Al todopoderoso presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, la victoria de Barack Obama en las elecciones presidenciales estadounidenses le ha dado alas. Bien es sabido que el candidato demócrata es más bien partidario de lo que podríamos denominar como altruismo financiero o, dicho de forma más campechana, de poner a girar la máquina del dinero si hace falta. Y el italiano no ha tardado nada en celebrar su éxito electoral.
Contra todo pronóstico, Draghi ha hecho algo tan inusual como hablar un día antes de la reunión mensual que hoy celebra el BCE. Ha dejado dos titulares. Uno, que la crisis está afectando ya a la economía alemana. Y dos, que a medio plazo el riesgo de crecimiento de la inflación es muy bajo. Agiten los dos ingredientes en la coctelera y tendrán un aviso de un nuevo recorte de los tipos de interés en la Eurozona desde el actual 0,75% es sólo cuestión de tiempo.
Con casi absoluta seguridad, no será hoy, sino en la reunión de diciembre. Pero más allá del calendario, lo que importa aquí es el poco tiempo –ninguno- que ha tardado Draghi en poner sobre la mesa sus puntos de vista, esos que tan poco gustan a su colega del Bundesbank –el banco central alemán-, tan celoso del control de los precios y de la ortodoxia a la hora de ayudar a sus colegas europeos.
El presidente del BCE ha hilado lo que aparentemente es un discurso impecable. Si la crisis está atacando ya de forma evidente al gigante europeo -la producción industrial alemana ha bajado en septiembre un 1,8 % por la caída de la producción automovilística provocada por el pinchazo de la demanda en la zona euro- ya no hay razón para no tomar medidas para rebajar los tipos y reactivar el consumo. Máxime si los precios están controlados.
Las alusiones directas de Draghi a Alemania no son en absoluto gratuitas. El jefe de la política monetaria europea ha recibido duras críticas desde todos los estamentos de Alemania por las denominadas como medidas no convencionales –compra de deuda a corto plazo de los países en dificultades- que, entre otras cosas, han permitido que España haya salvado el ‘match ball’ de los vencimientos de octubre y pueda retrasar el rescate hasta, como poco, el año que viene.
Ya veremos la respuesta de Alemania, tan comedida con los problemas de la zona euro en las últimas semanas. Seguramente, a la canciller Merkel le hubiera gustado más una victoria de Romney, el más duro enemigo de las políticas expansivas. Sobre todo a la vista de que Obama ha convertido a Draghi en su mejor interlocutor en Europa, un tanto hastiado de la pétrea posición de Alemania.
Mientras Estados Unidos sigue apoyando el mensaje del crecimiento porque, entre otras cosas y según sus palabras textuales “no podemos permitir que España se hunda”, Alemania sigue abogando por las reformas estructurales. El señor Draghi parece más partidario de la primera teoría, y ayer dio sus primeros pasos lanzando lo que algunos analistas consideran un torpedo en la línea de flotación de Alemania.
Posiblemente no sea para tanto, pero parece evidente que Merkel tiene un problema que debe empezar a resolver ya. Con la economía alemana ofreciendo síntomas inequívocos de debilidad, a lo mejor una rebaja de tipos ya no sienta tan mal en el norte de Europa. Draghi ha preparado el terreno que Alemania tiene que decidir si quiere recorrer antes de que acabe el año. Se admiten apuestas mientras los mercados caen con fuerza tras las elecciones estadounidenses. Lo que esperan es cooperación, no ruido de fondo.