Vivir sintiéndose vivido
¿Es posible caminar sin nuestros pasos, recordar estrellas que no hemos visto o acordarse de haber tocado cosas que no hemos tocado? Sí, es posible. Nos lo asegura Pedro Salinas en ese inmenso y espectacular poema de amor que es La voz a ti debida: “Qué alegría, vivir / sintiéndose vivido. / Rendirse / a la gran certidumbre, oscuramente, / de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, / me está viviendo”.
Y el poeta riza el rizo: “Que hay otro ser por el que miro el mundo / porque me está queriendo con sus ojos. / Que hay otra voz con la que digo cosas / no sospechadas por mi gran silencio; / y es que también me quiere con su voz”.
¿Y qué vamos a hacer con esta dicha honda que nos derrite el alma y los sentidos? Pues lo que siempre han hecho los enamorados: afinar las cuerdas del corazón para ponerlo a tono y corresponder; para ponerlo a punto y agradecer con obras. “¡Y, ay, cómo quisiera ser / una alegría entre todas, / una sola, la alegría / con que te alegraras tú! / Un amor, un amor solo: / el amor del que tú te enamorases”.
Abierto por amor
El corazón es un inmenso campo de batalla: hay heridas; hay pasiones; hay cadáveres rotos por el suelo. Y luego está la sangre. Mucha sangre. A veces derramada con orgullo; otras, de forma miserable.
Es doloroso comprobar cómo las múltiples batallas de la vida pueden encanallar el corazón. “Hazte roca”, nos dicen algunos con la mejor intención del mundo. Pero uno sospecha que el corazón de piedra y su correspondiente cartel de “cuidado con el perro” solo traerán amarguras a los nuestros.
“A toda costa debo mantener amor en mi corazón. Si voy a la cárcel sin amor, ¿qué será de mi alma?”. Me mola todo el coraje moral a quemarropa del último Oscar Wilde. Sí, el de los pies de barro y el corazón arrepentido. Humano, demasiado humano. Y a quien le escandalice este modelo que se busque otro. No importa. La idea creo que se entiende. Porque nos da la gana, elegimos la bondad sobre el cinismo. Soñadores o no, nos colgamos sobre el corazón un cartel con luces de neón: “Abierto por amor”.
Corazones rojo pasión
Desde pequeños los vimos en los árboles: corazones redondos de alegría, traspasados por una flecha de punta afiladísima. Alrededor, los pertinentes nombres. Sí, definitivamente se querían. Y uno intuía que el color de aquellos corazones tenía que ser rojo. Porque el rojo siempre le sienta bien a la pasión.
Y pasaron los años. Y fuimos comprobando que las ganas a veces se extravían. Que la facilidad de entonces –amar, tal vez sufrir…, pero en volandas– empezaba a hacerse cuesta arriba. Poco a poco. Y el rojo fue perdiendo vigor. Y nosotros, acostumbrados a ver parejas de la mano con puestas infinitas de sol, nos asustamos… ¿Será normal este decaimiento de la sangre?
Pero los corazones seguían reluciendo a su manera, grandes y rojos. Gracias a lo que W. Bradford Wilcox llama “el círculo virtuoso de la generosidad”; o sea, esa corriente de amor que lleva a las personas que se quieren a poner en la hoguera detalles de servicio, de forma habitual y gratuita; actos de entrega “nacidos para arder, / para arder siempre” (Dámaso Alonso).
Cualidades que importan
Tenía una sonrisa encantadora. Y los ojos, ¡buah!, los ojos… no se sabía si eran los de un incendio o los de una gata. Sí, claramente, la profesora de literatura merecía una carta de amor. Pero la carta fue interceptada por el subdirector del colegio… Y al chaval de 12 años casi le cuesta la expulsión. ¿Valió la pena? Al cabo de los años, un pajarito nos confirma que sí. Que aquella prueba, como el sarampión, había que pasarla cuanto antes.
Uno no puede permitirse estas chiquilladas en la edad adulta. Y probablemente tampoco las desea. Sobresaltos, los justos. Nos gusta la estabilidad que aportan ciertas cualidades que quizá no valorábamos tanto en los amores de juventud: la bondad, la honradez, la fidelidad, la disposición al sacrificio…
Según el equipo de investigadores de la Fundación Educativa Internacional de América Latina, son precisamente las cualidades internas (lo cual no significa excluir otras) las que más aprecian quienes llevan tiempo casados. En la misma línea, Judith S. Wallerstein y Sandra Blakeslee sostienen en »The Good Marriage» que los matrimonios que se consideran felices son los que ven a su cónyuge como una persona “noble, moral y merecedora de admiración”.
