Desde luego, los gestos del Papa Francisco no han dejan indiferente a nadie. Es campechano, abierto, alegre, dicharachero, y muy humilde y sencillo. En dos días de Pontificado se ha sabido que ha rechazado la limusina papal, que va con el resto de los cardenales en el autobús, que se sienta a comer y a cenar en el sitio que quede libre, que paró en la Casa Internacional del Clero para liquidar su estancia antes del cónclave…
Y hoy hemos visto más gestos suyos, al margen de las improvisaciones en sus discursos y homilías que han llevado a la sala de prensa de la Santa Sede a no poder ofrecer a los periodistas los discursos embargados. Y es que el Papa, durante el encuentro con los cardenales en el Palacio Apostólico, ha dedicado más de 40 minutos a saludar a todos y cada uno de ellos.
Y ha tenido tiempo para charlar amigablemente, para reírse con ellos, también para tratar asuntos más serios e incluso para bendecir rosarios y artículos religiosos que algunos de los cardenales le llevaron. Pero sin duda la anécdota de la jornada la ha protagonizado el cardenal Napier, arzobispod e Durban (Sudáfrica), al ofrecerle al Papa una pulsera amarilla que el Santo Padre Francisco no ha dudado un momento en ponerse.
Se trata de una pulsera que un sacerdote de la diócesis hizo para que llevaran los jóvenes en el Año de la Fe. Lleva grabado el pez, símbolo del cristiano, y la máxima ‘Credo Domine’, esto es, creo en Dios. El cardenal se la ha ofrecido y el Papa Francisco se la ha puesto, ante la mirada divertida del resto de cardenales y del Prefecto de la Casa Pontificia, monseñor Georg Ganswein.
Asimismo, en la tarde del viernes se supo que el Papa había acudido a ver al cardenal Mejía, de manera totalmente improvisada, hospitalizado en Roma después de haber sufrido un infarto. Y la Cadena Cope ha avanzado que por la mañana había llamado a la casa general de los jesuitas, también en Roma, para hablar con el general de la Compañía, Adolfo Nicolás.
Y lo ha hecho llamando directamente a la recepción, en donde le ha atendido el joven Andrea que no podía creer que le llamara en persona el Papa Francisco, como se ha presentado al otro lado del teléfono. Y el Santo Padre no ha dudado en preguntarle a Andrea su nombre y en interesarse por él.
El diablo en sus dos discursos
Pero el Papa también ha tenido momentos para una profundidad doctrinal y una claridad en la exposición de esta fe como pocas. Y tanta es la claridad que el Sumo Pontífice ha hablado hasta en tres ocasiones del diablo, en un mundo en el que pasa desapercibido, muchas veces también en el seno de las propias comunidades cristianas.
Y el Papa no ha hablado en abstracto, como podría hacerse en otros contextos, del mal, sino del diablo, personificando, tal y como aparece en los Evangelios y tal y como hablaba Jesucristo. Así, el Santo Padre, en su primera homilía pronunciada en la Capilla Sxitina durante la Misa de fin del cónclave, señaló que «quien no reza al Señor, reza al diabl». E insistió: «Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del demoni».
Y en la mañana del viernes, durante el encuentro que ha mantenido con los cardenales, ha pedido al mundo: «No cedamos más al pesimismo que el diablo nos ofrece todos los días«.