Miércoles negro en el El Cairo. Un día que pocos olvidarán. El país se sumió en el caos, mientras las fuerzas de seguridad egipcias atacaban los campamentos improvisados construidos por los partidarios del depuesto presidente Mohamed Mursi por toda la capital. Hay versiones contradictorias sobre el número de personas que han sido asesinadas durante los enfrentamientos sangrientos, aunque fuentes oficiales hablan de, al menos, 235 pero lo que está claro es que los acontecimientos del miércoles harán una solución pacífica a la crisis política de Egipto aún más difícil.
El poder egipcio surgido tras el golpe militar que depuso al presidente Mohamed Mursi está dividido entre los halcones intransigentes y los partidarios del diálogo con los islamistas pese a que estos han multiplicado las amenazas en los últimos tiempos, según los expertos. Desde hace semanas, el gobierno interino designado tras el derrocamiento de Mursi el 3 de julio amenazaba con dispersar las sentadas de los partidarios del exjefe del Estado que paralizaban diversos barrios de El Cairo, así como la preparación de las elecciones prometidas para principios de 2014.
DOS BANDOS ANTAGÓNICOS
«Hay dos tendencias que se enfrentan en el gobierno», explica a la Rabab al Mahdi, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Americana de El Cairo. Y lo demuestra la dimisión de El Baradei. El ministerio del Interior y el ejército encarnan la mano dura, favorable a una intervención. «El otro campo, representado por el vicepresidente Mohamed El Baradei y el viceprimer ministro Ziad Bahaa Eldin, tiene una percepción más democrática», señalan.
Antes de su dimisión, El Baradei ha instado repetidamente a que se asocie a los Hermanos Musulmanes, movimiento de Mursi, a la transición política. Su adiós señala que no ha sido escuchado y deja más que tocado al Gobierno ante la opinión pública, aunque para él sea la decisión más cómoda.
Las autoridades están entre dos fuegos: por una parte, la presión popular les exhorta a la represión y, por otra, la comunidad internacional les pide contención. Los partidarios de Mursi, por su parte, repiten hasta la saciedad que no cejarán hasta que vuelva al poder el primer presidente democráticamente elegido en Egipto.
En un país donde las protestas siempre se han reprimido con mano de hierro, las precauciones del gobierno son una novedad que pone de manifiesto la gravedad de la crisis que sacude a Egipto.
«No se trata de una sentada como las que suele hacer frente la policía. Se trata de la fuerza política mejor organizada del país y la policía sabe que el precio a pagar será mucho más alto que en anteriores manifestaciones», señalan los expertos. Por este motivo, pero también a causa de las divisiones internas del gobierno y de la presión internacional para que evite un baño de sangre, «el gobierno no tiene carta blanca para administrar las manifestaciones».
No obstante, el recrudecimiento de los ataques de los combatientes islamistas tanto en el país como en el extranjero podría inclinar el fiel de la balanza hacia una solución en la que prime la seguridad. «En caso de que crezca la amenaza en el Sinaí, igual que los acontecimientos en Yemen o en Pakistán, el gobierno podría decir que lo que ocurre es prueba de que los islamistas caen en el terrorismo, y esto rebajaría un poco la presión», estiman los expertos.
Para Karim Ennarah, de la influyente ONG Iniciativa Egipcia para los Derechos Humanos, el gobierno se encuentra ante un dilema. «El ministerio del Interior no sabe hacer frente a las manifestaciones sin que haya muertos: aunque no tenga la intención de matar, activa una escalada» ya que «la policía no sabe o no puede hacer frente a este tipo de manifestaciones con un uso proporcionado de la fuerza», asegura.
Pero independientemente de las precauciones que adopten las fuerzas de seguridad, la actitud de los manifestantes será determinante en los próximos días o las próximas semanas, como ha apuntado John Kerry, secretario de Estado norteamericano.
Así que mientras Irán habla de guerra civil, la Comunidad internacional reniega de la violencia, lo cierto es que la polarización de Egipto es una realidad y la coyuntura política se presenta más que complicada. Lo que pase a partir de ahora depende en gran medida de si la Hermandad puede calmar la calle y participa en la sociedad. Si no la represión seguirá porque lo que no va a ocurrir es que Mursi vuelva. Si la Hermandad trata de movilizar aún más a sus seguidores estará condenada a la clandestinidad de los 60 o a conducir el país a una guerra civil que no interesa a nadie… salvo a los grupos más extremos. Y queda el viernes, un día especialmente problemático tras la oración.
Por el momento, el jefe del gobierno interino egipcio ha prometido continuar la aplicación del proceso que debe conducir a unas elecciones a comienzos de 2014 y justificó la violencia por la necesidad de «garantizar que se lleven a cabo las elecciones», a comienzos de 2014. Prometió que respetará sus compromisos concernientes a la «hoja de ruta» impuesta por el ejército al gobierno interino nombrado después de la destitución del islamista Mursi. En manos del Gobierno de Egipto y la comunidad internacional está dar los pasos para que este miércoles de sangre no se convierta en un rutina.