Joaquín Guzmán Loera, conocido como »el Chapo», es considerado el mayor narcotraficante del mundo y el hombre más buscado del planeta, tras la muerte de Osama Bin Laden. La revista »Forbes» lo define como un hombre «implacable y determinado» con una fortuna valorada en más de mil millones de dólares, lo que le coloca entre los 50 hombres más ricos e influyentes del globo. No es de extrañar que Estados Unidos lo considere ya su enemigo número uno.
«Listo, calculador, correoso y de mirada penetrante. Cuando te está viendo es como si hiciese una radiografía. Aunque si lo encuentras por la calle, pasa por gente corriente«, asegura el presidente del Consejo Ciudadano para la Justicia Pública y la Seguridad Penal, José Antonio Ortega, que tuvo la oportunidad de entrevistarlo en persona siete meses antes de su sonada fuga de prisión. Un hombre fuerte, aunque de pequeña estatura, de ahí su apodo que viene de la palabra chaparro. Un sobrenombre que no se corresponde con su estatus de capo de los capos mexicanos.
Así, su poder y violencia no tienen límites y se extienden por 17 estados mexicanos, donde lidera a la mayor y más despiadada organización criminal, el Cártel de Sinaloa, implicado en el tráfico de cocaína colombiana, marihuana mexicana, metanfetamina, heroína y personas, principalmente, hacia Estados Unidos. Sin embargo, se calcula que los tentáculos de su cártel actúan ya en medio mundo, al menos 48 países, algunos de Europa y Asia.
Es por esto que el Fiscal General de EEUU cifró sus importaciones al país en cerca de 200 toneladas de cocaína y grandes cantidades de heroína, sólo entre 1990 y 2008, valorada por la agencia antidroga de Estados Unidos, la DEA, en casi seis billones de euros. Además, fue de los primeros en ver en los narcotúneles, a través de los cuales introduce la droga en el país vecino, una táctica idónea para el contrabando. El más reciente que se ha hallado medía lo mismo que seis campos de fútbol y contaba con un caro sistema de rieles y con aire acondicionado.
Unas estimaciones que en los últimos años podrían haberse quedado obsoletas ya que »el Chapo Guzmán» ha aumentado su hegemonía en buena parte del país, beneficiado por la guerra abierta entre carteles por el control de los mejores pasos y ciudades. Muchos de los rivales han caído o se han debilitado debido a la sangrienta disputa, en la que participan las fuerzas de seguridad, y por la que han muerto casi 50.000 personas en los últimos cinco años.
Una lucha que el propio »Chapo» creó y alimentó para ganar más y más poder. Su antiguo lugarteniente, Édgar Valdez »La Barbie», le acusó tras su detención de ser el responsable de la violencia. Y es que Guzmán rompió una tregua pactada entre las organizaciones criminales para desatar un imperio de la fuerza y el terror en México. No obstante, sus grandes aliados han sido la corrupción y la impunidad que reinan en el país.
»El Chapo» prefiere la «plata» al «plomo»
A diferencia de sus principales enemigos, el cartel de Los Zetas, »el Chapo» prefiere la «plata» al «plomo» en sus actividades, sentencia un analista de Stratfor, la empresa de seguridad de la que Wikileaks ha filtrado miles de documentos.
Utilizando su gran fortuna compra las lealtades y las voluntades de las autoridades del lugar, una visión de la corrupción a largo plazo, pues «frecuentemente reclutan a un funcionario de bajo nivel y continúan pagándole a esa persona conforme escala posiciones», asegura el informe de la compañía.
Mandos policiales y militares, políticos, periodistas y jueces llevan en su nómina durante años e incluso décadas, situación que compromete a los mismos servidores públicos encargados de capturarlo. Un método que le ha permitido a »el Chapo» crear una red de inteligencia para recopilar información en su beneficio y de la que es casi imposible salir.
Una vez se ha caído en su chantaje, las opciones se reducen a seguir cooperando, pues de lo contrario la autoridad se expone al arresto, la ruina política o, en el peor de los casos, a la muerte si pretende dejar de ayudar al cartel. Una relación que va más allá del dinero y que incluye la cooperación constante con las autoridades de México y Estados Unidos a las que provee de información sobre sus rivales, con la finalidad de que sean capturados y debilitados.
Aunque si tiene que usar el recurso de la fuerza, no le tiembla el pulso, y su enfrentamiento con Los Zetas, que están haciéndose más fuertes y podrían llegar a desbancarlos al servicio del cártel de Golfo como su brazo armado. Cuentan con la ayuda de los Hermanos Leyva. Así, »el Chapo» mantiene abierta una guerra en muchos frentes. Su complicidad con la autoridad ha violentado el conflicto hasta el punto de que sus rivales compiten contra sus sobornos con acciones más brutales e intimidatorias. Y si manda la sangre, Joaquín Guzmán no dudará en derramarla para no perder territorio ni posición.
Lo aprendió todo de su tío, un pionero del narcotráfico en México
A Guzmán, el «oficio» le viene de familia desde su nacimiento en 1957. Su tío Pedro Avilés Pérez fue el pionero de los capos mexicanos, la primera generación de traficantes que sentó las bases para el tráfico de drogas a gran escala en México. De hecho, Avilés fue de los primeros en usar aviones para el contrabando hacia Estados Unidos. Esta experiencia marcará de por vida a »el Chapo», que considera que todo lo que sabe sobre el narco lo aprendió desde joven cuando servía en la organización de su tío.
Él pertenece a esa segunda generación que, tras muchas peleas y escisiones, ha plagado el país de carteles. Tras la muerte de Avilés, su carrera criminal despega bajo la tutela de Miguel Ángel Félix Gallardo, alias »el Padrino», mano derecha de su tío y nuevo líder del narco. La detención de Gallardo en 1989 desató una lucha por el liderazgo del poderoso cartel, que terminó dividido en dos facciones: el cártel de Tijuana dirigido por los sobrinos de »el Padrino, los hermanos Arellano Félix; y el Cártel de Sinaloa, del que Joaquín Guzmán será uno de sus lugartenientes. En esos momentos, »El Chapo» era uno más entre los numerosos capos que surgían en el país.
La rivalidad y las violentas luchas entre ambos, que continúan en la actualidad, empezaron a granjearle notoriedad entre los suyos. No tardaría así en convertirse en el hombre fuerte del cártel y asumir su control, aunque no por mucho tiempo. El asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en el aeropuerto de Guadalajara en 1993, resultado de una supuesta confusión de los Arellano Félix en su objetivo, lo puso en el punto de mira y desencadenó su arresto.
Su trayectoria criminal parecía llegar a su fin cuando cinco meses después, los militares de Guatemala lo detienen en un lujoso hotel y lo entregan a las autoridades mexicanas, que lo condenan a 20 años y nueve. Primero lo encierran en el penal de Almoloya de Juárez pero, tras un intento de fuga, las autoridades lo trasladaron al centro de máxima seguridad de Puente Grande de Jalisco en 1995. Su llegada revolucionará la prisión y »el Chapo» comenzará a gobernarla.