El presidente cumple una de sus principales promesas, pero pone en pie de guerra a los republicanos y soluciona el problema solamente a medias. Este es el resumen de los hechos: a dos años del final de su mandato, y con un Congreso absolutamente en contra a partir de enero, Obama se encuentra con las manos atadas y con un elevado riesgo de pasar a la historia de los Estados Unidos como un presidente que prometió mucho y cumplió poco. Lo peor que le podía pasar al primer afroamericano que consiguió llegar a la Casa Blanca.
La verdad es que se lo han puesto muy difícil. La reforma sanitaria está funcionando a medias y con problemas, la política internacional está hecha unos zorros, especialmente en Oriente Próximo, y ahora llega el fiasco de una reforma que pretendía legalizar a once millones de indocumentados y se va a quedar en menos de la mitad. Y no solo eso, con la promesa de los republicanos de revocar el decreto presidencial en cuanto puedan, los potenciales beneficiados por la medida tendrán que pensarse dos veces la posibilidad de abrir un negocio que después tendrían que malvender al convertirse de nuevo en ilegales.
Mal lo ha hecho Obama, que no ha conseguido convencer a sus adversarios de las bondades de lo que proponía, que las hay y muy evidentes. Pero peor se han comportado sus enemigos que, cegados por el odio de un extremismo decimonónico, han preferido la política partidaria al interés nacional.
Los beneficios de legalizar a los indocumentados
Los cálculos de los expertos coinciden con lo que cualquier profano puede intuir, que once millones de indocumentados trabajando ilegalmente implican la pérdida de unos enormes ingresos en impuestos. Además de los gastos añadidos al presupuesto nacional que implica su persecución y posible deportación, así como el férreo control de las fronteras.
Menos todavía se entiende si uno recurre al imaginario que dejaron las películas del Oeste. Muchas de aquellas enormes praderas continúan allí, ahora cultivadas, a la espera de crear riqueza, y los propietarios norteamericanos son conscientes de que sus cosechas las recogen fundamentalmente los americanos del sur. Por ahora de manera ilegal.
Se calcula que el 70 por ciento de los indocumentados que aspiran a tener papeles proceden precisamente de esa otra parte que también es América, y es evidente que la inmensa mayoría llegan al norte huyendo de la pobreza. Ni siquiera llegan armados, como aquellos europeos que conquistaron el Far West a punta de Colt 45 y Winchester 73 en el siglo XIX.
La economía norteamericana les necesita
El tan temido efecto llamada, lo hemos visto en España, se diluye en cuanto la economía va mal. Pero hoy por hoy Estados Unidos está dando una lección a Europa de cómo hay que hacer las cosas para crecer económicamente y por eso, entre otras razones, necesitan esa mano de obra, casi siempre más barata.
Y también está el aspecto humanitario. No parece razonable que los hijos de inmigrantes nacidos en Estados Unidos puedan ser deportados mientras sus descendientes son legales por el hecho de haber nacido en Estados Unidos. Cuánta más información me llega, menos lo entiendo.Para rematar el enredo Obama argumenta que otros antecesores suyos, de marca republicana, quisieron hacer lo mismo y en algún caso fueron sus propios correligionarios los que pusieron trabas. Una vez más, pura política de partido que solo sirve para poner palos en las ruedas de la lógica y el progreso. Quien pierde en este caso, además de Obama, es Estados Unidos.