No es verdad. Los que dicen que nada ha cambiado en la banca tras el colapso de 2008 que se llevó a medio mundo por delante ignoran muchas cosas. Casi ninguno de los responsables ha sido condenado, pero el sector financiero ha cambiado considerablemente. Para empezar, el mundo de los derivados financieros, origen de la toxicidad de la crisis, ya no es lo que era. Ahora están tan regulados que cuesta venderlos. Además, existen dos grandes lotes de regulación financiera, casi unos grilletes a la banca: el Acta Dodd-Frank para la Regulación de Wall Street y la Protección del Consumidor, lanzada en Estados Unidos en 2010; y Basilea III, lanzada por el G20 ese mismo año y usada como marco regulador, entre otros, por la Unión Europea. En ellas se exige a los bancos que aumentaran el capital real que tienen en sus cuentas, se desincentiva la toma de excesivos riesgos, se obliga a las entidades a primar el interés del cliente y a no apostar contra él, y a preparar mecanismos de autoliquidación para evitar que los ciudadanos tuvieran que rescatarlos…
El pasado viernes, Donald Trump ha amenazado con dinamitarlo todo de nuevo. Presentaba orgulloso ante los fotógrafos otra de sus ya archiconocidas carpetas de decretos. Daba orden ejecutiva de iniciar el proceso de revocación de la “desastrosa” reforma financiera impulsada tras la quiebra de Lehman Brothers por Barack Obama. Disparaba un misil directo a la línea de flotación de la regulación financiera global. “Hay mucha gente”, decía Trump desde el Despacho Oval, “incluso amigos”, que tienen “buenos negocios y no pueden pedir dinero prestado debido a las normas y regulaciones de Dodd-Frank”.
Y todo esto lo hacía tras reunirse con uno de los principales “capos” de la banca de inversión, el consejero delegado de JP Morgan, Jamie Dimon.
Ese mismo día hizo algo más: pidió que se revisara y se derogara la llamada “regla fiduciaria”, que exige a los profesionales de la inversión que actúen de acuerdo a los intereses de su cliente y no de los suyos propios cuando dan consejo sobre los planes de jubilación. La regla iba a entrar en vigor en abril, y quizá aún lo haga porque está construida con un sólido andamiaje legal que requiere del Congreso para ser derribado.
“La regla fiduciaria es algo de sentido común: se trata de acabar con el conflicto de interés de asesores financieros que se llevan comisión por decirte dónde tienes que invertir y a la vez se lleven otra al venderte un producto financiero”, explica a Te Interesa Nicolás López, director de análisis de MG Valores.
En la línea contraria se expresa a este diario Rafael Alonso, analista del sector financiero de Bankinter. “A corto plazo es claramente positivo, porque las regulaciones que tenemos ahora en banca son súper exigentes, y esto garantiza que, al menos, no vayan a más. Es claramente bueno para los bancos estadounidenses. Los del resto del mundo perderán competitividad si no se hace lo mismo. En el largo plazo, los que dicen que la regulación servía para garantizar que los bancos tengan más capital, tienen que tener en cuenta que ya han guardado suficiente con estos años de regulación”.
Miguel Ángel Bernal, profesor del IEB, considera que esto beneficia especialmente a los bancos estadounidenses, no tan constreñidos como los europeos. “Pero creo que desregular tiene riesgos, sobre todo tras la experiencia que hemos tenido con la burbuja de crédito y las subprime. Hasta la FED es proclive a esas medidas, especialmente la separación entre banca comercial y la banca de inversión, la famosa ley Glass-Steagall que suprimió Bill Clinton y acabó en lo que ya hemos visto, y lo que Barack Obama trató de reinstaurar”.
La banca lo celebra
Estos decretos han sido celebrados por el sector financiero en la bolsa de Wall Street. El índice que mide al sector (el Dow Jones U.S. Financial Services) se disparó inmediatamente casi un 4%, desde la zona de los 525 hasta los 540 en los que se sitúa ahora. Las acciones de la banca, en general, han subido un 20% desde la elección de Donald Trump. Una reconciliación en toda regla entre el sector y quien dijo en campaña que Goldman Sachs era un banco “corrupto”, calificó a la cúpula de JP Morgan de “los asesinos que se libran de las condenas” y de Wall Street que era una máquina de triturar al estadounidense medio.
Este no es el único giro de guion. Los bancos, de hecho, no quieren que Trump liquide el Acta Dodd-Frank al completo. El propio rey de la banca Jamie Dimon dijo que bastaba con algunas modificaciones. Y parece que esa va a ser la línea de acción. En su decreto, el presidente da cuatro meses al Departamento del Tesoro para analizar la ley, miles de páginas de regulación, y mejorarla. Además, tiene las manos bastante atadas: necesita el respaldo del Congreso, algo para lo que buscará la ayuda de la mayoría republicana en ambas cámaras.
Uno de los más duros contra Trump, sin nombrarlo, ha sido el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi. Ha expresado este lunes su preocupación por la desregulación financiera que el magnate neoyorquino ha empezado a impulsar. “Lo último que necesitamos es una relajación de la regulación” del sector bancario, ha dicho Draghi al ser preguntado por un eurodiputado durante su comparecencia en la comisión de Asuntos Económicos del Parlamento Europeo. “La idea de repetir las condiciones que había antes de la crisis es muy preocupante”.