Si en enero de 1966 Manuel Fraga Iribarne, por entonces ministro de Información y Turismo, se bañó en las playas de Palomares para demostrar que las aguas no estaban contaminadas, el emperador de Japón, Akihito, ha hecho lo propio con una partida de arroz cultivado en Fukushima. La Casa imperial recibió 120 kilos de este cereal, cultivado en zonas adyacentes a la central nuclear, para demostrar que no existe ningún tipo de riesgo por consumir alimentos cultivados en la zona. El cereal fue servido en el Palacio como manera de solidarizarse con los agricultores de la zona.
A pesar de este apoyo por parte del emperador, el futuro para los agricultores, pescadores y ganaderos de la zona es incierto. Los consumidores extreman las precauciones y evitan consumir productos etiquetados como ‘de Fukushima’ a pesar de que todos los productos alimenticios que se producen en la zona son revisados para confirmar que son seguros para su consumo. Los vertidos de agua contaminada, que han afectado a aguas pesqueras y ecosistemas marinos, han provocado, además, que muchos peces que han sido pescados en la zona presenten unos niveles de radioactividad 100 veces superiores a los permitidos.
Las mutaciones solo son visibles, por el momento, en algunas especies de mariposas. Una investigación de la Universidad de Ryukyu, en Okinaba, demostró la relación entre un aumento de las mutaciones en alas y ojos en estos insectos y el accidente nuclear. Los animales tenían los ojos dañados y las alas más pequeñas de lo normal.
Tres años después de la tragedia de Fukushima la normalidad en la zona se va recuperando a cuenta gotas. Más de 160.000 personas fueron evacuadas de las zonas limítrofes con la central nuclear. Las ciudades, vacías de gente, han sido tomadas por números animales que fueron abandonados tras la tragedia. Jabalíes, mapaches o cerdos se han convertido en los moradores de los lugares por donde antes correteaban los niños y paseaban los habitantes de la zona. Estos animales han perdido el hábito de mantener la distancia con los humanos como mecanismo de defensa, por ello son más agresivos. Desde el ministerio de Medio ambiente nipón han preparado un proyecto para abatir estos animales y evitar su proliferación.
La tasa de sobrepeso infantil ha aumentado desde que se produjo el accidente. Las autoridades niponas han relacionado este aumento con el cambio de los hábitos y las rutinas infantiles, ya que hacen menos ejercicio al aire libre por el miedo a la radiación. Gestos tan insignificantes como abrir una ventana se han convertido en una amenaza para los pequeños. Esta falta de juegos al aire libre no solo tiene consecuencias físicas, sino también psicológicas ya que también ha provocado un aumento del estrés y la desmotivación infantil. Los niños han transformado sus juegos en preocupación por un enemigo invisible.