«No es como si hubiese ganado un premio Nobel», contaba Alexander Imich al New York Times. Con 111 años y un cuarto, este químico y parapsicólogo se ha convertido en el hombre más viejo del mundo y cabeza del grupo de »supercentenarios», aquellos con más de 110 años de edad.
Imich, polaco de nacimiento, vive ahora en Nueva York y su vida atestigua más historia de la que puedan almacenar algunos libros. Huyó del Holocausto, sobrevivió a un Gulag soviético, recuerda aún el primer coche que se compró en su ciudad, emigró a Estados Unidos y , en 2002, perdió sus ahorros en el mercado financiero. Con 99 años, dio un discurso «he sido testigo del desarrollo de la aeronáutica, el automóvil, la electricidad, el teléfono, la radio, la televisión, la energía atómica, las mejoras en medicina, ordenadores, avances en el conocimiento del cosmos y el hombre pisando la luna. La lista podría ser infinita».
Toda una vida que ha aprovechado al máximo. Con 92 años publicaba un libro, e incluso ha encontrado tiempo para aprender a usar un ordenador. Es uno de los pocos supercentenarios que ha alcanzado notoriedad por alguna razón distinta a la de su edad, principalmente gracias a su labor como investigador y académico.
Nació en Częstochowa, entonces parte del Imperio Ruso y ahora parte de Polonia, en el año 1903. Judío, con quince años recuerda haber luchado contra los bolcheviques junto al resto de sus compañeros de clase. Una pronta incorporación a las fuerzas armadas durante la cual aprendió a conducir camiones.
Después del conflicto, volvió a la escuela. Se graduó y obtuvo un doctorado en Zoología, pero ante la falta de oportunidades se matriculó en química. Durante los años 20 y 30 publicó varias investigaciones sobre parapsicología y sobre la medium polaca Matylda.
Ante la llegada de la Segunda Guerra Mundial, tuvo que huir de Polonia y del Holocausto junto a su mujer, Wela. Ambos encontraron refugio en la ciudad soviética de Białystok y permanecieron allí hasta ser internados en un campo de concentración, un gulag soviético. «Cuando escupías, se convertía en hielo», declaraba en 2007. Durante su periodo en el campo se encargaba de poner troncos en embarcaciones.
Cuando acabó la guerra la pareja volvió a Polonia, donde descubrieron que la mayor parte de su familia y amigos habían fallecido, por lo que en 1952 abandonaron Europa y marcharon a Estados Unidos. Vivieron en Pensilvania y Nueva York, y pronto Imich comenzó a destacar por su trabajo sobre parapsicología, publicando numerosos artículos en revistas y libros sobre la materia.
«Por fin aprenderé todas las cosas que no pude aprender en la tierra»
Preguntado por el secreto de su longevidad, Imich asegura que la clave está en su dieta: practica una restricción de calorías, nunca bebió alcohol y dejó de fumar «hace mucho». Una restricción de alimentos que aún así deja espacio para el helado y chocolate en su dieta, que incluye galletas, sopa de pollo, pescado y huevos revueltos.
Otro factor para una larga vida es la de sus intereses: «uno de los secretos de longevidad es tener un interés muy fuerte y perseguirlo constantemente», declaraba al New York Times en 2007. Una norma vital que complementa con otra: no tener hijos, «los hijos te agotan demasiado», aseguraba al medio neoyorkino, «nunca tuve ningún interés en crear otro ser humano».
Una longevidad que le sorprende a él mismo, pero, que, según cuenta, afronta sin miedo al futuro: «lo bueno de morir es que por fin aprenderé todas las cosas que no pude aprender aquí en la tierra», contaba al New York Times. Y en un discurso con 99 años aseguraba: «he visto lo mejor y lo peor del ser humano, y aun así, tengo la esperanza de que la humanidad puede resolver la mayoría de sus problemas».