«No se veía el final». Hace 50 años, cuando Eleanor Holmes Norton participó en la Marcha hacia Washington por trabajo y libertad, nunca hubiera pensado que algún día representaría a la capital del país como congresista negra. En 1963, Norton tenía 26 años e integraba un comité estudiantil en la Universidad de Yale de activismo no violento contra la segregación racial, cuando más de 250.000 personas se reunieron para marchar en Washington junto al líder del movimiento por los derechos civiles Martin Luther King Jr.
«Lo último que me imaginaba era hacer algo relacionado con el servicio público», recuerda Norton en su oficina en la Cámara de Representantes, días antes de las celebraciones para conmemorar la mítica manifestación que tuvo lugar en Washington el 28 de agosto de 1963. «El gobierno no significaba nada positivo», agregó, al recordar el flagrante racismo presente en el Congreso en ese momento.
Entonces Norton participaba en un arriesgado esfuerzo para inscribir a los afroestadounidenses como votantes en el estado de Misisipi (sur), bastión del grupo xenófobo de extrema derecha Ku Klux Klan y con una larga historia de racismo. Antes de la marcha, Norton ayudó a organizar el evento, consiguiendo transporte hacia Washington y movilizando a los participantes por teléfono desde un edificio en ruinas en Harlem, Nueva York.
«Habíamos pasado 10 años en manifestaciones que se extendieron por todos los estados del sur», contó Norton. «Pero no había ninguna solución en el sur. La sede del poder, la capital del país, era la única fuente de soluciones y pensamos que 10 años de manifestaciones y protestas y boicots de todo tipo nos habían preparado».
«Kennedy intentó parar la marcha»
Pero Norton recordó que incluso quienes apoyaban al movimiento por los derechos civiles, entre ellos el gobierno de John F. Kennedy, trataron de disuadir a los activistas, temerosos de desatar actos de violencia. «Era para reírse. El movimiento había pasado 10 años de resistencia no violenta pasiva», dijo. Y luego, el 28 de agosto de 1963, Norton estaba, con otros militantes, detrás de los micrófonos a los pies de la estatua de Abraham Lincoln frente a la enorme multitud. Kennedy vio el discurso por la televisión, predijo que el discurso quedaría para la historia y se arrepintió de no haber acudido al acto.
«Lo más memorable para mí no fueron los discursos – que fueron extraordinarios», dijo Norton. «Lo más memorable para mí… era ese espectáculo, sin precedentes en la capital de la nación, porque hasta donde alcanzaba la vista no se podía ver el fin de la multitud».
«Habíamos aprendido a vivir como guerrilleros» (Robert Moses, tenía 28 años ese día)
Fue Robert Moses, de 28 años entonces, quien había reclutado a Eleanor Holmes Norton en Misisipi. Para él, la Marcha hacia Washington fue como un agradable «día de campo» muy lejos de la cruda realidad en el sur. Él vivía en Misisipi, donde intentaba en vano registrar a ciudadanos negros para votar. Pero el verdadero objetivo era documentar la exclusión sistemática de los afroestadounidenses por parte de las autoridades locales.
«Llegamos desde el campo de batalla dominado por el terror, la violencia, los asesinatos», dijo. Varios de sus compañeros fueron asesinados. «Habíamos aprendido a vivir como guerrilleros». Y a pesar de la euforia de la Marcha hacia Washington, el horror no tardó en llegar.
El 15 de septiembre, los supremacistas blancos bombardearon una iglesia bautista en Birmingham, Alabama (sur), matando a cuatro niñas negras. Después llegó la quema de iglesias en Misisipi, algo que Moses apodó el «reino del terror». Funcionarios del Departamento de Justicia lo llamaron y lo acusaron de inflamar las tensiones con su campaña de inscripción de votantes.
«Les recordé que el aumento en la violencia en Misisipi comenzó después de la Marcha hacia Washington», contó Moses, quien ahora lidera un programa de enseñanza de matemáticas en las escuelas públicas. «Misisippi fue el daño colateral de la idea de que íbamos a tener un cambio en la política nacional en materia de derechos civiles. Y la gente en Misisipi quedó expuesta y desprotegida».
La violencia convenció a Moses de continuar la lucha. En 1964, organizó la emblemática campaña de inscripción electoral de negros en Misisipi «Freedom Summer». Ese mismo año, el presidente Lyndon Johnson firmó la Ley de Derechos Civiles, un hito de la legislación estadounidense que prohíbe la discriminación por motivos de raza o sexo.
