El denominado como Fondo Juncker que va regar con 300.000 millones de euros la deprimida economía europea ultima su puesta de largo envuelto en un mar de dudas. Otra vez, como viene siendo la constante cuando de construir Europa de trata, hay choque de trenes entre los países que como España o Francia están demandado que Bruselas saque la chequera y quienes, como Alemania, sigue defendiendo la austeridad a toda costa.
Una vez más (como en cada paso que se ha dado hasta la descafeinada Unión Bancaria de la que Alemania ha sacado a sus bancos regionales, o en cada medida no convencional del Banco Central Europeo que ha tenido que ser muy duramente negociada con la primera economía de la Eurozona), el objetivo número uno es torcer el brazo de Ángel Merkel. A esa tarea se aplica con todas sus fuerzas el presidente de la Comisión Europa, Jean-Claude Juncker, que ha levantado gigantescas expectativas con un plan que más allá de la cifra total no presenta concreción alguna.
Más allá del debate sobre si los 300.000 millones de euros será suficiente para reactivar a Europa, lo que preocupa es de donde saldrán los fondos que financiaran el proyecto estrella de Bruselas. A nadie se le escapa que la canciller Angela Merkel ha trazado líneas rojas, lo que obliga a la Comisión a buscar en la iniciativa privada lo que la mandataria alemana se niega a poner sobre la mesa.
Entre otras cosas porque Francia se ha puesto a la cabeza de la manifestación que exige liquidez inmediata para salir de la depresión. Pero Merkel no quiere distracciones en la segunda economía de la Eurozona, que sigue mirando para otro lado a la hora de hacer las reformas que exige Bruselas.
Dicho de otra forma, la canciller está dispuesta a que el Fondo Juncker salga adelante, pero a cambio pedirá a Francia que afronte la reforma laboral, la de las pensiones y la del sector público. Merkel no quiere que el país galo acabe convirtiéndose en una bomba de relojería (de una potencia muy superior a la de España o Italia) que acabe de llevarse por delante el lentísimo y muy laborioso trabajo de recuperación de la confianza en la Europa de la moneda única.
En esta situación de máxima tensión, todo parece indicar que el Fondo Juncker servirá como moneda de cambio para que Francia (que solicita a Bruselas una inversión cercana a los 50.000 millones de euros) ponga en marcha las reformas. Aunque el Gobierno galo acaba de aprobar unos presupuestos muy restrictivos (contemplan recortes del gasto público de 21.000 millones de euros), Alemania teme que no será suficiente. Y por eso no quiere tender un puente de plata en forma de cheque en blanco que permita al Gobierno de François Hollande tirar balones fuera.
Por eso, a la espera de que Juncker explique este miércoles al Parlamento Europeo cómo financiará su plan, todos son dudas y especulaciones. Parece que apenas 21.000 millones de euros saldrán de los presupuestos europeos y del Banco Europeo de Inversiones. Una cifra que ha disparado las alarmas, porque son muchos los analistas que considera que es un punto de partida muy pobre que supone que la inversión privada tendrá que cargar con una gran parte del proyecto.
A 48 horas de la presentación del plan, la presión de Alemania no hace sino crecer. Merkel predica con el ejemplo, y aunque el país apenas ha crecido un 0,1% en el tercer trimestre –retrocedió ese mismo porcentaje en el trimestre anterior- ha aprobado un presupuesto para 2015 que consagra el déficit cero. Y lo ha hecho sin oposición política, en un medio de una unanimidad impensable en el resto de países de la UE. Merkel juega con el descontento de una población, la alemana (que entre otras cosas está recibiendo rentabilidades incluso negativas por su ahorro), que cree que ha llegado el momento de dejar de financiar a la Europa con problemas.
A medida que se acerca el momento de la presentación del Plan Juncker, crecen las dudas sobre hasta qué punto permitirá Alemania una barra libre de liquidez financiada a lo grande por la propia Europa. Que la potencia de fuego de la que se ha dotado al Mecanismo Único de Resolución (una de las grandes patas de la Unión Bancaria recién aprobada) sea de sólo 55.000 millones de euros es uno de los ejemplos que ponen los expertos para ilustrar la severidad de una Alemania que no quiere sustos en una Europa cuyo motor económico sigue gripado.
Mientras Alemania pide reformas a Francia en la misma línea de España (el aplauso de Europa a las reformas ha instado al Gobierno que preside Mariano Rajoy a solicitar inversiones de 51.000 millones en los tres próximos años, sólo por detrás de Italia y Reino Unido), Francia pide a Alemania que sacrifique el déficit para duplicar la inversión pública. Mientras ambos países buscan soluciones, el gran damnificado puede ser el Fondo Juncker, que hoy por hoy es toda una incógnita. De la revitalización de Europa a la gran decepción puede haber apenas un paso.