackers profesionales.
También sirve como elemento de comunicación para los corresponsales que trabajan en países opacos, como Corea del Norte o China. Utilizan sus chats encriptados y así reducen del riesgo de que sus conversaciones e informaciones sean interceptadas. Por ejemplo, los ya mencionados autores de WikiLeaks o los hacktivicstas de Anonymous nunca hubiesen llegado a obtener tanta relevancia internacional si no hubiese sido por la deep web.
Una parte de este submundo son las webs de los gobiernos, la CIA, el FBI, la Interpol o entidades bancarias. Estos organismos se defienden así de los ciberataques, que han aumentado considerablemente en los últimos años, ya que solo se puede acceder por medio de la IP. Incluso hay agencias que solo trabajan en el fondo de internet. Es una forma muy eficaz de contactar con terroristas, sicarios y hackers. Tal vez la única manera de localizarlos. Sin embargo, a este nivel, los conocimientos informáticos no sirven de nada. Solo un descuido de los delincuentes o entablar una relación personal son los singulares caminos para detenerlos. ¡Paradojas de este entorno!