Desde que Félix Cuadrado Lomas pintó »La siesta en Calzada de los Molinos» hasta que terminó »Palomar frente a la planicie» han pasado casi sesenta años, de 1957 a la última primavera.
Un tiempo en que el artista ha ido evolucionando sin perder nunca su amor por los paisajes, palomares -a veces medio derruidos- bodegones, huesos, mulas, cabras, toros -presentes en la plaza a través de banderillero o capote de gala-, viñas y desnudos.
Son décadas en las que ha jugado a ganar o perder color, se ha acercado a la abstracción desde la realidad y a las líneas sin olvidar el volumen. Es decir, ha realizado un viaje que la exposición pretende recrear a través de los cuadros, elegidos precisamente por su carácter representativo de cada etapa.
Lo más complicado ha sido seleccionar dibujos -muchos de ellos hechos con tinta china sobre papel o cartulina- y algún grabado entre los cientos que guarda en carpetas. Son la memoria de los lugares que ha visitado o de aquellos otros que forman parte de su paisaje vital.