La zona de la maratón de Boston en la que tres personas murieron tras estallar dos bombas ya es calificada por todos como zona de guerra. La zona de fiesta y de celebración se convirtió en una zona en la que los testigos aseguran que vieron piernas por todas partes. Los infantes de Marina que ayudaban en la zona no daban crédito: “Hay sangre por todas las partes», decían.
Calles llenas de sangre y heridos por todos los lados. Esta fue la consecuencia del brutal atentado que asoló ayer a la ciudad de Boston. Los profesionales de la medicina tuvieron que actuar con rapidez para atender al centenar de heridos que comenzaban a agolparse en los hospitales.
Los golpes y dolores en las piernas junto a las ampollas eran las heridas más comunes entre los asistentes. Sin embargo, había otros con heridas más graves que ponían en peligro su vida. Los doctores tuvieron que enfrentarse en esos momentos a amputaciones que hicieron temer lo peor a las víctimas.
Las explosiones rompieron numerosas ventanas y el humo cubrió el cielo. Las víctimas se apilaban a los lados de la carretera dando la impresión de un campo de batalla. Las explosiones ocurrieron varios minutos después de que los corredores de elite concluyeran la cartera.
Alrededor de 30 personas fueron trasladadas a hospitales bajo Código Rojo, es decir, lesiones potencialmente mortales. «Vamos a averiguar quién hizo esto, vamos a averiguar por qué hicieron esto», prometió el presidente Obama, en un discurso desde la Casa Blanca. «Las personas responsables, los grupos responsables sentirán todo el peso de la justicia
Y las imágenes también hablaban por sí solas. La mayoría de los heridos son espectadores que estaban en la línea de llegada para ver a los corredores. Allí es donde se produjeron las explosiones. Tal y como contaba Roupen Bastajian, de 35 años, un policía del estado de Rhode Island y ex infante de marina al New York Times, «hay tanta gente sin piernas… Hay sangre por todas partes; es horrible, hay también fragmentos de huesos».
Bastajian, que ayudó a varios de lso heridos, señala que pusieron multitud de torniquetes. Por su parte, Deirdre Hatfield, de 27 años, contaba al mismo periódocos que estaba a unos pasos de la línea de meta cuando escuchó una explosión. Vio cuerpos volando a la calle. Y vio a un par de niños que parecían estar sin vida. También vio a gente sin piernas.
En el momento de las explosiones, muchos de los corredores estaban entrando en la meta; algunos, metros antes de llegar, se dieron la vuelta al oír las deflagraciones. «Es un poco irónico que alquien que acaba de terminar una maratón quiera seguir huyendo», contaba Sarah Joyce, de 21 años, quien acababa de terminar su primer maratón cuando oyó la explosión.
La mayoría de los heridos tenían sus lesiones en la parte inferior del torso. El padre Brian Jordan, franciscano, contaba a NYT que antes de la carrera, había celebrado una Misa con un grupo de unos 100 corredores, y que entre ellos se encontraban agentes del cuerpo de Bomberos de Boston, de la Policía e incluso algunos miembros de la armada.
El padre Jordan, veterano corredor de hasta 21 maratones de Boston, cuenta que tras las explosiones acudió al lugar para atender a los heridos: «Me puse el hábito; todo lo que podía hacer era calmar a la gente que estaba tendida en el suelo».