El cielo de Dresde amaneció despejado aquel 13 de febrero de 1945. La ciudad de poco más de 600.000 habitantes era reconocida como una de las más bellas de Europa. La Segunda Guerra Mundial está a punto de terminar, el frente del Este está cerca, el ejército rojo avanza sobre Alemania y cientos de miles de refugiados de la cercana Silesia abarrotan las calles de Dresde. Hay tantos refugiados que tienen prohibido permanecer en la ciudad más de un día.
Es época de carnaval, pero en Dresde, la antigua capital imperial de Sajonia, sólo los niños pasean por las calles disfrazados, haciendo travesuras y disfrutando de aquel fantástico día de primavera. Al día siguiente será San Valentín. Las salas de espera de la estación de ferrocarril se halla abarrotada de personas, con sus escasas pertenencias. Los edificios públicos también estan atestados de catres y camas en los que duermen los refugiados. El flujo humano es tan grande, que el extenso parque ‘Grosser Garten’ es un mar de tiendas de campaña en el que se apretujan unas 200.000 personas, familias enteras huídas del frente del Este. En la ciudad también se encuentran unos 25.000 prisioneros de guerra ingleses y norteamericanos. Nadie sospecha que ese mismo día, en Inglaterra, miles de aviones están siendo preparados para iniciar la “operación trueno” que pretende reducir la ciudad a cenizas.
A las 22:09 las emisoras de radio alemanas reemplazaban sus emisiones regulares por el toque del péndulo que se usaba para anunciar un ataque aéreo. La voz del locutor anunciaba por el micrófono: «Achtung! Achtung! Achtung! Las primeras oleadas de una gran formación de bombarderos enemigos han cambiado de ruta y se acercan ahora a los límites de la ciudad. Se va a iniciar un ataque. Orden para la población de dirigirse inmediatamente a los subterráneos y bodegas”. Pero pocos imaginaban que se trataba de una incursión devastadora contra la ciudad.
Dresde es una de las pocas ciudades alemanas que no han sufrido bombardeos aliados. Sólo han ocurrido dos y en las afueras. En la ciudad se tiene el convencimiento de un pacto secreto: Alemania no atacará Oxford y los aliados respetarán la antigua capital imperial de Sajonia, la monumental Dresde. La ciudad carece de defensas antiaéreas. Los cañones antiaéreos han sido enviados al frente y en su lugar se han colocado réplicas de cartón piedra. El cercano aeródromo de la Luftwaffe, consta de 9 aviones que carecen de combustible.
A miles de kilómetros, el Mariscal británico Artur Harris, conocido por sus hombres como “carnicero Harris” y “bomba Harris”, ha planificado el ataque. A los aviadores de la RAF se les facilita el siguiente memorandum.
“Dresde, la séptima ciudad más grande de Alemania y no mucho menor que Mánchester, es también el área urbanizada sin bombardear más extensa que tiene el enemigo. En pleno invierno, con refugiados desplazándose en masa hacia el oeste y tropas que necesitan descanso, los tejados escasean, no sólo para dar cobijo a trabajadores, refugiados y tropas por igual, sino para albergar los servicios administrativos que se han desplazado desde otras zonas. Antaño famosa por sus pocelanas, Dresde se ha convertido en una ciudad industrial de importancia prioritaria. […] Las intenciones del ataque son golpear al enemigo donde más lo sienta, en la retaguardia de un frente a punto de desmoronarse […] y enseñar a los rusos cuando lleguen de lo que es capaz el Comando de Bombarderos de la RAF.”
A las 17,20 horas del día 13, los aviones ingleses ruedan por sus pistas. La primera oleada de pathfinders, más 9 aviones “mosquito” y 254 bombarderos de la RAF, despegan rumbo a su objetivo. Han de recorrer 1.100 kilómetros. Los planes de la RAF consisten en realizar un “bombardeo en alfombra”, o por saturación, que deje el área atacada completamente devastada.
