La elección de un nombre para un recién nacido no es tan fácil como parece. No sólo debe sonar bien con los apellidos, sino también es importante considerar futuros apodos, ya sean buenos o malos, según publica el diario BBC.
Un nombre podría honrar al abuelo favorito, pero también puede ser tener un significado escondido. Dalton Conley y su esposa, Natalie Jeremijenko, vivieron este placentero pero laborioso proceso cuando su niña nació dos meses antes de lo previsto. Y tomaron una decisión bastante original.
«Logramos reducir la selección a un grupo de nombres que empezaban por la letra E, pero al final no nos decidimos por ninguno», cuenta Conley, quien vive en Nueva York. «Entonces se nos ocurrió una idea: ‘Démosle sólo una letra y cuando ella sea lo suficientemente mayor que decida a que se refiere la E».
Ahora tiene 16 años y todavía no ha sentido la necesidad de extender su primer nombre. «Pienso que una vez te dan un nombre, te acostumbras a él, es parte de ti», señala.
El hermano menor de E, Yo Xing Heyno Augustus Eisner Alexander Weiser Knuckles, sí aceptó la oferta de sus padres de cambiar su nombre. Él añadió Heyno y Knuckles cuando tenía 4 años y sus padres hicieron los cambios oficialmente.
«A mí me han calificado de abusador infantil en internet», señaló Dalton Conley, autor de «Parentology: Everything You Wanted to Know about the Science of Raising Children but Were Too Exhausted to Ask» («Parentología: Todo lo que quería saber sobre la ciencia de criar hijos pero estaba exhausto para preguntar»). «No creo que les haya impuesto una carga horrible. A ellos (mis hijos) les gusta el hecho de que tienen nombres únicos».
Otro estudio interesante data de 2007 y está titulado «Moniker Maladies» («Mal de apodos»). Según dice, el cariño que la gente le tiene a las iniciales de sus nombres podría intervenir en el camino hacia el éxito.
En un estudio de 2003, titulado «Are Emily And Greg More Employable Than Lakisha and Jamal?» («¿Son Emily y Greg mejores para conseguir un empleo que Lakisha and Jamal?»), Marianne Bertrand y Sendhil Mullainathan enviaron cerca de 5.000 currículos en respuesta a anuncios de trabajo publicados en periódicos de Chicago y Boston.
El contenido de las hojas de vida era el mismo, pero la mitad de ellos tenían nombres falsos que daban la impresión de que se trataba de candidatos blancos, como Emily Walsh o Greg Baker, mientras que la otra mitad tenía nombres afroestadounidenses como Lakisha Washington o Jamal Jones.