Josep Rull es un político catalán de 45 años que ha sido elevado hace un mes por Artur Mas a la categoría de alto dirigente orgánico de su partido, Convergencia Democrática de Cataluña, en la que milita desde que tenía 21 años y en la que ha desarrollado prácticamente toda su actividad, compaginándola con la de ocupar un escaño en el Parlament desde que llegó en 1994 con 28 años. Es el ejemplo del político hecho en casa, que no ha probado el ambiente profesional y competitivo de una empresa o, en su caso, de un disputado despacho de abogados, lo que podría haber intentado pues se licenció en Derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Está claro que prefirió la carrera de militante, que ha consumado ahora con la decision de su jefe de ascenderle para ocupar el hueco que ha perdido Jordi Pujol hijo acosado por su horizonte penal. Rull, que suele lucir sonrisa y da a entender que siempre se halla en el lugar adecuado que soñó, ha hecho carrera en puestos de segundo nivel -concejal en Tarrasa, adjunto al portavoz parlamentario, colaborador en los servicios jurídicos de la Asociación Catalana de Municipios, tercer secretario en el Parlament…- hasta que alcanzó la secretaría de organización de su partido hace dos años, que compatibiliza ahora con ser mano derecha de Artur Mas.
Es evidente que lo que aprecia Mas en Rull, en esta hora de marcha atrás, es su nacionalismo radical en transformación hacia el independentismo. En esa política en zigzag que ahora practica el presidente de la Generalitat, cuando está confesando en petit comité que no habrá consulta si el Tribunal Constitucional la desautoriza (de lo que puede estar seguro; si no, sería un Tribunal sin razón de ser), le encomienda a Rull que siga creando barullo para dar a entender a los socios independentistas de la Esquerra Republicana que mantendrá el pulso al Estado. Ayer tocaba un paso atrás, hoy un paso adelante, mañana otro en oblicuo, y así pasan los días.
Rull ha hecho méritos sobrados en la asignatura del independentismo rampante de Mas, aplicando a ese propósito toda su capacidad de fabulación. Hace justamente un año presentaba un folleto que describía una Cataluña independiente idílica que crearía 300.000 puestos de trabajo y tendría de pronto una tasa de paro equivalente a la media de la UE, que sería uno de los primeros países de Europa y que mejoraría su relación con España ¨en igualdad de condiciones¨, porque ¨no hay razón jurídica ni política para pensar que Cataluña quedaría fuera del euro¨, afirmación que contrastaba con lo que ya estaba diciendo toda la Unión.
Y ahora el fiel Rull sigue en las mismas, en la ficción quiero decir. Ahora promete que el referéndum independentista anunciado para el 9 de noviembre se celebrará aunque lo suspenda el Tribunal Constitucional porque ¨nosotros somos gente seria y cumplimos los compromisos¨, en referencia a su pacto con los grupos secesionistas de la región. No hay certeza de la calificación que Rull obtuvo en la asignatura Derecho Constitucional, aunque consta que la cursó pues obtuvo la licenciatura universitaria, pero a lo peor no le quedó claro que una Constitución es una ley superior que obliga a todos y condiciona la legislación que se deriva de ella.
Uno de los componentes decisivos de la locura política en que consiste el proceso secesionista catalán puesto en marcha por Artur Mas es la mentira. Han mentido en la legalidad del proyecto, que es indubitadamente ilegal pues una Comunidad Autónoma no tiene competencias para convocar un referéndum que afecte a la estructura del Estado ni una parte de los ciudadanos puede tomar una decisión por el conjunto. Han mentido al asegurar que en la democracia no se puede prohibir votar, pues se vota cuando hay convocatoria legítima no cuando lo determine quien no puede convocar. Han mentido al asegurar la legalidad de una ley votada en el Parlament -la que dicen que «legalizará» el referéndum- pues ninguna ley puede oponerse a la Constitución ya que está sometida a ella. Han mentido al asegurar que es un proceso normal y civilizado cuando es inconstitucional, antidemocrático.
La seriedad que se arroga Josep Rull es la última mentira formulada. Porque, en política, gente seria no es la que se salta la ley sino quien la cumple, no es la que construye ficciones sino quien reconoce la realidad, no es la que lleva a la gente a una situación de crisis sino quien resuelve los problemas, no es la que acusa a los demás de los conflictos que ella misma crea, no es la que pone en vilo a todo un país por una ensoñación de egoismo político que conduce a un precipicio. Rull debería saber que los compromisos ilegales -como los que ha establecido su partido para una independencia por las bravas- son precisamente los que no se deben cumplir y que lo que justifica a un político es someterse a la ley que obliga a todos los ciudadanos. Sería cómico que Mas, cuando dé la definitiva marcha atrás, fuera quien le hiciera entrar en razón después de haber excitado la proeza. Es lo que tienen las extravagancias, que a veces acaban en sainete.