Santander. Ciudad que alberga uno de los clubes clásicos del fútbol español: el Racing de Santander. Esa zamarra blanca con trazos verdes y negros es esencial en nuestro fútbol. Nunca tocó la gloria, pero a todos nos resulta familiar. Uno de esos equipos que recitaríamos de carrerilla si nos preguntaran por “los de siempre”. Hábiles zurdas como las de Munitis o Canales han sido locales en los Campos de Sport del Sardinero.
El Racing de Santander, ahora en la Segunda División B de nuestro fútbol, estuvo en la UCI hace dos temporadas. Sus reanimadores fueron un grupo de exjugadores que reunieron los fondos necesarios para evitar la liquidación de esta entidad histórica. Recuerdo bien una tarde de primavera cántabra, con sol tímido y nubes cargadas, en 2015. Compartía café con uno de los gestores del Racing. Un profesional de los pies a la cabeza. Me explicaba con pelos y señales cómo se las veían y se las deseaban para que el Racing siguiera vivo. Una deuda descomunal, los ingresos bloqueados por el administrador judicial y negociaciones permanentes con todos los empleados -desde el jugador estrella hasta el ujier de la ciudad deportiva- para retrasar el pago de sus salarios. Era un club en el alambre. Y solo unos gestores con grandes dosis de mano izquierda y derecha, amén de esa contribución de las leyendas del club resolvieron esa situación. La suerte les dio la espalda y en el último minuto de la última jornada se fueron a Segunda B. Ahí siguen. Pero vivos.
¿Por que tantos clubes en la UVI?
Esta historia es una de las decenas que podrían contarse de clubes de fútbol -y de otros deportes- en España. ¿Por qué tantos clubes en la UVI y algunos en el cementerio? Por lo de casi siempre: la avaricia. Cuando los gastos, cada año, son mayores que los ingresos, se genera efecto bola de nieve. Retrasar pagos, pedir préstamos o no pagar a Hacienda es un apagafuegos cortoplacista. La vida, a la larga, solo la garantizan unos ingresos mayores que los gastos. Para un club modesto fiar su suerte a criar un Maradona o hacer un “Leicester” es una absoluta temeridad. Y de temeridades ha estado repleto nuestro fútbol.
Los clubes han vivido -y todavía viven- endeudados. Con proveedores, jugadores, Bancos y Hacienda. Dinero de las televisiones que se gastaba por adelantado, préstamos que se refinanciaban año tras año y un erario público al que se le daba con la puerta en las narices con el argumento de que el fútbol es un bien social…
¿Qué hay de malo en tener deudas? Todo y nada. Si hay capacidad de repago, nada. Si no la hay, todo. Entre Barca y Madrid deben 853 millones de euros. Mientras sus ingresos y los plazos de pago les permitan afrontar esa deuda, no hay problema. Como decíamos la semana pasada el Zaragoza debe más de 100 millones de euros. Sus ingresos anuales son menores que su deuda. He ahí la cuestión. La gravedad del endeudamiento del fútbol español no afecta a los primeros de la clase sino a los talentos medios.
Algunos datos para ilustrar la dimensión del problema, recogidos en el Informe Económico de La Liga. La deuda neta de los clubes profesionales ha evolucionado de la siguiente manera:
– 2011-2012: 3.315 millones de euros
– 2012-2013: 2.923 millones de euros
– 2013-2014: 2.757 millones de euros
– 2104-2015: 2.675 millones de euros
¿Y con Hacienda?
– 2012: 620,4 millones de euros
– 2013: 596,6 millones de euros
– 2014: 409,8 millones de euros
– 2015: 278,3 millones de euros
Estos datos cortan la respiración. Pero entre tanto número rojo hay un dato animante: la deuda va a la baja y los ingresos al alza. Empezamos a vivir conforme a nuestras posibilidades. Hemos vivido tantos años empachados que la digestión está siendo costosa. Pero, como muestra el Informe, una gestión cada vez más profesional y un control estricto de la deuda, hacen que el futuro sea esperanzador.
Como muestra final, un botón: un servidor negoció, en sede de La Liga, un préstamo para un club de los llamados talento medio. 48h para lograr pagar a Hacienda varios millones de euros. De no lograrlos, a Segunda y… a la quiebra. Se lograron, pero pignorando los ingresos televisivos de una temporada completa. En unos años, esto serán historias de hemeroteca. Pero hoy son presente. ¿Por qué? Lo de casi siempre: la avaricia.