Para la administración Bush fue muy fácil justificar la guerra de Irak con la coartada de las armas de destrucción masiva. Cuando alguien preguntaba por qué creían que Sadam tenía armas químicas, respondían: “Porque las ha usado antes”. El argumento era elocuente pero no definitivo como se demostraría a la postre, aunque en la imagen internacional del dictador iraquí pesarían mucho masacres como la de Halabja, en la que más de 5.000 kurdos serían gaseados por la aviación iraquí con una mezcla de gas sarín, mostaza y otros agentes nerviosos.
En 2005, con motivo del juicio a un empresario holandés que vendió las armas bacteriológicas, el Tribunal de la Haya determinó que el ataque a la población de Halabja fue un genocidio, puesto que se planificó con el objetivo de erradicar a una minoría étnica, los kurdos, del suelo iraquí, aunque por entonces la masacre se contextualizó dentro de la guerra con Irán y los kurdos habían sido acusados por el régimen de Sadam Hussein de apoyar al enemigo iraní.
La matanza de Halabja está incardinada en la llamada ‘Campaña de Anfal’ desatada entre 1987 y 1988 por las fuerzas iraquíes y en la que perecieron más de 180.000 kurdos, de ahí la calificación de genocidio, siendo el primero de la historia en el que se empleaban armas de destrucción masiva. Halabja fue la punta de iceberg de aquella operación, diseñada por el primo de Sadam Hussein, Alí Hassan Al Mayid, conocido como ‘Alí el Químico’. El genocidio de Halabja fue proyectado de forma macabra por Alí el Químico, que desató la lluvia bacteriológica sobre la ciudad y a continuación masacró a los supervivientes esperándoles en las vías de salida.
Según los supervivientes, fueron cinco horas seguidas de bombardeos, desde las 11,30 hasta las 16,30 horas de aquel 16 de marzo de 1988. “El primer gas provocaba ceguera, el segundo olía a frutas, sobre todo a manzana y resultaba muy difícil aspirarlo, mientras que el tercero afectaba al sistema neurológico. La gente no podía parar de reír, llorar o tirarse del pelo”, explicaba uno de los supervivientes en la conmemoración del 25 aniversario de la masacre, en marzo de este mismo año.
El caso de Halabja no es excepcional, en abril de 1987 se lanzaron 18 bombas químicas sobre otros tantos objetivos del Kurdistán, con un resultado de dos centenares de muertos. El régimen de Sadam perfeccionaría los efectos letales de estas armas en la aldea de Halajba y las llegaría a emplear hasta sesenta veces durante la operación Anfal.