El gas es para Moscú tan disuasorio como su Ejército, pero la crisis de Ucrania ha forzado a Estados Unidos a pensar en la energía como un arma
No va a ser a corto plazo, pero algunos datos inducen a pensar que se avecina una nueva guerra fría entre Estados Unidos y Rusia. Y esta vez no será a base de ojivas nucleares, sino con el gas natural como arma arrojadiza. La crisis de Ucrania y la anexión de Crimea han puesto las cartas boca arriba: Alemania, el país de la Unión Europea que más gas ruso importa, está siendo especialmente cauta en el manejo del asunto; el Reino Unido, que consume la tercera parte que los germanos , es el que con más fuerza enarbola la bandera de las sanciones contra Rusia por haber violado la legislación internacional.
Polonia también sirve como ejemplo. Formó parte de la órbita soviética y no quiere volver a ella ni atada por lo que se ha convertido en el país europeo que más facilidades ofrece a la nueva técnica de la fractura hidráulica, el fracking, para extraer gas natural en su propio territorio y no depender nunca más del ruso.
La nueva diplomacia del petróleo
Pero sin duda el mejor exponente de lo que se está cociendo es Estados Unidos. Cuenta el New York Times que la crisis de Crimea anuncia una nueva era en lo que llama “la diplomacia norteamericana del petróleo”. A saber, la posibilidad de aumentar las exportaciones de gas hacia Europa y reducir la elevada dependencia que algunos países tienen del que procede de Rusia. Algo que, sin duda, cambiaría la forma de afrontar una crisis como la que acaba de producirse.
No es algo nuevo. En sus tiempos como secretaria de Estado, Hilary Clinton creó un departamento dedicado a utilizar el petróleo que empezaba a fluir gracias al fracking como instrumento geopolítico en defensa de los intereses de Estados Unidos en el mundo. Y ese cometido es más tangible que nunca ahora que Estados Unidos ya ha desbancado a Rusia como primer productor de gas natural gracias a esa técnica. Aunque falta un detalle importante: la exportación, en la que Moscú continúa siendo líder indiscutible.
La expectativa de negocio ha hecho que las compañías hayan realizado una veintena de peticiones de permisos para exportar gas y petróleo, pero el departamento de Energía solo ha autorizado seis. El motivo, la posibilidad de que la exportación al exterior eleve los precios energéticos en el interior, con el consiguiente perjuicio tanto para los consumidores como para las industrias que están beneficiándose de unos precios mucho más baratos que los de Europa.
Cautela también en Moscú
En todo caso, la exportación de gas y petróleo se haría a través de depósitos transportados en barco o avión y ello requiere una infraestructura que todavía está en mantillas. Se calcula que no empezaría a funcionar de manera significativa hasta finales de 2015. Lo más posible es que para entonces los habitantes de Crimea ni se acuerden de cómo eran los colores de la bandera ucraniana. Habrá que dar este asunto por zanjado, pero la perspectiva de que lo que queda de Ucrania no dependa del gas ruso (ahora compra a Rusia un 60 por ciento del que consume) será una importante garantía de independencia a medio y largo plazo. Y eso es lo importante.
También hay que tener en cuenta que Moscú no ha utilizado el arma del gas como en anteriores ocasiones, en 2009 por ejemplo, cuando interrumpió las exportaciones a través de Ucrania y causó una crisis humanitaria en los Balcanes y estragos económicos en varios países europeos. ¿Y por qué? Pues porque la situación económica de Rusia no es nada boyante y depende en gran parte de los ingresos que obtiene de la venta de gas y petróleo.
Sus expectativas de futuro son inciertas, mientras que la economía norteamericana está en clara recuperación gracias, entre otras razones, al fracking. Es Rusia, por tanto, la que más podría perder en la hipotética guerra que se avecina y que podría modificar el equilibrio estratégico del mundo.