Contradictorio, polémico, vehemente y neurótico, Miguel de Unamuno encarna como pocos al intelectual moderno, al que la escritura le sirvió para guardar «un precario equilibrio» con la convulsa época que le tocó vivir. Ahora, Jon Juaristi reivindica en una biografía la figura del genial escritor. «Unamuno no estaba nunca ni con unos ni con otros. No se dejaba captar por ninguna de las tendencias políticas, literarias ni del pensamiento de su época», ha afirmado hoy Jon Juaristi, al presentar esta biografía que coeditan la editorial Taurus y la Fundación Juan March.
El libro pertenece a la colección «Españoles eminentes», que pretende acercar al gran público «las luces y las sombras» de personajes «complejos, que no son de una pieza»; y personajes «no desgastados por la España oficial».
«En esta colección no habrá biografías de reyes ni de políticos», ha asegurado el historiador y ensayista Ricardo García Cárcel, que participó en la presentación del libro junto con Javier Gomá, director de la Fundación Juan March y para quien el libro presentado hoy «es un acontecimiento cultural de primer orden».
Juaristi, escritor cuyas obras han merecido numerosos galardones, ha señalado que Unamuno «es una de las últimas vidas españolas que coinciden con un ciclo histórico completo, el del liberalismo democrático, que se inicia en 1868 y que termina con la Guerra Civil».
«Es un ciclo complicado, con muchos vaivenes políticos, y es también el de la modernización política y económica de España, donde surgen las últimas grandes utopías nacionales», ha comentado Juaristi, exdirector de la Biblioteca Nacional y del Instituto Cervantes.
El escritor de la Generación del 98 tenía la conciencia de «sentirse arrojado a la modernidad. España estaba saliendo de una modorra de siglos y se estaba acercando a la Europa de su tiempo», ha añadido Juaristi.
El autor de «Niebla» vivió esa experiencia nacional española «como si fuera suya». Y vivió «claramente la contradicción que había entre pertenecer a una casta intrahistórica, la de los vascos, y sentirse más español que nadie», ha dicho Juaristi, bilbaíno como Unamuno y «del mismo barrio. Un barrio más importante que Manhattan, sobra decirlo», bromea el autor en el prólogo.
Juaristi se ha centrado en su biografía en aquellos aspectos que demuestran que Unamuno fue eminente y, sobre todo, lo fue porque su obra, en especial la ensayística y la periodística, «ofreció a la España de fin de siglo un nuevo lenguaje, el del modernismo, el de la autorreflexión crítica sobre la modernidad», ha indicado Juaristi, que se siente más cercano a Baroja, los Machado, Menéndez Pidal y Ortega que a Unamuno.
El autor de «San Manuel Bueno, mártir» transitó del nacionalismo vasco inicial al republicanismo federal, al socialismo, y luego se instaló en un republicanismo «sui géneris» muy contradictorio, con fases de acercamiento a la monarquía. Con la dictadura de Primo de Rivera, fue el «exiliado con mayúscula, y después de su regreso a España se convirtió en una especie de padre de la República».
Poco a poco, fue distanciándose de la República hasta llegar a «esos exabruptos finales en los que aplaudió la sublevación de los militares», aunque luego fue consciente de su error y también se sintió «responsable de la catástrofe» que supuso la guerra.
En octubre del 36 tuvo un altercado con Millán Astray en el paraninfo de la universidad. «A partir de ese momento, toma conciencia de su aislamiento, no está ni con »hunos ni con hotros», recuerda Juaristi.
Unamuno morirá en diciembre de 1936 «considerándose una expresión del fracaso de España y de la modernización española».
«Dios no puede volver la espalda a España», dijo Unamuno poco antes de morir, según recordaba hoy Juaristi.
Este intelectual vivió también el despertar de las nacionalidades. En 1918, le escribió una carta a Manuel Azaña en la que se mostraba convencido de que Cataluña alcanzaría la independencia «de forma inmediata».
La España de aquellos años, ha dicho hoy Juaristi, se parecía mucho a la de ahora por «el gran pesimismo» que había y por la eclosión de los nacionalismos, aunque de una forma diferente a la de ahora».
En aquel momento, «y ante la atonía de la política nacional», él creía que Cataluña se independizaría, pero en realidad «eran sus fantasmas» los que hablaban, «porque la disolución de España le preocupaba más que nada».
Como escritor, fue «crítico con la modernidad y se planteó una tarea imposible: la reconciliación entre la España del siglo XIX, la de la tradición y la modernidad».
Unamuno fue también «un neurótico de caballo», que consiguió «sacarle partido literario a su neurosis» y «no resistía la discrepancia. Se ganó enemigos desde muy pronto, aunque eso le gustaba porque le obligaba a pensar y alimentaba su ego», ha concluido Juaristi.
Por Ana Mendoza