Las elecciones legislativas del domingo 17 de junio han colocado sobre los ciudadanos griegos el peso de una enorme responsabilidad: Del resultado depende, en parte, el futuro de Europa.
Abrumado y enfadado, así es como me sentiría si fuera griego. Además de sentir la escrutadora mirada del resto del mundo estaría, sobretodo, terriblemente decepcionado con los dos partidos políticos que han dirigido el país durante las últimas cuatro décadas. Ellos son, en definitiva, los responsables del desastre. Pensar en las urnas me provocaría un gran recelo y mi primera tentación sería quedarme en casa el domingo o pasear por lugares alejados de los colegios electorales.
Pero como ciudadano de un país al que se considera cuna de la civilización e inventor de la democracia no debería dejarme llevar por ese impulso tan primario.
Una vez decidido a participar, una forma de expresar mi enfado podría ser votando a Aurora Dorada. Al fin y al cabo, la ultraderecha también ha obtenido buenos resultados en Francia, Holanda o Austria y es una forma de llamar la atención sobre el fracaso de los políticos profesionales. Pero después de ver la vergonzosa actuación de uno de sus representantes, que agredió a dos diputadas durante un debate televisado, creo que no debería hacerlo. Demasiado radicales.
Las promesas de Syriza
Si yo fuera griego estaría escuchando a muchos conciudadanos decir que Alexis Tsipras, el dirigente de Syriza, es una buena alternativa. Aunque no se pueden publicar sondeos en las dos semanas previas a la cita electoral, la necesidad de pulsar la opinión pública ha llevado a la calle varios sondeos secretos y algunos aseguran que Syriza ganará las elecciones con entre el 32 y el 34 por ciento de los sufragios.
Como griego pensaría que Tsipras es la izquierda de la izquierda, a la que nunca me he atrevido a votar. Pero su mensaje ha llegado incluso al prestigioso Financial Times y es esperanzador porque lo primero que dice es que está decidido a mantener a Grecia en la eurozona. Acusa a la política corrupta e ineficaz de haber destruido la economía del país. Asegura que hace falta una nueva política fiscal más justa y, sobre todo, que hay que renegociar los compromisos con la Unión Europea para sanear la economía porque lo que están haciendo, en realidad, es asfixiarla.
Tanta austeridad, pensaría como griego, puede ser la culpable de que haya gente de clase media pidiendo en las calles de Atenas, que los hospitales se estén quedando sin medicamentos para atender a los enfermos y que podamos quedarnos sin gas y electricidad porque las compañías no pueden pagar a los suministradores internacionales.
¿Puedo confiar en Nueva Democracia?
Una de las paradojas de estas elecciones es que los conservadores de Nueva Democracia están prometiendo algo parecido a lo que defiende Syriza. Fijándose en lo sucedido el fin de semana pasada en España, su líder, Andonis Samaras, ha dicho que es posible, y muy necesario, renegociar los compromisos griegos. Nos dicen, pensaría un griego, que a Tsipras le consideran en Europa demasiado radical y que, a la postre, un gobierno suyo no tendría la confianza que se requiere para permanecer en el euro. Samaras, al fin y al cabo, es más cercano a Angela Merkel, que es de quien depende todo en este momento, y quizá tendría más capacidad para negociar.
Además, algunas de las encuestas que circulan les otorgan la victoria a los conservadores y, de hecho, la bolsa se disparó al alza el jueves solo por la posibilidad de que eso ocurra.
Recuperar la confianza
Pero, como griego, lo que necesito sobretodo es recuperar la confianza. Quiero pensar que quienes están retirando sus fondos de los bancos, hasta 500 millones de euros algunos días en lo que llevamos de junio, devolverán ese dinero al país. Lo harán, espero, cuando consigamos tener un gobierno estable y responsable, capaz de poner orden en las finanzas, negociar con Bruselas y buscar ayudas para que la economía vuelva a crecer y se pueda garantizar la devolución de los 240 mil millones de euros prestados hasta el momento.
Sé que Alemania no confía en Grecia, pensaría un griego, pero si deja hundirse a un país que tan solo representa un tres por ciento del PIB europeo estará poniendo en peligro la continuidad del euro y de la Unión Europea. Los griegos necesitamos resolver el caos en el que nos hemos metido, pero necesitamos tiempo.
Quien no se sienta griego en estos momentos, que piense que lo mismo que les está sucediendo a ellos en este momento podría ocurrir muy pronto en España, Italia y quizá también en Francia.