En el corazón de Asia, extendiéndose a lo largo de cinco países -China, India, Pakistán, Nepal y Bután-, se elevan las mayores cordilleras del planeta, el Himalaya y el Karakórum, las dos principales del sistema de los Himalayas que alberga las 100 cumbres más altas de la Tierrra. De las dos cordilleras citadas nacen algunos de los ríos más importantes del globo y en ellas se encuentran los 14 »ochomiles», únicas montañas que superan los 8.000 metros de altitud y cuya ascensión es objeto de deseo de alpinistas de todo el mundo. Por ser las más inaccesibles son también las más peligrosas, lo que hace que su ascenso esté vetado en ciertas épocas del año o que sea impensable abordarlo sin la ayuda de los sherpas, guías locales que viven precisamente de asistir a los deportistas extranjeros. La tragedia que la pasada madrugada sobrevino en el Everest y que costó la vida de al menos 12 personas es una de las peores en la historia de la montaña más alta del mundo. En total, se estima que unas 250 personas se han dejado la vida escalando esta cota de 8.848 metros, muchos de cuyos cadáveres permanecen aún a la vista en las alturas e incluso son usados como referencia por los montañeros.
Son personas que fueron a buscar la gloria y se encontraron con la muerte. Sus cuerpos permanecen a la intemperie, pues la nieve no los cubre, en la conocida »zona muerta». Algunos tienen nombre, a otros se les ha asignado un apodo con el que referirse a ellos pero en cualquier caso todos tienen una historia detrás.
Botas verdes: El alpinista indio Tsewang Paljor perdía la vida en 1996 a causa del frío tras sufrir una fuerte ventisca a 400 metros de la cima. El calzado que llevaba cuando murió es la razón de su mote. Es uno de los cadáveres más conocidos debido a que es prácticamente inevitable no pasar cerca de él.
El saludador: Se cree que murió en 1997 y se refieren a él a sí porque su cuerpo quedó congelado en posición de saludo a los montañistas.
Peter Boardam: Su cuerpo fue encontrado en 1992, diez años después de su desaparición. La postura del cadáver hace pensar que falleció mientras dormía.
Francys Arsentiev: Esta mujer llegó al Everest junto a su marido. Ambos quedaron separados en el descenso de la montaña durante la noche. A la mañana siguiente el cuerpo de ella fue encontrado semi inconsciente.
Tal vez la muerte que más repercusión tuvo fue la de David Sharp en 2006. Este alpinista decidió abandonar el campamento base 2, a más de 6.000 metros de altitud, para adentrarse él solo, sin medicina, sherpa, ni ningún tipo de comunicación. También falleció en su descenso (no se sabe si llegó a alcanzar la cima). Lo hizo junto a »Botas verdes» mientras otros 40 escaladores que pasaban a su lado siguieron su camino hacia la cumbre sin prestarle ayuda.
Una de las jornadas más negras en la historia del Everest fue la del 10 de mayo de 1996. Entonces ocho alpinistas perdieron la vida al ser atrapados por una tormenta mientras ejecutaban el descenso. Hasta 33 escaladores intentaron llegar a la cumbre ese día, lo que provocó aglomeraciones y retrasos en los plazos que hizo que el mal tiempo, previsto para el día siguiente, les sorprendiera cuando todavía estaban a gran altitud. Una tormenta de nieve borró el rastro, complicó la visibilidad y provocó que varios de los alpinistas se perdieran y acabaran muriendo. Un año antes había tenido lugar la que es probablemente peor tragedia ocurrida en el Everest. Una sucesión de aludes desatados por un ciclón atrapó en zonas de difícil acceso a medio centenar de expedicionarios canadienses, franceses, británicos, japoneses, alemanes y nepalíes. Solo pudo recuperarse una veintena de cadáveres.
Pero el Everest no es la cima más peligrosa, pese a ser la más concurrida. Muy cerca de ella se elevan el K-2 y el Nanga Parbat, otros dos »ochomiles» con un negro historial a sus espaldas. El 2 de agosto de 2008 un alud se llevó por delante la vida de 18 expedicionarios que bajaban de la cumbre del K-2, segunda cima del planeta (8.611 metros), conocida como »la montaña salvaje». Un cuarto de los escaladores que intentan coronarla perecen por el camino y nunca se ha conseguido llegar a su cima en invierno. Seis alpinistas, tres de ellos españoles, murieron en esta montaña en el verano de 1995 al ser sorprendidos por un vendaval, mientras otros cinco quedaron atrapados por una tormenta nueve años antes, en una temporada que dejó un total de 13 muertos en el siempre siniestro K-2.
Igual de peligrosa es la pakistaní Nanga Parbat, novena cumbre del mundo. Su verticalidad -siete mil metros de desnivel en apenas 25 km de longitud- convierte el ascenso a esta montaña en una odisea, hasta el punto de que fue bautizada como “asesina” por los expedicionarios que en 1953 consiguieron coronarla por primera vez. Veinte años antes había sido escenario de dos de las mayores tragedias de la historia del montañismo. En julio de 1934 se dejaron allí la vida tres alpinistas y siete porteadores de una expedición alemana a la que sorprendió una tormenta en pleno ascenso, lo mismo que le ocurriría tres años después a otros 16 aventureros.
Pero es sin duda el Annapurna la cima que se lleva la palma en este macabro ránking de montañas inexpugnables. De cada diez personas que intentan ascenderla, cuatro no viven para contarlo. Es la montaña más difícil de coronar pese a ocupar el puesto décimo en la lista de las mayores altitudes del planeta. Esta cima del Himalaya, sita en Nepal, costó la vida de, por ejemplo, los escaladores españoles Iñaki Ochoa (2008) o Tolo Calafat (2010). Precisamente por ello fue el último de los retos emprendidos por Juanito Oiarzábal y Edurne Pasaban, únicos españoles en subir a la cima de los 14 »ochomiles».