Desde hace semanas no se dejan de escuchar en los medios de comunicación noticias del conflicto sectario entre suníes y chiíes, las dos facciones mayoritarias de la religión musulmana.
Las últimas noticias nos hablan de atentados masivos durante celebraciones chiíes en Afganistán o Irak o del carácter sectario que está tomando la primavera árabe en Siria. Pero, ¿por qué el pueblo árabe, una civilización que debería estar unida por su religión, el Islam, se está destruyendo de forma interna? ¿Por qué los unos luchan contra los otros? ¿Quiénes son los suníes y quiénes los chiíes y por qué están enfrentados?
Puede que este sea uno de los casos inexplicables que no tienen explicación, o cuya razón se encuentre simplemente detrás de intereses políticos o económicos concretos muy localizados, más allá de las desavenencias religiosas que uno podría presuponer, según han explicado a Teinteresa fuentes de la diplomacia española en la región.
Un conflicto que se reaviva tras catorce siglos de convivencia pacífica
El conflicto entre suníes y chiíes se remonta a la etapa inmediatamente posterior a la muerte del profeta Mahoma (6 de junio del año 632). Con la desaparición del que para los musulmanes fue el último profeta, se produjo una disputa entre quien debía sucederle para dirigir las tareas de la comunidad islámica.
Los denominados suníes, cuya corriente es practicada por la gran mayoría de musulmanes (un 85%), fueron partidarios de elegir en asamblea al líder y, así, fue nombrado a Abu Bakr, suegro y amigo de Mahoma.
Los que se hicieron llamar chiíes, que hoy en día conforman el 10% de la comunidad islámica, opinaban que Ali, primo de Mahoma, que se casó con su hija Fátima, era el sucesor natural por haber sido designado por el propio profeta antes de su muerte. De hecho la palabra chií deriva de la palabra árabe “shia”, que significa facción, en referencia a la que fue llamada la “shia Ali”, la facción seguidora de Ali.
Así, la principal discrepancia de estas dos facciones fue la forma de elegir a su líder tras la desaparición de Mahoma, pero esto fue hace ya casi 14 siglos. En la actualidad, el conflicto, que no puede considerarse como una guerra real entre dos bandos, es, más que una cuestión religiosa, un enfrentamiento por el poder de ciertas clases políticas locales.
Surgen así enfrentamientos sobre las propiedades de algunos terrenos o lugares sagrados, como las mezquitas, que son reivindicados como propios por los pueblos de las dos facciones; o se intenta marginar a alguna de las dos corrientes para aglutinar poder a favor de unos u otros.
De esta manera, la división del islam en estas dos facciones que comenzó por un conflicto de intereses, continúa siendo a día de hoy un asunto de disputa por el poder.
Durante estos catorce siglos, tras la muerte del profeta, ambas corrientes del islam han convivido en paz y solo es en la última década cuando las diferencias entre unos y otros han sido magnificadas y fomentadas para servir a estos intereses geopolíticos llevando a cabo una demonización mutua, según señalan las fuentes.
La gran parte de los musulmanes, tanto chiíes como suníes, se consideran hermanos, pero una minoría sigue empeñada en perpetuar el conflicto para crear confusión entre la población y aglutinar poder en torno a una falsa causa: la de imponer una interpretación sobre la otra. De hecho, las diferencias entre la corriente chií y suní son puramente anecdóticas y se reducen a pequeños detalles.
Las diferencias entre la corriente chií y suní del islam son mínimas
Todas las facciones del islam reconocen la existencia de un solo dios, Allah y un libro, el Corán, y creen en todos los profetas enviados por dios, incluido Mahoma.
De acuerdo con los chiíes, el hombre es libre de elegir sus actos por lo que necesita de un guía (Imán) que le permita discernir entre el bien y el mal. Este guía ha de ser descendiente del profeta por vía de su hija Fátima, según la interpretación chií del islam. De la pareja formada por Fátima y Ali, el primer imán, desciende el resto.
Aunque los suníes no contemplan la necesidad de un guía, también han seguido a varios líderes a lo largo de su historia y, pese a que no creen en la autoridad de un clero, si ven necesarias las escuelas de interpretación del islam, donde los denominados «ulemas» reciben respetos similares a los imanes chiíes, con la diferencia de que los líderes suníes no son considerados »libres de pecado» como los »santos» imanes chiíes.
Dejando de lado la cuestión de liderazgo del islam, las diferencias entre chiíes y suníes son, como hemos señalado, mínimas.
Mientras los suníes tienen cinco momentos de oración al día (al amanecer, al mediodía, por la tarde, al ocaso y por la noche), los chiíes suelen reducir esos momentos a tres (al amanecer, al mediodía y al ocaso).
Antes de la oración, los musulmanes realizan un ritual de purificación dictado por las escrituras del Corán: «Vosotros que creéis, cuando vayáis a rezar os lavaréis la cara, los brazos hasta los codos, limpiaréis vuestras cabezas y os lavaréis los pies hasta los tobillos». (5:6) Los suníes se lavan además la boca, la nariz y las orejas y a la hora de lavarse los brazos lo hacen desde la mano al codo, a diferencia de los chiíes que lo hacen en dirección contraria.
El Zakat (impuesto) que se impone a los musulmanes como forma de redistribución de la riqueza es reconocido por ambas facciones, la diferencia es que los chiíes se lo dan al representante del Imán y los suníes no suelen utilizar intermediarios, aunque depende de las leyes de cada país
El Hach (peregrinación a La Meca) es obligada una vez en la vida para todos los musulmanes, siempre que problemas económicos o de salud no lo impidan. Sin embargo, los chiíes establecen la justicia social por encima de este deber. Así, si un conocido pasa necesidades, no es ético gastarse el dinero en una peregrinación en lugar de ayudarle.
La Mutah (matrimonio temporal) está permitida por el Corán, según la interpretación chií, en el fragmento: «Y aquellas con quienes concertéis la Mutah, dadles la dote obligatoria.» (4:24); y era practicado en la época del profeta. Sin embargo, se prohibió durante la época del segundo califa, Umar, y la prohibición la siguen manteniendo los suníes, quienes acusan a los chiíes de utilizar esta práctica como una forma encubierta de prostitución.
Otra de las diferencias es la veneración de santos. Mientras los suníes no aceptan los santones, los chiíes son muy dados a la veneración de figuras que han llevado una vida ejemplar, a los que dedican numerosas capillas y ermitas que son objeto de peregrinación.