Corea del Norte se eleva como una muy curiosa o estrambótica estrella en la política internacional gracias a su polémico programa nuclear desarrollado en los últimos lustros y que amenaza seriamente no sólo la estabilidad política a un nivel regional, sino que es capaz de provocar la colisión de las dos grandes potencias del momento: Estados Unidos y China. Debemos considerar que el más firme sostén de Corea del Norte con el que ha podido contar hasta ahora ha sido cimentado por Pekín, un respaldo en forma de abastos alimentarios, recursos energéticos y un auxilio diplomático inestimable para un país netamente caracterizado por su aislamiento. Esta alianza hunde con ahínco sus raíces en la historia compartida de los partidos comunistas tanto chino como coreano contra los nipones durante la Segunda Guerra Mundial. Ulteriormente, fue la actuación del ejército popular chino la vital razón explicativa por la cual fue permitida la supervivencia al espacio comunista del norte tras la Guerra de Corea (1950-53). Por tanto no es de extrañar que para reflejar este íntimo enlace se haya utilizado, en un pasado no muy lejano, la imagen de estrecha unión de una boca con sus dientes. No obstante, a pesar de este inveterado trato de amistad entre los dos regímenes autoritarios, fácilmente somos capaces de localizar intervalos de alejamiento o fricción claros y no ocultados. Un hecho clave fue la decisión de Deng Xiaoping de abanderar un proceso de liberalización y apertura con el fin declarado de primar el desarrollo económico del país. La normalización de las relaciones con Corea del Sur en 1992 constituyó otro hito que golpeó con extrema contundencia un trato ya deteriorado por el paso del tiempo.
A China no le interesa la reunificación
Aunque las diferencias de los últimos años son notorias, a China no le conviene el derrumbe del régimen norcoreano por motivos de muy diversa etiología. En primer lugar, Pyongyang desenvuelve una función de estado tapón frente a una Corea del Sur que aloja a más de veinte mil marines estadounidenses. Una Corea reunificada con capital en Seúl se aleja de la situación ideal imaginada por una elite política china interesada en convertir a su país en el centro de referencia dentro de su inmediato marco geográfico. Asimismo, el colapso del sistema liderado por Kim Jong-un puede fácilmente derivar en secuelas bélicas no queridas o suponer un desastre humanitario representado por unas oleadas de refugiados en grado de hacer peligrar el más anhelado objetivo chino: el crecimiento económico. Como resultado, se han esforzado en buscar una solución al problema a través del diálogo y la negociación para satisfacer el propósito manifiesto de mantener el status quo en la región, evitando con esto una escalada en un conflicto de incierto saldo.
Estados Unidos acusa de una innegable ambigüedad en el comportamiento de Xi Jinping a la hora de tratar este asunto y posee alegatos justificados para ello. Así, si bien el gobierno chino ha respaldado las sanciones económicas y comerciales de la ONU dictaminadas contra Corea del Norte (la resolución 1718 del 16 de octubre del 2006 pudiere ser un referente), no se sabe hasta qué punto y con qué afán de cumplimiento ha llevado a la práctica dichas penalizaciones. Y es que hemos de subrayar cómo China a día de hoy es el mayor suministrador de energía e incluso alimentos a un Estado que en los noventa ya vivió una crisis de subsistencias muy grave y en cuya hambruna se estima que murieron cientos de miles de coreanos. Además de la crisis alimentaria y el consecuente peligro migratorio, si estas restricciones se llevan a cabo resulta significativamente probable que China perdiese el influjo que todavía mantiene en el gobierno de Corea del Norte, incrementando la inestabilidad en la zona y dificultando una salida negociada de este laberinto político.
Pekín prefiere la estabilidad
Para finalizar me gustaría ofrecer una nota de tranquilidad en referencia a la solución de esta cuestión ya que a ninguno de los actores que están involucrados en este juego de poder le conviene la conflagración armada. Sin embargo, no estaría de más el ser prudentes porque aquellas naciones que tienen más probabilidades en chocar están siendo gobernadas por dos personajes un tanto peculiares: Trump y Kim Jong-un. De este modo, la paciencia estratégica de Obama ha dado paso a un escenario en el que todas las opciones están sobre la mesa, incluida la contingencia de un ataque preventivo desencadenado por EEUU. En cuanto a China, ésta se ha caracterizado siempre por un perfil conservador y actualmente anhela una estabilidad que no perturbe sus soñadas perspectivas económicas. Una guerra o unos vecinos con un arsenal de armas nucleares dispuestos a dar rienda suelta a su belicosidad queda lejos de constituirse como un horizonte adecuado desde el imaginario de Pekín.