La impresionante imagen del Cristo de La Laguna sobresale tanto por su calidad artística como por su importancia devocional que supera el ámbito de la Ciudad.
Aunque se le ha supuesto de factura sevillana, atribuyéndose al primer Adelantado su traída a la Isla, sucesivos estudios han abundado en otras posibilidades. Así, cobra cada vez mayor crédito su procedencia de los Países Bajos o nórdico como indica Joaquín Yarza, mientras que Francisco Galante y Costanza Negrín, señalaban un origen brabazón, incluso esta última apunta el nombre de Jacob van Cothem como su posible autor.
Recientemente tras las investigaciones del profesor D. Francisco Galante Gómez, se ha llegado a la conclusión de que el Cristo de La Laguna es una talla de origen flamenco-brabanzón, esculpido por Louis Der Vule hacia 1514, que debido a las relaciones comerciales y a las significaciones de las importaciones de obras de arte entre los antiguos Países Bajos meridionales y el resto de Europa, llegaría a Venecia, localidad que gozaba en aquel entonces de un gran esplendor comercial y económico, siendo traída a Barcelona, y desde ahí a Cádiz donde se alojaría temporalmente en la Ermita de la Vera Cruz en Sanlúcar de Barrameda, hasta su llegada a la Isla de Tenerife.
Una imagen que ha sido punto de inspiración para muchos escultores, pintores, incluso poetas y escritores, pues su devoción ha traspasado nuestras fronteras. Una imagen de Cristo crucificado que la encontramos en numerosas obras pictóricas de las distintas iglesias, conventos y ermitas de nuestro archipiélago, como en la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe en Teguise o en la iglesia de Los Remedios en Yaiza, ambas en Lanzarote.
También existe numeroso fervor hacia esta imagen del «Cristo morenito» en el Nuevo Mundo, donde tanto la Vera efigie de la Virgen de Candelaria como la del Cristo de La Laguna, fue llevada por los numerosos canarios que emigraron a América, llevando en su corazón lo más querido de su tierra.
En cualquier caso, esta ha sido la principal imagen devocional de la Ciudad y de las Islas Canarias a lo largo de sus últimos cinco siglos de historia. Su participación en la Semana Santa, iniciada en a finales del siglo XVI, contó en sus comienzos con la protección del Cabildo de la Isla y, posteriormente, de su aristocrática Esclavitud.