Si el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva es encarcelado, la Lava Jato, la mayor operación anticorrupción de Brasil, «se esfuma» tras cumplir «su objetivo» de «reprimir el proyecto progresista en Brasil», opina el excanciller Celso Amorim.
Excanciller de Itamar Franco (1993-1995), de Lula (2003-2011) y exministro de Defensa de Dilma Rousseff (2011-2015), Amorim defiende la inocencia del expresidente y advierte que su posible encarcelamiento mandaría un mensaje «perverso» al pueblo brasileño y abriría un periodo de «convulsión social», en una entrevista con Efe en Río de Janeiro.
Lula fue condenado a finales de enero a doce años por un tribunal de segunda instancia que le encontró culpable de un delito de corrupción pasiva supuestamente por recibir sobornos -un apartamento en la playa- a cambio de favorecer a una constructora.
«Las acusaciones son ridículas», asegura Amorim, que sostiene que Lula «nunca se benefició personalmente» y denuncia que «lo más importante es la presunción de inocencia, pero en el caso de Lula hay presunción de culpa».
La condena acerca al líder del Partido de los Trabajadores (PT) a la inhabilitación política y la cárcel, aunque Amorim confía en que los recursos pendientes antes la Justicia frenen el proceso.
«El pueblo no cree en el juicio que se le está haciendo a Lula», afirma, y recuerda que, tras la condena, el expresidente -que afronta otras seis causas por corrupción- ha consolidado su ventaja en las encuestas para las elecciones presidenciales del próximo octubre.
«Inhabilitar políticamente a Lula sería un fraude», insiste, y su ingreso en prisión «sería lamentable, sería decirle al pueblo brasileño que no puede tener esperanza de mejorar, que la élite que gobierna Brasil y que siempre gobernó va a ganar».
Encarcelar al expresidente «daría al pueblo un mensaje perverso» y «entraríamos en una época de mucha convulsión social, porque no hay cómo canalizar estas aspiraciones de reforma que el PT y Lula canalizan, porque Lula es mucho más que el PT, abarca una esfera mucho mayor».
El encarcelamiento del exmandatario supondría, a su juicio, el final de la Lava Jato, la macro-operación contra la corrupción que encabeza el juez Sergio Moro.
«Acaba la Lava Jato, se esfuma, porque el objetivo habría sido alcanzado», afirma el diplomático (Santos, 1942).
El objetivo, en su opinión, es «reprimir el proyecto progresista en Brasil», y el proceso comenzó con la destitución de Dilma Rousseff, en 2016.
Un «lamentable espectáculo» que terminó «en lo que quizá fue el día más triste para la democracia brasileña, no solo por lo que votaron, sino por la manera en que votaron, demostrando una total falta de visión de país y de sociedad», agrega.
«Lo que ha ocurrido con Dilma y lo que intentan hacer con Lula, va a generar mucha revuelta, ahora como esa revuelta se va a manifestar, si va a ser en la calle, no sé, pero será muy negativo para el país», augura.
Amorim defiende que «quieren impedir que Lula vuelva al poder» y por eso se niega a hablar de un «Plan b», de una candidatura presidencial alternativa para las presidenciales.
«Sería diversionismo» y «daría ventaja a la oposición», apunta, aunque algunos medios locales empiezan a barajar nombres -incluido el suyo- para sustituir a Lula en la candidatura del PT.
El diplomático se confiesa optimista y convencido de que el nombre de Lula estará en las listas, y apuesta por un programa que incluya una reforma política para garantizar la gobernabilidad del país.
Una reforma que considera imprescindible porque el sistema electoral brasileño «es vulnerable a la corrupción, las elecciones son caras y eso acaba haciendo que el poder económico tenga más influencia».
Lula, justifica el exministro, no pudo hacer esa reforma durante su gestión porque no tenía la mayoría parlamentaria suficiente.
Además, «no es momento de hacer autocrítica. Es momento de resistir», concluye Amorim, considerado en 2009 por la revista estadounidense Foreign Policy como «el mejor ministro de Asuntos Exteriores del mundo».