El diario de Slahi narra algunos de los episodios más brutales a los que se vio sometido durante su estancia en Guantánamo. Ha estado en la prisión, que se encuentra en suelo cubano, durante 13 años. En sus escritos, que han sido revisados 2.500 veces y censurados «para eliminar informaciones de seguridad nacional», narra decenas de casos en los que fue torturado a través de los «métodos de interrogación».
«Véndalo (…) si intenta mirar», narra en boca de uno de los guardas, «uno de ellos me pegó fuerte en la cara y rápidamente me puso gafas, orejeras y una pequeña bolsa en la cabeza. No podía ver quién hacía qué. Me apretaron las cadenas en los tobillos y las muñecas y empecé a sangrar».
El texto de Slahi está plagado de insultos y de palabrotas proferidas contínuamente por los guardas, «no dije ni una palabra, estaba sorprendido, pensaba que me iban a ejecutar». En el diario recuenta uno de los episodios más brutales de su estancia, cuando lo llevaron a alta mar en una lancha y lo apalearon durante horas. «Deja de rezar (…) estás matando a gente», aseguró (el guarda, cuyo nombre está censurado), y me dio un puñetazo fuerte en la boca.
Me empezaron a sangrar la nariz y la boca y mis labios estaban tan hinchados que técnicamente ya no podía ni hablar», narra, «uno de los tíos me pegó tan fuerte que se me cortó la respiración y me atragantaba; sentía que respiraba a través de las costillas. Casi me ahogué sin que se dieran cuenta…».
El preso narra cómo lo llevaban en una camioneta, que paró en una playa y de donde fue embarcado en un barco, donde le hicieron beber agua salada, «creo que era directamente del océano. Estaba tan asqueroso que vomité», cuenta, «decidí no tragárme el agua dañina para los órganos, que me ahogaba cuando me lo echaban a la boca, «trágatelo, ¡idiota!», «pensé rápido y decidí por el agua asquerosa y dañina antes que la muerte«.
Según narra Slahi, el objetivo de este viaje en barca era torturar al preso y asegurar que «se había hecho daño durante el transporte», pero también hacer creer al reo que lo trasladaban a una prisión lejana. Las torturas son constantes en la narración de Slahi, que era apaleado por un equipo durante horas para ser pasado luego a otro equipo que usaba una técnica de tortura diferente.
Cuenta técnicas como el uso de hielo, «me llenaban el aire entre mi ropa y mi cuerpo con cubitos de hielo, desde el cuello hasta los tobillos y cuando se derretía ponían cubitos nuevos, duros. Cada poco tiempo me pegaban especialmente en la cara (…) La gente de regiones más frías quizá no pueda entender la magnitud del dolor cuando se te pegan los cubitos de hielo al cuerpo. Históricamente, los reyes durante los tiempos medievales y premedievales usaban este método para dejar morir a la víctima lentamente», cuenta Slahi, que es originario de Mauritania.
La tortura también fue psicológica: «Empecé a alucinar y escuchar las voces claras como el cristal. Oía a mi familia en conversaciones casuales… Oía las lecturas del Corán en voces celestiales. Oía música de mi país. Más adelante los guardas usaban estas alucinaciones y empezaban a hablar con voces rara a través de las tuberías, animándome a hacer daño al guarda y planear una huída (…) Estuve a punto de perder la cabeza».
En otro fragmento explica que le mojaban continuamente con agua fría: «temblaba como un paciente de Parkinson. Técnicamente, no podía hablar ya. El tío (el guarda) era estúpido: me estaba ejecutando pero de manera lenta (…)», cuenta, y explica que paró porque «tenía miedo del papeleo que tendría que llevar a cabo en caso de mi muerte».