11 de enero de 1949. Un Ford Sedán está parado en la esquina de la calle Escorial con Legalidad de Barcelona. No hay nadie en su interior, pero el coche llama poderosamente la atención de todo el que pasa por delante: hay sangre por todas partes, tiene los cristales rotos y en su interior se encuentra una maza, también ensangrentada. A nadie se le escapa que es el escenario de un horrendo crimen.
Unos metros más alla, en un huerto cercano, semienterrado, se descubre un cadáver. Se trata de una mujer envuelta en un abrigo de astracán, por el que asoman mechones rubios teñidos de sangre; nadie duda de quién es: Carmen Broto, asidua a las fiestas de la alta sociedad, mujer de vida alegre, mantenida por algunos, adorada por muchos y deseada por casi todos.
Carmen Broto, rubia despampanante, mujer cañón, un bombón llegado a Barcelona desde su Guaso (Huesca) natal como una chica de pueblo para servir en las casas, pero que decidió que a quien iban a servir era a ella, murió a los 25 años de edad de la forma más brutal posible, un crimen que conmocionó a la sociedad barcelonesa de la época.
Porque en él se mezclaron todos los ingredientes que debe tener una buena historia criminal: sexo, poder, ambición, belleza, juventud, pasión… Hay quienes aseguraron que detrás se hallaba una urdida trama para eliminarla, quienes vislumbraron un alto cargo del Régimen como instigador y quienes fueron más allá asegurando que era una miliciana roja ligada a los maquis, una suerte de Mata Hari a la española que tras su vida de lujo y desenfreno ocultaba su verdadero yo-agente doble o incluso una espía nazi.
Lo cierto es que las habladurías perduraron, pero el móvil del crimen pronto quedó esclarecido: el robo de sus joyas. Los autores, uno de los hombres con los que Carmen se divertía habitualmente, su ojito derecho, y junto a él, su padre y un amigo. El primero era Jesús Navarro Manau, hombre de sexualidad ambigua que profesaba, también, un enorme cariño a la joven. Era hijo de un delincuente habitual especializado en abrir puertas y cajas fuertes con llaves falsas.
Es Jesús el que le propone a Carmen, la tarde del 10 de enero, una de sus noches locas. Ella acepta sin pensarlo, y Jesús aparece en su casa, en el Ford, que era alquilado, y con un amigo, Jaime Viñas. El padre de Jesús también está implicado; de hecho, es el que urde el plan, consiguiendo vencer la fuerte resistencia incial de su hijo. Y este plan es sencillo. Una vez en el interior del coche, atacarían a Carmen con una maza y le robarían las joyas. Después, la enterrarían. Nadie iría a buscarla. Ni sus amantes, que quedarían en entredicho, ni su familia.
Pero el asunto se les va de las manos y no cuentan con un factor determinante: la fuerte resistencia que opuso la joven. El primer golpe en la cabeza fue escandaloso: ninguno pensó que tal cantidad de sangre pudiera brotar del cráneo. Además, Carmen no cayó. Aturdida, logró salir del coche, dejando tras de sí un inmenso reguero de sangre.
Al poco, se derrumbó. Entre los tres implicados, trasladaron el cadáver al huerto previsto, a poco metros de donde estaba el coche; lo envolvieron en el abrigo y la enterraron. Pero dejaron tras de sí multitud de huellas incriminatorias. Jaime y Jesús padre se suicidaron con cianuro antes de ser capturados; Jesús, el amigo de Carmen, fue condenado a muerte, aunque le acabaron conmutando la pena por 30 años de cárcel.
El crimen de Carmen Broto conmocionó a la sociedad barcelonesa de la época. La historia de escándalos y juegas que había detrás no dejó indiferente a nadie, como tampoco la brutal forma de morir de la joven Carmen.