Mariano Rajoy y Carles Puigdemont se conocen muy bien en persona a pesar de haber coincidido escasamente dos años como Presidente del Gobierno y President de la Generalitat. Ferias en Barcelona, almuerzos en Moncloa,… pero su último encuentro fue el más incómodo: los atentados terroristas de Cataluña, en Barcelona y Cambrils.
En la tarde del jueves 17 de agosto, Younes Abouyaaqoub saltó a la zona peatonal de La Rambla de Barcelona llevándose la vida de 14 personas. Aquella misma noche, en Cambrils, varios de los considerados hasta ahora como miembros de la misma célula terrorista asesinaban a una décimo quinta persona. Así daban comienzo los nueve días de gran carga institucional que terminó con la ruptura total de los gobiernos de Madrid y Barcelona.
Rajoy se instaló aquel fin de semana en la Capital Condal. El viernes asistió al primer minuto de silencio en Plaza Catalunya y el domingo acudió a la misa homenaje en la Sagrada Familia. Dos citas de tinte claramente mediático que exigían la imagen de unidad entre instituciones. El presidente se situó siempre junto a Puigdemont en lo que ahora es considerado como la cara amable de lo que en realidad fue un desencuentro entre la Consellería de Interior y el Ministerio de Juan Ignacio Zoido, y los respectivos cuerpos policiales nacionales y autonómico. El climax de aquellos días de tensión fue el momento en que el Ministro del Interior aseguró que la célula terrorista había quedado desarticulada y el Mayor de los Mossos, Josep Lluis Trapero, lo desmintió pocos minutos después: “no se puede dar por desarticulada porque estamos persiguiendo aun al principal sospechoso de atentar en Barcelona”.
A la semana siguiente, tras abatir a Younes Abouyaaqoub y dar por “muertos o detenidos” a todos los miembros de la célula terrorista, el propio Presidente del Gobierno convocó una rueda de prensa en la que salió en defensa de los Mossos d’Esquadra y del resto de policías del Estado: “todos los cuerpos han actuado en perfecta coordinación”.
Rajoy erigió la Paz dando carpetazo a la polémica, aunque se tambaleó unas horas después cuando Puigdemont, en una entrevista, aseguró que ya disponía de miles de urnas para el 1-O; y al dia siguiente quedó definitivamente enterrada tras la polémica manifestación en repudia al Terrorismo.
Era un 26 de agosto cuando Casa Real, presidentes autonómicos, expresidentes, la presidenta del Congreso y el del Senado y miembros del Gobierno y del Govern recorrieron -junto a otro medio millón de personas- el Paseo de Gràcia hasta Plaza Catalunya. Este es el recorrido más habitual de las marchas en Barcelona, aunque en esta ocasión el punto de llegada estaba aún más cargado de simbolismo: allí comenzó el atropello masivo del terrorista de Barcelona, y tan solo un mes después, sería el escenario de la gran fiesta posterior al Referéndum de Autodeterminación del 1 de octubre.
Aquella manifestación fue la última ocasión en la que se vieron las caras Rajoy y Puigdemont. También sería la última que el presidente del Gobierno defendiera al que ahora es el expresidente de la Generalitat, reduciéndose su relación bilateral al correo postal. Las esteladas desplegadas por el paseo pusieron fin a la tregua institucional del Procés, tiraron por tierra las suposiciones de que el Referéndum se paralizaría durante un tiempo tras los atentados, y cortarían la comunicación de dos gobiernos que nunca se han vuelto a ver las caras entre homólogos. Tras las elecciones catalanas del 21 de diciembre quizá algún miembro del antiguo Govern -por ERC o por Junts Per Catalunya– pueda volver a ocupar una Consellería. Aunque el exilio o la cárcel podrían elevar la tensión de las relaciones institucionales hasta niveles jamás vistos en la historia de nuestro país.