Año nuevo, yugo viejo. El de las agencias de calificación, que tras cuatro años en el ojo del huracán por su incapacidad para sacar a la luz las miserias de las empresas y los Estados, vuelven a tener a la Eurozona en sus manos. S&P y Fitch, que han amenazado con una rebaja masiva del ráting de todos los miembros de la zona euro, empiezan 2012 convertidas en el enemigo público número uno de la estabilidad de la vieja Europa. Mal vamos.
En esta Eurozona que como la liga de fútbol española es sólo cosa de dos, los ánimos están más que encrespados. Todo el mundo tiene claro que en las actuales circunstancias –hay amenaza muy seria de recesión en todo el continente- en simplemente ingenuo creer que las máximas calificaciones »AAA» son sostenibles. Pero la cosa cambia cuando hay la más mínima posibilidad de que una agencia no aplique la regla del café para todos.
La cuestión es la siguiente: ¿qué ocurriría si la agencia quitase la triple A a Francia y la mantuviera para Alemania? Sería algo así como atar las patas de uno de los dos bueyes que a duras penas tiran del carro de la deprimida Europa de la moneda única. Y si uno de los dos bueyes no tira, o se para el carro o, lo que es peor, se rompe el eje. Fitch ya ha dicho que no tocará la máxima calificación, pero de S&P podrían no llegar tan buenas noticias.
Algunos ya han entrado en la fase de pánico después de que el economista jefe para Europa de S&P, Jean-Michel Six, asegurara la semana pasa que la deuda de Francia ya es tratada en el mercado como »BBB» por los inversores.
De Alemania no dijo ni mu, por lo que las dos locomotoras triple A de la Eurozona podrían acabar corriendo a distinta velocidad, porque un recorte de rating significa limitaciones para comprar deuda del país en cuestión para una legión de inversores institucionales y provocaría un ataque a los bonos galos que encarecería el coste de financiación de Francia.
Y también sería un torpedo en la misma línea de flotación del orgullo francés, tan tocado ya por las demostraciones de poderío de la canciller Merkel, que está diseñando una Europa mucho más a su medida de lo que a Sarkozy le gustaría. Pero esta es otra cuestión, porque aquí lo realmente relevante es la nivel de autonomía de S&P, al que no le tembló el pulso en agosto del año pasado para rebajar el ráting de Estados Unidos.
Tanta es la presión que durante toda la semana pasada ha habido rumores sobre la rebaja del rating galo, a pesar de que S&P cuenta con 90 días -ahora 60, porque ha pasado un mes desde que lanzó su órdago- para tomar una decisión que tiene contra la pared a una Europa en la que Grecia vuelve a sumar la máxima incertidumbre, en la que los bonos españoles e italianos vuelven a ser duramente atacados y en la que falta por desarrollar los acuerdos adoptados en diciembre para salvar el euro.
La presión es tan grande que Sarkozy ya tuvo que cambiar de discurso en diciembre. Se curó en salud asegurando que no sería un desastre la pérdida de calificación »AAA». Aunque la está defendiendo a capa y espada, sabe que no puede estar más amenazada. Pero las penas con pan con pan son menos penas: si Alemania sigue el mismo camino, los bueyes podrán seguir su ruta. Más despacio, pero se mantendrán en el camino.