Túnez sigue en estado de shock intentando recuperarse y volver a la normalidad después de los atentados del pasado miércoles que dejaron 21 muertos. Miles de ciudadanos se echaron en la tarde del viernes a la calle para mostrar su rechado a los terroristas a la vez que celebraban el 59 aniversario de la independencia del país.
Los mensajes de los manifestantes tenían una única dirección y en las diferentes pancartas se podía leer «Yo soy Bardo» o «no queremos terroristas en Túnez». En numerosos idiomas, gente de toda condición, unidos contra el terror que quieren imponer los yihadistas. El turismo es la principal fuente de riqueza del páis y en todos los estamentos coinciden en que habrá que trabajar duro para que el sector no se resienta y que los visitantes sigan llegando a Túnez y lo vean como un país seguro.
El presidente Beyi Caid Essebsi hizo un llamamiento a toda la población pidendo unidad y fortaleza para luchar contra el terrorismo e instó a avanzar en la reconciliación nacional y en seguir poniendo piedras para consolidar un Estado democrático. Essebsi reconoció que el atentado perpetrado el miércoles contra el Museo Nacional del Bardo podría haber sido peor, ya que los terroristas llevaban explosivos. Los atacantes quisieron hacerse explotar por los aires pero no lo consiguieron. «La vigilancia de las fuerzas de seguridad salvó la situación», reveló al canal TFI.
Pero también reconocen desde el gobierno que hubo fallos en la seguridad. Lo hizo el jefe del Gobierno, Habib Essid aceptando que hay pocos metros que separan el museo del Parlamento, donde se celebraba precisamente una reunión sobre la reforma de la ley antiterrorista. El vicepresidente del Legislativo, Abdelfatah Mourou, precisó a la AFP que en el momento del atentado solo había cuatro guardias de seguridad, de los cuales dos estaban «en el café, el tercero comía y el cuarto no se presentó. Fue un gran error», reconoció.
El secretario de Estado de Seguridad, Rafik Chelly, señaló que los terroristas abatidos, Yasín Abidi y Hatem Jachnaui, eran elementos sospechosos de formar parte de células durmientes. Explicó que Abidi, un joven de unos veinte años, había sido arrestado antes de partir en septiembre a Libia para formarse en el uso de las armas en alguno de los campos para tunecinos takfiríes (radicales suníes) en Sabratam, Bengasi o Derna, esta última ciudad es bastión del Estado Islámico. En diciembre volvieron a entrar clandestinamente en Túnez.
Uno de los terroristas abatidos, Yasín Abidi, trabajaba en una agencia de viajes y, de hecho, el día del ataque acudió a su puesto de trabajo como de costumbre. Su familia no entiende cómo un joven licenciado en Filología Francesa y con trabajo pudo radicalizarse hasta el punto de matar a 20 turistas. Abidi pasó de ser un chico normal del barrio capitalino de Omrane Superieur a un potencial terrorista en el 2014, cuando comenzó a pasar cada vez más tiempo en una mezquita local, informa Reuters. Su caso se asemeja al de los 3.000 tunecinos que se han unido a las filas yihadistas en Irak, Siria y Libia.
Cuando viajó a Libia, Abidi dijo a su familia que se iba dos meses a trabajar en la ciudad costera de Sfax. «El hijo que yo conocía nunca lo habría hecho», lamentó la madre, Zakia, rota de dolor. «No haría daño ni a un pájaro», apostilló. «Siempre estaba de buen humor. No era como los salafistas», comentó su primo Hanen. Esa normalidad se hizo presente también en sus últimas horas, de tal forma que «desayunó dátiles y aceite y luego se fue a trabajar». A las diez, pidió salir un momento e hizo lo que hizo, relató Hanen, que no percibió atisbo de radicalismo en su primo, que nunca reprobó el consumo de alcohol. «Estoy triste por Yasín, pero aún más triste por las víctimas. Eran inocentes», lamentó su tío, Mohamed Abidi.