Es muy triste, pero mi iPhone ha visto más mundo que yo. Diseñado en California, ensamblado en China, vendido en España, robado en Francia y vendido en África. Era el móvil de un estudiante en Nantes, un erasmus al que le llamaba la noche. Sesión reglamentaria de bares, volver a casa solo por el centro, vacío espacio tiempo donde solo se ve negro. Despierto en el cuchitril con ratones por el que pagaba 400 euros al mes. Me duele la cabeza, alzo la mano al móvil para volver a conectar con el mundo, pero mierda. A ver, ¿dónde está mi iPhone?
Vale, sí, que me han robado. Y no es de extrañar. La era smartphone habrá matado el negocio de los taxis pero el gremio de ladrones lleva tiempo cenando pavo los domingos. Un oficio boyante que ya no se conforma con billetes de cinco y diez si tienen cacharros que valen entre 100 y 800 euros en el bolsillo del viandante medio.
España es su pequeño paraíso, el 92% de la población tiene al menos un Smartphone y ya existen más teléfonos que población. Con esta situación las denuncias por robo no paran de crecer. La Secretaría de Estado de Seguridad ya avisaba del panorama en 2015: cada dos minutos se robaba un móvil en España.
Al día siguiente, resignación. Estoy en el extranjero, ¿qué hago? Mis amigos son claros: ¡corre a denunciar! Tres horas de cola en la comisaria para un domingo con resaca, genial. Me preguntan el ID del móvil, cómo lo perdí, qué aspecto tenían los que me robaron. Mato la mayoría de preguntas con un “no recuerdo nada” en mal francés. Te llamaremos si lo encontramos, me dicen. Au revoir, merci monsier.
“Bueno, ¿y qué pasa con la aplicación de buscar tu iPhone?”. Madre, los ladrones no nacieron ayer. Ellos no encenderán el móvil porque saben lo que hay en Europa: un registro de ID y un control defensivo poderoso desde la casa de la manzana que reduce la funcionalidad del móvil a la de un pisapapeles.
Yo desde mi portatil lanzo mi propia defensa personal, que no quede. Bloqueo el móvil, borro la cuenta de iCloud y mi móvil entra en estado vegetativo. También doy de baja la tarjeta del móvil y cambio las contraseñas de Google, Facebook, Hotmail y Fotolog. Y como guinda a todo este camino defensivo dejo un mensajito en la pantalla para cuando lo enciendan: “este es mi móvil, por favor contacta conmigo a este número si lees esto”. Nadie fue tan idiota de contactar conmigo, claro.
“Y si ya no lo pueden usar, ¿para que los roban?”. Vaya, ahora mi madre me pilla. “Yo qué sé, déjame”, me voy molesto, sin reconocer mi derrota.
Volví a saber de mi amigo viajero ocho meses después cuando recibo un correo en mi nuevo iPhone Huawei. Que fíjate, que lo habían encontrado. Y allí estaba. Un punto en un mapa encima de una cafetería en el Golfo de Hammamet, al lado de Enfidha, un pueblo en la ruta del ferrocarril entre Túnez y Sousse. Pues muy bien.
Llamo al servicio técnico de Apple y les explico la travesía de mi Viajero del Alba. Silencio. “Un momento por favor”, Para Elisa de Beethoven, paciencia. Diez minutos después vuelve la chica, “¿has recibido un mensaje a tu móvil?” Miro mi bandeja SMS y me doy cuenta que hay un mensaje que no había visto.
No lo abro y hago bien. Me dicen que se trata de un ataque de phising. Cuando roban un móvil utilizan el mismo número para enviar un mensaje estilo “si quieres recuperar tu iPhone haz click aquí”. Si lo haces, acceden a tu móvil actual de forma remota, teniendo vía libre a cuentas bancarias y contraseñas.
¿Pero cómo, si el móvil estaba bloqueado? Apple me cuenta la jugada: los smartphones de última generación son muy difíciles de desbloquear en Europa y en Estados Unidos si el dueño decide borrarlos remotamente. La solución es “sencilla”: llevarlos a China o África, donde las barreras de seguridad no llegan. Una vez aquí, las fuerzas oscuras calibran sus maléficos planes para, después de robarte el iPhone, quedarte la cuenta a cero. Y si no funciona el phising, desmontan el móvil por piezas para reconstruirlos en nuevos terminales, tiran las piezas con seguimiento y venden los nuevos terminales en tiendas de telefonía como iPhones de segunda mano reacondicionados.
Patidifuso que me quedo con esta ida y venida de móviles. Investigo por Internet. Dos arrestados en Pamplona por comercializar con móviles robados, los adquirían en España y se los llevaban a París, donde los enviaban a Marruecos con una línea directa de bus para evitar ser descubiertos, de pocos en pocos. Encuentro otra historia en Cantabria. En 2013 la Policía desarticulaba una organización criminal con más de 1000 móviles robados en la calle o directamente de establecimientos. Luego son enviados al norte de África y sólo allí los comercializaban.
En Estados Unidos la historia parece repetirse. Los servicios de seguridad estadounidense crearon un registro de móviles robados para bloquear completamente las direcciones móvil denunciadas. Los ladrones tardaron poco en adaptarse a la medida creando redes de tráficos de móviles y portátiles robados para enviar sus mercancías a África o China, donde el control de los registros no servía.
Vaya. Y yo que creía que podía recuperar mi móvil. Pues no pudo ser. Aunque se han dado casos de móviles que han vuelto a sus dueños cuán anillo a Sauron. Me acordé de Marisol, que le robaron el móvil en Madrid (tampoco recuerda cómo) y a los cinco meses se lo devolvió la policía. El lumbreras del ladrón había utilizado el móvil en España tan pancho. Allí estaba el tío, en la pantalla de bloqueo con su novia cuando le devolvieron el móvil a Marisol.
Yo me tendré que conformar con mi Huawei. Quién sabe, quizás recibo más notificaciones de mi móvil por el mundo, como el gnomo de jardín del padre de Amelie por Estambul. O quizás sea mejor que me olvide de él para siempre. Da lo mismo, al menos me dio para artículo.