El Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) acaba de publicar en la revista Plos One – una de las más prestigiosas del mundo en el campo de la tecnología agrícola – los resultados de una investigación que propone el uso de aviones no tripulados, los populares drones que emplea el ejército norteamericano, para detectar el crecimiento de malas hierbas en los cultivos extensivos. Esta tecnología ayudaría a reducir el uso de herbicidas al poder aplicarlos de forma localizada en los lugares de la parcela donde hiciesen falta, en vez de emplearlos en todo el campo.
El sistema ideado por el Instituto de Agricultura Sostenible de Córdoba, implica el uso de drones que sobrevuelan el cultivo en cuestión tomando imágenes multiespectrales para el análisis de las distintas zonas de la parcela. A partir de estos análisis, se toman decisiones para una actuación específica en cada zona. El empleo de cámaras multiespectrales implica que no sólo se toman imágenes ópticas convencionales sino también otras partes del espectro, como cámaras térmicas o de infrarrojos. La información obtenida de los distintos espectros nos permite analizar aspectos más amplios y completos del cultivo.
Una cámara óptica convencional nos daría información del espectro visible, que puede servir para analizar el verdor u obtener información general sobre la parcela, como por ejemplo, si una zona está dañada o encharcada tras una tormenta. El infrarrojo cercano nos permitiría discriminar estados de la vegetación para conocer, por ejemplo, el estado nutricional o la salud del cultivo. “El infrarrojo es una información espectral muy próxima al visible que identifica muy bien el estado de salud de los cultivos”, explica José Manuel Peña, miembro del Instituto y uno de los investigadores que han formado parte del proyecto. Si la cámara lleva un sensor térmico podemos conocer el estrés hídrico de las distintas zonas de nuestro cultivo, esto es, la necesidad de agua de cada parte, que no tiene por qué ser la misma aunque se trate de un mismo cultivo.
El uso de drones que pueden volar casi a ras de tierra y los sensores de uso científico permiten tomar fotografías de una gran resolución espacial, hasta el punto de que, el proyecto ideado por el Instituto de Agricultura Sostenible trabaja con imágenes de uno y dos centímetros de píxel. “Para que podamos compararlo, digamos que las imágenes que toma un avión ofrecen a lo sumo 40 centímetros de píxel, de modo que esta resolución, unida al infrarrojo cercano y al térmico permite un estudio muy completo”, explica José Manuel Peña.
Los drones se usan en viñas, olivos, frutales y cualquier cultivo en general que quiera detectar malas hierbas, aunque su uso se hace más recomendable cuando se quieren detectar elementos pequeños, dada la gran resolución de imagen que se consigue.
El trabajo con drones elaborado por el CSIC es pionero en su calidad y de hecho ha sido publicado en una de las mejores revistas del mundo en su área, la americana Plos One.
Entre las particularidades del proyecto destaca que el dron vuele de manera autónoma a partir de un plan de vuelo que lleva incorporado y que tenga capacidad para tomar decisiones propias a partir de un GPS e incluso realizar correcciones en función de las condiciones atmosféricas. Si se ve desestabilizado por una racha de viento, por ejemplo, es capaz de compensar su trayectoria de manera autónoma.
Comercialización y ahorro
El uso de drones para detectar las malas hierbas tiene una utilidad comercial evidente, ya que permite ahorrar en herbicida, en consumo de maquinaria y tiempo de trabajo. “Los herbicidas son productos bastante caros, sobre todo algunos que se emplean en cereales, como el trigo y que pueden costar unos 50 euros por hectárea. Si gracias al análisis de los drones sabemos que un tercio de la parcela no tiene un problema de malas hierbas se ahorra la tercera parte del herbicida. Por poner un ejemplo real, en una parcela de trigo de 300 hectáreas el ahorro puede ser de 5.000 ó 6.000 euros”, asegura el investigador del Instituto de Agricultura Sostenible de Córdoba.
En viñedos, por ejemplo, los drones se emplean en la búsqueda de zonas donde la calidad del viñedo es parecida, para generar un producto más homogéneo. También es útil en el tema del regadío, para que no haya zonas en las que se riega en exceso, ni otras que se queden cortas, porque en ambos casos se reduce la productividad. Con una cámara térmica se puede conocer el estrés hídrico y solucionar este problema. “El análisis de mapas espectrales permite además guardar los datos y disponer de un estudio histórico de información de la parcela, lo que permite hacer seguimientos periódicos. Tanto España como EEUU, que también es pionero en estos temas, se ha observado que la reducción de costes es muy significativa”, advierte José Manuel Peña.
¿Cuánto cuesta el dron?
Uno puede comprar un dron desde 1.500 euros, aunque se trataría de equipos que se venden por piezas y que deben ensamblarse con la ayuda de un manual. Para hacerlo uno debe tener ciertos conocimientos de electrónica y en cualquier caso, no se trataría de un aparato muy fiable. Los equipos más normales implican un gasto de entre 6.000 y 8.000 euros y a medida que uno exige más tecnología y fiabilidad, pueden irse a los 30.000 ó 40.000 euros e incluso 60.000 o más. Además, uno puede comprar aviones o helicópteros, que se diferencian en que unos tienen más alcance y otros más maniobrabilidad e incluso despegue vertical. La elección, depende de las necesidades.