John Lewis, con 23 años fue el más joven de los oradores ese día junto a King
John Lewis, uno de los organizadores de la «Marcha sobre Washington» y de los oradores que estuvieron hace 50 años junto a Martin Luther King, recordó en entrevista con Efe aquel histórico día y llamó a proseguir el combate contra toda forma de discriminación.
Congresista por el estado de Georgia, Lewis, de 73 años, apuntó que los rótulos que separaban a blancos de negros en los sitios públicos del país ahora solo existen en libros, museos o películas pero, sin embargo, hay «muchos otros letreros invisibles». Citó entre ellos la pobreza y algunos problemas asociados a ella: hay «demasiada gente de color en las cárceles, atrapada en el sistema de justicia».
«Cincuenta años después, tenemos que continuar combatiendo la discriminación en todas sus formas…alzar la voz y decir que no será tolerada», enfatizó. Lewis, que con 23 años fue el más joven de los diez oradores de la multitudinaria «Marcha por el Trabajo y Libertad» que tuvo lugar en Washington el 28 de agosto de 1963, describió con nostalgia su militancia con King por la justicia social.
«Fue para mi como un hermano mayor. Fue mi amigo, mi inspiración; se convirtió en mi héroe», dijo el congresista demócrata por Georgia, uno de diez hijos de una pareja de aparceros de Alabama, en entrevista telefónica.
A King, relató, «le satisfizo ver cómo los jóvenes comenzaron las protestas… supo entonces que su mensaje y su método trascenderían en el tiempo».
Pero la marcha que ayudó a organizar y que reunió a unas 250.000 personas -entonces un número sin precedente- topó inicialmente con el escepticismo del presidente John F. Kennedy, quien temía actos de «violencia y caos» que pudieran frenar una Ley de Derechos Civiles. «Podías ver en su lenguaje corporal que no le gustaba la idea de que centenares de miles vinieran a Washington», recordó Lewis, quien acompañado de otros cinco activistas aseguró a Kennedy en la Casa Blanca que la marcha sería «ordenada y pacífica».
El discurso del entonces joven orador -que lógicamente quedó en segundo plano- defendió el derecho al voto y la eliminación de las trabas que exigían a los negros el pago de un impuesto y prueba de alfabetización para ejercerlo.
«En algunos lugares, la gente hacía largas colas para los llamados ‘exámenes de alfabetización’, y aún a los profesores de secundarias y universidades se les decía que no sabían leer y escribir lo suficientemente bien», observó. Lewis comenzó su activismo a los 19 años, poco después de conocer a Rosa Parks y a King, convertidos después en verdaderos iconos de la lucha contra la segregación.
Como líder del Comité Coordinador Estudiantil por la No Violencia (SNCC), participó en las «freedom rides», los recorridos en autobús en el sur del país en contra de la discriminación en el transporte público. Venció el miedo y soportó palizas, decenas de arrestos, y prisión porque «alguien tiene que luchar, y gente como Rosa Parks y el doctor King nos dieron inspiración».
«Herido en el domingo sangriento»
Lewis resultó herido en el Puente Edmund Pettus en la marcha de 1965 de Selma a Montgomery, en Alabama, que ante la brutalidad policial pasó a la historia como el «Domingo Sangriento». Para Lewis, era inaceptable, inconcebible, que los negros «que lucharon en la Segunda Guerra Mundial por nuestro país, por la democracia en Europa, por la libertad de otros, no la disfrutaran en Estados Unidos».
Ganador de la Medalla Presidencial de la Libertad y congresista durante casi 30 años, Lewis cree que la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca es importante pero no suficiente y que las minorías deben seguir luchando por la igualdad de oportunidades. Lewis defiende la legalización de los once millones de indocumentados que se calcula hay en EEUU, reforzar la Ley del Derecho al Voto de 1965, y que las minorías aumenten su participación como votantes y como candidatos en todas las esferas del Gobierno.
Las minorías deben unirse y crear un «poderoso movimiento que, tal como hizo el doctor King, no solo libere a un pueblo sino que libere a una nación», argumentó.
«Tenemos que caminar juntos, los negros, los hispanos, los asiáticos, los indígenas americanos y los blancos de buena voluntad porque, como dijo (otro líder) Asa Philip Randolph hace 50 años, ‘Quizá nuestros antepasados vinieron a este gran país en distintos barcos, pero ahora todos estamos en el mismo barco'», resaltó.