Esta semana saltaba una noticia a escala global: Google y Facebook le declaran la guerra a las webs de noticias falsas. La sociedad se echaba las manos a la cabeza. Incluso muchos de los indignados con la victoria en Estados Unidos de Donald Trump -escudados en las informaciones fraudulentas- justificaban la derrota de Hillary Clinton: “Claro, el lobby de Silicon Valley es demócrata y ahora que han visto las orejas al lobo…”. Pero, ¿qué culpa tienen los dos gigantes tecnológicos en la proliferación de este tipo de contenidos?
La mala práctica es tan vieja como el periodismo y el poder. El gran Umberto Eco ya la calificó como “la máquina del fango” (Número Zero, 2015): un concepto acertado para definir las relaciones cuestionables entre el periodismo y la política. En este sentido, Google y Facebook han sido -y no se sabe todavía si seguirán siendo- los mayores compinches de la historia en la circulación de artículos de dudosa credibilidad. No solo por las ‘famosas’ noticias falsas, sino también porque difunden las informaciones de los medios oficiales y que están elaboradas con fines interesados.
Facebook es la que más favorece al tráfico de contenidos fraudulentos. Su algoritmo beneficia a los titulares emocionales y sensacionalistas por encima de otros que engloban asuntos más sobrios e informativos. Además, la compañía de Zuckerberg se sustenta de anuncios comerciales, servidos en base a los gustos del usuario. Es decir, cualquier persona que quiera levantar un bulo sobre alguien solo tiene que promocionar una publicación y dirigirla a un público segmentado. La noticia aparecerá como una más del timeline del usuario, con un pequeño indicativo de “contenido publicitado” que casi nadie observa.
Estamos ante la era de la publicidad programática. La difusión de estos anuncios es muy eficaz a la par que selectiva, se muestra ante sus clientes potenciales. Es el motivo por el cual si sigues varias páginas de viajes, Facebook te mostrará ofertas de viajes. El algoritmo unifica todos tus gustos, edad, sexo, ubicación e idioma y proporciona una campaña al anunciante con el éxito asegurado. Por ejemplo, con 25 euros es posible llegar a miles de personas que viven en Estados Unidos y siguen páginas pro-Trump o relacionadas con sus ideales, que a su vez compartirán esa noticia y multiplicará por diez el alcance (reach) del producto.
El nuevo algoritmo de Google
El caso de Google es diferente. El buscador más utilizado en el mundo tiene como objetivo principal ayudar a la gente a encontrar la información relevante. “Es la razón por la que ha sido creado”, explican desde su dirección en España. Por ello, reconocen que no lo han estado haciendo bien, pero que trabajan continuamente para mejorar sus algoritmos y a partir de ahora se han tomado el asunto como prioritario.
El nuevo algoritmo abordará el problema desde la fuente. Google asfixiará a los portales de Internet que oculten información sobre el editor, el contenido de este o el propósito inicial de la propiedad de la web. O sea, no ofrecerá publicidad y castigará en el SEO a todos aquellos que no cumplan con sus normas sobre la actividad de la página y quién la detenta. Así, una vez quede claro este aspecto, el contenido de la página será responsabilidad del dueño.
Asimismo, en Google News están implementando desde hace unas semanas el sistema fact-checking para publicaciones digitales. Se trata de un método para identificar a las cabeceras por medio de la verificación y que premia al periodismo de calidad, detecta el contenido promocionado y penaliza las informaciones falsas.
¿ Y el control del usuario?
Pero no toda la pelota está sobre el tejado de las empresas tecnológicas, como se definen Google y Facebook. El usuario también tiene la obligación de comprobar la veracidad de las noticias que consume. La información sobre el apoyo del papa Francisco a Donald Trump se compartió más de un millón de veces en redes sociales, aún cuando el Vaticano ya había emitido un comunicado afirmando que el contenido era falso.
El fenómeno diagnostica dos problemas: que la gente solo se informa en los lugares afines con su ideología y que se comparten artículos de los que solo han leído el titular.
Antes de la irrupción cotidiana de la tecnología, las personas tendían a leer un solo periódico y escuchar una emisora de radio. Internet facilita la oportunidad de terminar con este hábito y ofrece una sensación de mayor libertad. Sin embargo, esto no es cierto. Los nuevos algoritmos siguen unas pautas de satisfacción, lo que técnicamente recibe el nombre de ‘filtro de burbuja‘. Cada lector recibe unos contenidos diferentes acordes con su ‘burbuja’ y le permiten reafirmarse en sus ideales, además de sentirse mejor consigo mismo.
Por otra parte, la multitud de medios que, a su vez proporcionan millones de noticias diarias, han multiplicado la oferta informativa. Algo que podría parecer positivo, debido a la pluralidad de las informaciones, ha llevado al ser humano a la ‘infoxicación’: intoxicación derivada de la gran cantidad de contenidos. La mayoría de los consumidores dedican menos tiempo a leer y recompensan el titular potente, que llama la atención por encima de sus competidores.
Las redes sociales se han convertido en una plataforma idónea para aparentar vidas perfectas y demostrar lo bien que se está informado. El 43% de los españoles solo consume noticias a través de Facebook. Al igual que uno mira la fecha de caducidad cuando compra alimentos en el supermercado, también es responsable de comprobar la calidad de los contenidos que lee.