A la Reina de Inglaterra se le eriza el pelo debajo del sombrero; la City de Londres, verdadero termómetro del país, también se pone de los nervios al ver que la libra esterlina se estrella contra los parqués; los políticos, como todos los políticos, ven peligrar su asiento y comienzan a moverse en él como si fuera la silla de un faquir.
Así está la cosa en el Reino Unido después de conocerse el resultado de un sondeo bastante creíble que, a menos de dos semanas del referendum, señala una clara tendencia al SI a la independencia de Escocia. Menos mal que, entre medias, la prensa británica al unísono ha desviado su atención hacia el segundo hijo que espera la esposa del Príncipe William, Kate, y que afianza un poco más la continuidad de la monarquía británica. Eso sí, está por ver si será con súbditos escoceses.
Lo más destacable, con todo, ha sido la reacción política: una oferta de mayor nivel de autogobierno en el caso de que los escoceses decidan permanecer en el Reino Unido. Un revulsivo que trae la firma de conservadores y laboristas, unidos en esta batalla cual si fuera la Gran Guerra cuyo centenario celebran ahora. Tanta unidad demuestra la extrema gravedad de la situación. Y lo es, seguramente, pero lo que sorprende es que hayan esperado tanto tiempo y hayan permitido una situación que pone en peligro la integridad británica por primera vez desde la pérdida de las últimas colonias.
Sin tiempo para reaccionar
El editorial del Times asegura que los defensores del NO apenas tienen ya tiempo para reaccionar. Lo importante de los sondeos en general no es lo que muestren en un determinado momento, sino la tendencia que marcan. Y los últimos realizados en el Reino Unido han ido acercando poco a poco a uno y otro bando hasta que el independentismo ha saltado la línea roja.
Dicen que la culpa la tiene la escasa credibilidad de los laboristas escoceses unida a las políticas de austeridad llevadas a cabo por la coalición que gobierna en Westminster. En definitiva, los tres partidos políticos que dirigen la política británica están de capa caída en Escocia y ello ha propiciado el tirón del Partido Nacionalista Escocés. Si hay algo que un escocés remarca al conocerte es que odia a los ingleses. Y todo esto ha llegado a la política en un momento especialmente crucial.
Puntos a los que agarrarse para salvar la situación
La campaña ha sido larga y desde el principio se ha movido por los mismos derroteros, pero asegura el Wall Street Journal que los puntos más importantes continúan sin aclararse del todo. Aunque la ambigüedad es una de las grandes bazas de los políticos, en este caso van a tener que darse prisa por dejar las cosas claras si los de Londres pretenden conservar Escocia.
Primero y fundamental, la moneda. Los escoceses independentistas todavía confían en mantener la libra esterlina y no son del todo conscientes de lo que puede ocurrir si tienen que buscarse otra divisa. Y algo similar ocurre con la Unión Europea, a la que aún no saben si podrán pertenecer en el futuro. Detrás quedan las reservas de crudo del mar del Norte, las empresas que han manifestado su intención de salir de una Escocia independiente o la sede de los submarinos nucleares Trident, que los secesionistas pretenden convertir en su insignia defensiva.
Todo ello es importante, pero sí hay algo especialmente relevante para los escoceses, es algo que ya tienen. Sus propias selecciones de futbol y rugby, verdadera enseña nacional. Pero si ya las tienen, ¿para qué quieren todo lo demás? Bromas aparte, el día de septiembre será un día importante para el Reino Unido y para todos los países que tienen territorios similares a Escocia.