La mitad de las bombas cargadas en los bombarderos son explosivas por impacto con un retardo de entre 30 segundos y varios minutos. El mecanimo es muy simple. La bomba es lanzada y al impactar un recipiente interior con acetona se rompe y entra en contacto con un muelle tensado que está retenido por un disco de plástico. La acetona debilita el plástico y el muelle acaba por impactar contra el detonante causando la explosión. Según la tensión dada al muelle, o el grosor del disco de plástico, la bomba tardará más o menos en explosionar. El objetivo es que por gravedad las bombas atraviesen el blanco y exploten una vez han llegado a los sótanos de las edificaciones.
El resto de las bombas están cargadas con un gel formado por caucho y gasolina que al impactar explota y la pasta se pega a todo lo que encuentra, incendiada, y continúa ardiendo incluso si se le arroja agua. Con el tiempo este gel pasará a ser conocido como napal.
Mientras la primera oleada de aviones se acerca a su objetivo, la ciudad sigue su vida normal. Los museos están cerrados, pero algunas salas de cabaret siguen con sus espectáculos. El famoso circo Sarracini, con su carpa permanente de acero, continúa con sus funciones circenses. La vida sigue hasta que a las 21,40 horas, suenan las alarmas antiaéreas. Las emisoras de radio llaman a la población a los sótanos y refúgios. Frau Trude Sarracini, la joven domadora de caballos, se dirige al público y le ruega que avandonen el circo para ir a los refugios. Los espectadores no hacen caso. No es la primera vez que las alarmas suenan y no se produce ningún bombardeo. Dresde es como Oxford, nadie atacaría una ciudad tan bella. Trude Sarracini tiene que rogar al público que avandonen sus asientos o de lo contrario les multarán y les cerrarán el circo por no desalojarlo. Es la 275ª vez desde que comenzó la guerra que las sirenas suenan en Dresde.
Alrededor de las 22 horas se escuchan los primeros aviones sobrevolando la ciudad. Es la escuadrilla de pathfinders y los nueve cazas mosquito. Han de fijar los objetivos, pero no distinguen ningun edificio singular. Tras un vuelo rasante, identifican el campo de fútbol y lo toman como punto de referencia para poner las señales que guiarán a los bombarderos. Hacia las 22:03 los «árboles de Navidad» de los pathfinders británicos iluminaron el centro de Dresde y dos minutos más tarde, los nueve Mosquitos arrojan sus marcadores rojos sobre el estadio de fútbol.
Masacre inaudita
La ciudad se ilumina con racimos luminosos que van cayendo lentamente desde el cielo. Parecen árboles de Navidad.
Diez de los bombarderos Lancaster han quedado fuera de servicio durante el largo viaje de 1.100 kilómetros, pero los 244 restantes realizan su cometido. En sólo ocho minutos lanzan toda su carga al sudoeste del punto de marcaje formando un abanico de 45 grados que abarca desde la gran curva del río Elba al oeste de la ciudad, la zona industrial de Ostragehege y la estación de ferrocarril, dos kilómetros y medio hacia el sur en línea recta.
En ocho minutos, 524 bombas blockbusters, con capacidad de destrucción cada una de una manzana de calles completa, más 1800 bombas explosivas con retardo y 200.000 dispositivos incendiarios caen sobre la indefensa ciudad. Lo bombardearon todo, incluidos hospitales, asilos y escuelas.
En menos de 15 minutos, la RAF ha incendiado unas tres cuartas partes de la Altstadt de Dresde.
La lluvia de bombas es tal, que el único bombardero derribado lo es porque le cae encima una bomba lanzada por otro bombardero que vuela por encima suyo. A las 22,15, la ciudad es un desesperanzador lamento de gritos y sollozos.
Los supervivientes que deciden salir de los refugios para apagar los fuegos, son víctima de las bombas de explosión retardada.
De las poblaciones vecinas y del extraradio de la ciudad acuden bomberos y brigadas de socorro. No saben que una segunda oleada de bombarderos con la misión de exterminar a las brigadas de socorro, ya ven a cientos de kilómetros, desde el aire, la inmensa hoguera que es Dresde. Ni un sólo miembro de los bomberos y de las primeras brigadas de socorro sobrevive al segundo ataque que se produce tres horas más tarde, sobre la una de la madrugada.
