Como si fuera un médico preocupado por un paciente llamado España, el ilustrador Aleix Saló «diagnostica» con sus cómics («Españistán», «Simiocracia» o «Europesadilla») el pasado del país o de Europa. Algo que considera «incompatible» con la política que, en su opinión, tiene que hacer «propuestas de futuro».
«En mis libros hago un diagnóstico de lo que ha ocurrido en el pasado, y de cómo nos encontramos ahora. Muchos lectores me dicen que haga propuestas para el futuro, pero las propuestas de futuro se tienen que hacer desde la política», cuenta a Efe Saló con la sonrisa de un autor que acaba de publicar libro, en este caso «Hijos de los 80. La Generación Burbuja» (DeBolsillo).
Cigarrillo en boca y con una café cargado, que más tarde decide rebajar con leche, este joven catalán (Ripollet, 1983) tiene ahora la misión de dar a conocer aquello que les pasó a los que nacieron en la década de los 80, la generación «más nostálgica» para él ya que recuerda cómo con 20 años añoraba la consola «Gameboy», objeto que este mismo año cumplió 25 años desde su lanzamiento en Japón.
«El libro comienza haciendo una autocrítica bastante satírica de la propia generación, buscando nuestras culpas y, poco a poco, esta crítica va subiendo a los estratos más poderosos políticos y económicos. Me siento bastante orgulloso porque queda muy coherente», afirma.
Pese a tratarse del primer cómic que publicó en 2009 de una manera «humilde», solo en catalán, tras ganar un concurso en Cataluña, al volver a editarlo, ahora en castellano, se ha dado cuenta de que continua siendo una obra «vigente» para el lector.
Tan vigente como las otras tres que le siguieron y que le hicieron convertirse, gracias también a los cortos de vídeo en Internet que realizó para apoyarlas, en el ilustrador súperventas que es: «Españistán», «Simiocracia» y «Europesadilla».
Cuatro libros que forman una «tetralogía» con un hilo conductor que se ha formado de una manera «espontánea».
Con un dibujo infantil, o «naif» como prefiere llamarlo, y un perfil en ascenso creciente de narrativa «discursiva», su necesidad de contar ciertas cosas le hace no poder despegarse de sus trazos para no caer en el error de «soltar el rollo» sólo con palabras.
«A partir de »Simiocracia», libro heredero de »Hijos de los 80», cada vez hay más texto en mis libros porque me daba cuenta de que había muchas cosas que no podía dibujar. Esto me hizo plantearme hacer un libro sin dibujos, pero me di cuenta de que no sería lo mismo. Hay gente que me dice que son ensayos ilustrados», añade.
El heredero del ilustrador Juanjo Sáez, como así se considera, tiene claro también que, aunque el cómic sea un «oasis de libertad» que en formato libro no tiene «servidumbres», hay un tema que nunca abordará para criticar o ironizar como es el de los «desfavorecidos», un «límite moral» para él.
Eso sí, retorciéndose en el sillón, dispara un torrente de palabras que le hacen regresar a la crítica: «Me da la sensación que aún tenemos unos tótem del pasado, tipo Guerra Civil, que no se han tocado nunca desde el humor y que la gente no se atreve. O, incluso, de la Transición, nadie se ha reído de todos los mitos de las Transición, como los cantautores o aquellos políticos».
Inmerso ahora en «cerrar etapa» y ponerse a estudiar «mucho» la historia de Europa, de hecho tiene entre manos la lectura de un ensayo sobre la Guerra Fría, el futuro de este dibujante que iba para arquitecto (no llegó a terminar la carrera) pasa por continuar haciendo «un poco de todo» aunque, como reconoce, siempre teniendo en cuenta «la rentabilidad» de sus trabajos porque necesita «poder vivir».
Una afirmación rotunda que acompaña con el deseo de que en el futuro su obra se convirtiera en un «legado», un testimonio al que alguien pudiera recurrir para conocer la época en la que le tocó vivir.