De la guerra de Flandes conocemos a sus héroes – el duque de Alba, Juan de Austria, Alejandro Farnesio – y sus batallas – Gembloux, Jemmingen, Breda – y pocas veces nos ocupamos de otros aspectos como la enorme dificultad de librar una guerra a 1.500 kilómetros de casa con un mar hostil al norte y tu más acérrimo enemigo – Francia – interponiéndose entre los combatientes. La dificultad era tan evidente que su resolución ha pasado a la historia – junto a los héroes y las batallas – como un ingenio de logística militar sin parangón, a la altura de la increíble expedición de Aníbal con la que de hecho, comparte algunos tramos. Este ingenio logístico sin precedentes que facilitaba una ruta segura a Flandes por la que trasladar soldados y pertrechos fue trazado por el gran duque de Alba y se conoció como el ‘camino español’.
La primera vez que los tercios españoles utilizaron el camino español fue en 1567. La revuelta en las Provincias Unidas, un problema que Felipe II había heredado de su padre – careciendo de su autoridad y ascendencia en aquellas tierras – provocó el envío del Duque de Alba, el militar más prestigioso del ejército español, en una misión diplomática y persuasiva. La gobernadora de aquellas tierras, Margarita de Parma, hija natural de Carlos I y por tanto hermanastra del monarca carecía de autoridad para imponerse a los rebeldes y la tensión había crecido tanto – incluidos los ataques e incendios de las iglesias católicas – que sólo quedaba claudicar o reprimir a los insurgentes por la vía de las armas.
Alba embarcó a Italia y allí armó a sus ejércitos, reclutados de entre los Tercios viejos hasta formar una expedición de 10.000 hombres, incluidos 1.250 soldados de caballería. El 20 de junio de 1567, el ejército partió por aquel camino seguro que había sido estudiado y aprobado por emisarios del rey un año antes y que les llevaba hacia los Alpes por el ducado de Saboya, aliado de los Habsburgo desde los tiempos del emperador Carlos V. Tras cruzar aquel paso montañoso, llegaban a territorio propio, el conocido como Franco Condado de Borgoña, heredado por la corona española a través del padre de Carlos V, Felipe el Hermoso, marido de Juana la Loca. España nunca trató de gobernar esta tierra, que gozó siempre de gran autonomía, de ahí que el trato de su gente a los soldados españoles fuera siempre afable.
Tras el Franco Condado, los tercios salían al ducado de Lorena, aliado de España, donde cruzaban las ciudades de Nancy y Metz antes de llegar a Flandes por la parte española de Luxemburgo. En total era algo más de mil kilómetros, desde el Milanesado hasta Flandes, que los tercios solían recorrer en una media de 48 ó 50 días. La expedición más corta, la del capitán Figueroa en 1578, duró sólo 32 días y hubo otra en 1582 que duró 34, aunque lo normal era hacer una media de 25 kilómetros diarios.
El 22 de agosto, Alba entro en Bruselas al mando de su ejército, aunque no fue recibido por ninguna autoridad. Su presencia presagiaba malos augurios. En sus primeros meses organizó unas Juntas conocidas como ‘Consejo de Tumultos’ con intención de juzgar a los violentos, aunque lo que provocó fue más tensión al apresar al conde de Egmont. No obstante, lo peor estaba por venir. El príncipe de Orange, que había logrado huir a Alemania, formó un gran ejército y se lanzó a la liberación de los Países Bajos, lo que provocó la ejecución de los prisioneros y el inicio de la guerra. El duque de Alba derrotó a Luis de Nassau, hermano de Orange en Jemmingen, pero la guerra había comenzado y él no la terminaría. Tras el gran duque, pasaron por Flandes los más valiosos militares que dio España, como Alejandro Farnesio o don Juan de Austria y aquella plaza fue la tumba de todos ellos.
El camino español estuvo en activo durante cuarenta años y fue la ruta de 26 expediciones, hasta que Saboya cerró sus puertas a España en 1622 temeroso del ascenso francés. La guerra con Flandes duraría ochenta en total, por lo que puede decirse que España se mantuvo en pie mientras pudo recurrir al camino. La ruta por mar había sido una opción cuando Inglaterra era aliada y España dominaba los mares pero el dominio francés del puerto de Calais, la animadversión de Isabel de Inglaterra hacia los españoles y la formación de una poderosa flota flamenca al servicio de Guillermo de Orange, los llamados ‘mendigos del mar’, hicieron del Mar del Norte un escenario tremendamente peligroso para los españoles.
La única opción posible era trazar una ruta segura por tierra aprovechando las alianzas españolas y sus extensos territorios, lo que se logró en 1567 gracias a un increíble trabajo de campo. Tal y como cuenta Luis Reyes en su libro ‘El camino español’, previamente al paso de los soldados acudían dibujantes a realizar bocetos de los accidentes – un rudimentario y artístico precedente de las fotografías aéreas actuales –, ingenieros a registrar la necesidad de allanadoras y desbrozadoras y a calcular el uso de plataformas y puentes móviles, emisarios a reservar las fondas y posadas y a prever el abastecimiento de comida y pertrechos… Todo esto hacía que además de su utilidad en la guerra, el camino español fuese un importante eje económico europeo que permitía a los pueblos que cruzaba aumentar su riqueza con el paso de los contingentes, como después lo sería el trazado de la vía del tren o de una carretera.
A pesar de los beneficios de la ruta, todos los países que la cruzaban eran independientes, de ahí que la cortesía y el buen tono fuesen obligatorios para no provocar las iras de los naturales, lo cual no era sencillo cuando había soldados por medio. Sin embargo, las tropas españolas, capaces de episodios cruentos como el saco de Amberes – que les valió el calificativo de la ‘furia española’ – cuando había retraso en las soldadas, eran bastante disciplinadas en condiciones óptimas, entre otras cosas porque estaban bastante bien pagados y por eso no abundaban entre ellos los marginados – que también los había – sino los veteranos de otras guerras e incluso algunos nobles que acudían con su séquito a luchar como soldados.
Tras el cierre del camino original en 1622 se ensayaron otras rutas por el Tirol austríaco hasta Alsacia y Lorena e incluso por los cantones suizos y el sur de Baviera – mucho menos empleada – aunque todas las rutas naufragaron con la ocupación de Lorena por el rey francés Luis XIII en 1633. Si la hostilidad de Saboya complicaba mucho las rutas, la de Lorena, auténtica encrucijada de todos los caminos las imposibilitaba completamente. No es casualidad que sólo quince años después de aquello, en 1648, terminase la guerra de Flandes con la independencia de las Provincias Unidas, que hoy forman los Países Bajos.