En esta ocasión ya no hacen falta los aviones mosquitos que marcaran el objetivo. A las 1,30 h. de la mañana del 14 de febrero, día se San Valentín, la ciudad arde sin piedad. Todos los socorristas, y ayuda médica llegada del extraradio y de ciudades cercanas, han muerto. Cuando oyeron el ruido de la segunda oleada de bombarderos acercándose ya los tenían encima. Esta vez nadie pudo avisarles, la ciudad estaba sin electricidad. El número de bombarderos se había doblado. En esta ocasión 550 bombarderos británicos Lancaster sobrevolaron Dresde. La mayoría de las bombas que llevaban eran bombas incendiarias destinadas a hacer el mayor daño posible en los edificios. Se lanzaron 650.000 dispositivos incendiarios sobre los 15 kilómetros cuadrados de la zona bombardeada. Con este segundo bombardeo, Dresde, una ciudad que históricamente se había hecho famosa por el arte y la cultura que encerraba, quedó reducida a cenizas.
Los incontables incendios rápidamente se unieron en uno solo para formar una “tormenta de fuego huracanado” que recorrió las arterias principales de la ciudad. Las fortísimas temperaturas que se alcanzaron derritieron el vidrio y el metal. El remolino creado por el monstruoso consumo de oxígeno succionó hacia su interior a todo lo que encontraba incluyendo todo tipo de objetos y personas. Grupos enteros de personas fueron arrastradas por el viento, “salían volando hacia las llamas como una hogaza de pan que se tira a un horno”. Otras murieron calcinadas, de shock térmico o de sobrepresión, o bien, asfixiadas en los refugios por los gases de la combustión o la falta de oxígeno.
El incendio alcanza temparaturas superiores a 1.500 grados que deforman el acero y derriten el vidrio de los cristales destrozados.
Vuelve a llover fuego
Tras este segundo bombardeo, parece que por ha terminado el infierno. Pero una vez más los supervivientes se equivocan. Once horas más tarde del segundo ataque, vuelve a llover fuego del cielo.
A las 12,12 h. del 14 de febrero llega la tercera oleada de bombarderos que deja caer otro diluvio de muerte sobre la ciudad. Esta vez fueron 311 bombarderos B-17 de las fuerzas norteamericanas acompañados de cinco cazas. En esta ocasión cayeron sobre la ciudad 1800 bombas explosivas y más de 126.000 artefactos incendiarios.
Según varios testigos, los cazas que acompañaban a los bombarderos se dedicaron a ametrallar a los grupos de supervivientes que intentaban escapar de la ciudad. Entre los ametrallados se encuentran prisioneros de guerra británicos y norteamericanos. Las fuerzas aéreas norteamericanas siempre han negado estos ametrallamientos descritos por los supervivientes. La explicación es que habría sido una locura que con el humo de los incendios y a 1000 kilómetros de sus bases, los cazas se arriesgaran a realizar este tipo de acciones. Además, argumentan, no hay documentos alemanes oficiales que respalden la versión de los supervivientes. En cualquier caso, justifican la versión de los testigos como el fruto de combates aéreos entre cazas alemanes y americanos volando a ras del suelo, pero que se sepa, no existió ninguna oposición aérea a estos ataques por parte de la aviación alemana. Esta falta absoluta de reacción aérea fue duramente criticada por Joseph Goebbels, que se mostró partidario de ajusticiar a los máximos responsables del hecho por inútiles.
Tras este ataque, la ciudad continua ardiendo. Las vigas de madera de los edificios y el napal alimentan el incendio.
A las 10,15 h. del día 15 de febrero finalmente se desploma la Iglesia de Frauenkirche, el símbolo de la ciudad. Pero aún así, ese mismo día 15 aún hubo un último ataque aéreo de menor consistencia ejecutado por 211 bombarderos B17 estadounidenses que arrojaron otras 460 toneladas de bombas, según la USAF, ninguna de ellas incendiaria.
Después de aquello, el horror continuó, pues los incendios tardaron varios días en apagarse y los muertos se acumulaban en las calles. A la nube tóxica producto de los vapores de las bombas, el fuego, las cenizas, la falta de aire respirable, se unía el riesgo de enfermedades. El 25 de febrero, 3.865 cuerpos tuvieron que ser incinerados, sin identificar, en la actual plaza del mercado viejo. 25.000 fueron enterrados en el cementerio.