La inmensa cinematografía de John Ford (más de 140 películas entre cine mudo y sonoro) es una inabarcable videoteca en la que cualquier aficionado al cine podría encontrar prácticamente de todo.
La legión invencible (insufrible traducción al español del título original, She wore a yellow ribbon) fue la pieza central de una trilogía que fue llamada Trilogía de la Caballería junto a Fort Apache y Río Grande, películas que centraron sus tramas principales en la caballería americana en el Viejo Oeste y todo el mundo que las rodeó.
La segunda, la que nos atañe, fue y es una de las más queridas por los fordianos, pues la película fue una de las más intimistas, evocadoras y tristes de toda la filmografía del director. La acción se sitúa en 1876, unos meses después de la derrota de Custer, en territorio castigado por los indios.
Narra la historia de los seis últimos días de vida militar del capitán Nathan Brittles (John Wayne), que realiza su último servicio: conducir a Soudros Weels a la esposa y sobrina Olivia (Joanne Dru) del mayor Mac Allshard (George O’Brien). En el viaje será testigo de la muerte del vendedor de rifles a los indios. Además, tratará de alcanzar el tercer objetivo de su misión. El film es un homenaje a la caballería, más concretamente a los hombres anónimos que la conformaron; Ford dibuja en el personaje de Wayne al hombre que sacrifica su vida literalmente, pues pierde a mujer e hijo, al servicio de una causa que cree justa para su país. Al mismo tiempo la película se impregna de la tristeza del ocaso de la propia vida, de la llegada no querida de una vejez no asimilada.
El cine de Ford siempre se ha caracterizado por una gran composición de personajes, que adquieren una lectura más profunda de lo que a priori pueda parecer. Es también el caso de La legión invencible, en la que se nos presenta por primera vez lo que más tarde vendría a llamarse western crepuscular y que Ford dominaría como nadie: la visión de un mundo (el del viejo oeste) que se termina, simbolizado en la figura de Nathan Brittles y su jubilación.
La factura técnica del film es impecable, una seña de identidad de Ford; 100% fordiana: una suerte de poema visual que nos narra la melancolía de la llegada del fin. Como siempre el director domina como nadie la composición de las escenas, tanto con personajes como las ya icónicas de Monument Valley; a destacar el impecable trabajo que realiza con las tonalidades rojas en la fotografía del metraje para enfatizar más si cabe el espíritu crepuscular de la película, además de mostrar planos no habituales hasta entonces como podían ser grandes tormentas e incluso nieve. Todo ello cocinado bajo el sello tan personal e íntimo, plagado de autoreferencias al lenguaje fordiano que sólo John Ford era capaz de realizar.
Cualquiera no avezado a sus películas podría creer, tras ver por primera vez La legión invencible, que Ford era un defensor acérrimo de la ocupación americana de las tierras a los indios y de la guerra (de hecho esas acusaciones le persiguieron toda su vida) pero si se es capaz de ver más allá el espectador descubrirá que John Ford era un pacifista consumado, pensamiento que también plasmará en esta película, de una manera tan sutil que supone un ejercicio artístico de tacto en si mismo. Mostrar la paz a través de los soldados, denunciar la guerra a través de las batallas y las escenas épicas. Sólo él era capaz de algo así. Otro antológico western del más grande de los directores.