¿Qué problema hay con la poesía? ¿Por qué tanto respeto a un arte que nace de la necesidad de comunicar? El poeta escribe cuando quiere, cuando necesita decir. ¿No podría el lector hacer lo mismo? Leer por el placer de leer. Aquí tienes una guía práctica para que la poesía siga siendo una pasión inútil.
- A la poesía se va como se va al amor. Con asombro, con ilusión. Ante un poema, debería encenderse una señal de alarma: “Zona libre de prejuicios”.
- Es más fácil conectar con un poema cuando estamos dispuestos a dejarnos tocar por el corazón del otro. A entrar de buena fe, sin violentar nada, en su mundo interior.
- Pero la conexión no siempre es posible. Los poemas no son sudokus. No hay que “resolverlos”. Si no te emociona uno, pasa al siguiente.
- Si te gusta un poema, párate y relee. Lo más seguro es que a la fase de encantamiento le siga otra de amor maduro. Nuevos matices, nuevas alegrías.
- Los poemas se disfrutan, no se destripan. El consejo es de Billy Collins: ojo con esos profesores de literatura que atan el poema a una silla y lo torturan hasta que confiesa su significado.
- La última pista es de Joubert: “Lo que no arrebata no es poesía”.