Los Príncipes de Asturias se encontrarán mañana, en su visita a Tarazona (Zaragoza), con una catedral «deslumbrante», tras catorce años de una restauración «concienzuda» y respetuosa en la que se ha buscado la compatibilidad de todos los materiales empleados para minimizar los problemas posteriores.
Don Felipe y Doña Letizia conocerán así una de las joyas arquitectónicas de Aragón, de esqueleto gótico, interior renacentista y elementos mudéjares, que reabrió sus puertas el pasado mes de abril después de treinta años cerrada a causa de su deterioro.
Durante los últimos catorce años este templo ha estado sometido a una restauración en la que no se ha puesto un material pétreo sin el visto bueno de la geóloga zaragozana Cristina Marín Chaves, especialista en petrología aplicada a restauración, caracterización de rocas, ladrillos y morteros.
Marín recuerda en una entrevista con Efe que cuando entró en su interior, era un edificio «oscuro, en penumbra, casi lúgubre», un «enfermo con muchos problemas y una piel muy arrugada» que se ha transformado en un templo lleno de luminosidad del que ahora los turiasonenses se sienten «orgullosos» y que ha generado mucho turismo en la zona.
Pero esta conversión ha requerido de un trabajo «tremendo» porque la catedral estaba de «mírame y no me toques», con poca resistencia mecánica de la piedra y el consiguiente peligro de derrumbe, y en la que era necesario también recuperar sus colores.
Una de las primeras misiones fue la de dar fuerza al cimborrio y que «se sostuviera por sí mismo», lo que requirió de una importante labor estructural, así como controlar las humedades, a la que se dedicaron cinco años, de ahí que durante los primeros años el trabajo «apenas se veía».
El motivo, según la petróloga, era que la catedral se construyó con los materiales que había cerca, de mala calidad, con mucho componente arcilloso que había derivado en pérdidas de relieve y además había sido sometida a distintas restauraciones «contraproducentes».
Para proceder a la restauración es necesario hacer un «mapa de daños espacial y temporal» y para ello hay que conocer la historia del monumento, dónde está cimentado, qué le ha pasado y qué materiales se han utilizado.
Y es que, según Cristina Marín, cada edificio «es un mundo» y mientras unos trabajos son una «auténtica labor estética», como alguna de las torres del Pilar, por dentro se sostienen «de milagro».
Los romanos, afirma, seleccionaban perfectamente los sillares y morteros, en la Edad Media también se utilizaba buena calidad pero en el barroco se usaban peores morteros y material, un aspecto que, según ha explicado, se evidencia en el Monasterio de Rueda, donde la parte levantada por los cistercienses está conservada perfectamente y la barroca «hundida».
Para Cristina Marín, la rehabilitación de la catedral de Tarazona ha sido un «auténtico máster» del que se siente muy orgullosa porque le ha requerido desarrollar un trabajo «muy concienzudo» para elegir los materiales, que tenían que ser del mismo tipo aunque de mejor calidad, e incluso hasta la pintura utilizada para permitir la transpiración del muro.
Ha sido un proceso al que no se ha dedicado sola, ya que ha estado supervisado por el catedrático de Mineralogía y Petrología de la Universidad Politécnica de Madrid, José María García de Miguel, y que ha podido desarrollar con libertad gracias a que ahora los arquitectos «escuchan» y se rodean de un equipo multidisciplinar para realizar la labor.
Su trabajo, al que se dedica de forma autónoma, es «duro, altamente cualificado, pero gratificante», que ha exigido previamente «años de andamio», ha resaltado la petróloga, quien ha advertido, además, de que la catedral de Tarazona no está acabada y todavía falta actuar en capillas y bóvedas.
Por ello, ha hecho hincapié en que el principal enemigo de la piedra son los factores económicos: que no se siga restaurando y que cuando se concluyan las rehabilitaciones no se prosiga con el mantenimiento. M. Rosa Lorca