PD.: La profesora de literatura era pelirroja… Como también lo era el subdirector del colegio inglés que interceptó la carta. ¿Cualidades que importan?
El poder subversivo del amor
Desde hace varios años, la cadena de distribución John Lewis sorprende al público británico con sus emotivos anuncios navideños. En el de 2011 (‘The Long Wait’), un niño pequeño con un gran corazón se muere de ganas por entregar a sus padres el regalo de Navidad. El problema es que todavía faltan varios días para la Nochebuena; el chaval está como una moto; y los padres, que no sospechan nada, bocas. Al final, el crío corta por lo sano y –con una amplia sonrisa– desbarata la larga espera.
En el anuncio de este año (‘The Journey’), un muñeco de nieve deja plantada y cariacontecida a una muñeca de nieve para emprender un viaje épico. El muñeco atraviesa montañas, ríos, bosques, carreteras… hasta que llega a una ciudad donde por fin encuentra el regalo perfecto para una persona muy especial. Solo al final del anuncio nos enteramos de que la muñeca plantada es quien ha inspirado en todo momento la larga travesía del muñeco.
La canción que acompaña al viaje se titula ‘The Power of Love’. Mmmm, ¡qué interesante! En un tiempo en el que lo emocionalmente correcto es ensalzar las relaciones amorosas a toda pastilla, este anuncio hace una opción preferencial por el poder secreto de la paciencia. Frente a la estética de los aspavientos, su puesta en escena desborda ternura y humanidad. Es la fuerza pacífica del amor-entrega. “Nadie como el que ama mejora tanto el mundo”, dice en uno de sus versos más redondos el poeta Carmelo Guillén Acosta.
Elogio del marido gris
Por increíble que parezca, es probable que no todos los maridos del mundo escriban poemas de amor. Ni que suspiren por ver la última película inspirada en Jane Austen & the Brontë Sisters Factory Dreams (¡rápido, rápido, un pañuelo!).
Pero, ¡cuidado!, no subestimemos el romanticismo de esos maridos “grises” que se gastan la vida y el cariño por sacar adelante a su familia. Porque esos tipos –imprevisibles, indomables, incorregibles– pueden llegar a ser más delicados y ardientes que un fugaz donjuán.
Yo ahora me callo y dejo al poeta Enrique García-Máiquez hacer el elogio de la prosa doméstica:
Sensibles treintañeras, que algún día leáis
mis versos encendidos de pasión conyugal
y soñéis un poeta con cierto aire bohemio
pero a la vez monógamo y siempre muy romántico,
sabed que yo los hice a una como vosotras
–idéntica– y que ella, sin embargo,
prefería, sin duda,
que pusiese la mesa y fregase los platos.
Un monumento a Juani
Pedro es (era) el conserje del edificio donde viví unos años. Un tipo fuerte y socarrón. Aficiones: mirar a los ojos de Juani, su mujer; y recoger setas los fines de semana en el campo con Juani.
Al poco tiempo de mudarme de piso –mileurismo obliga–, me entero de que a Pedro le ha dado un ictus. Se queda mal, muy mal. En una silla de ruedas. Y entonces es cuando Juani se enfunda el mono verde. Mientras limpia la portería, cuida a Pedro.
Yo les visito a veces. —“¡Buenos días, Juani!”. —“Buenos días, Pedro!”. —“¡Buenos días, Juan!”. Hay progresos. Hay ternura. Hay sacrificio. Supongo que la procesión va por dentro.
A quien corresponda: ¡Un monumento a Juani ya!
Enamorados vintage
Me gustan las películas en blanco y negro. Ésas en las que la protagonista dejaba caer, muy delicadamente, un pañuelo. Y el candidato se acercaba haciéndose el tonto. —“Perdone, señorita, se le ha caído al suelo”. —“Oh, muchísimas gracias”. Y aquello era el comienzo de una historia de amor. Pura seducción.
Sí, en las películas clásicas, todo era muy sutil. Había muchos grises. Muchos matices. Y aquellos eran tipos duros, capaces de encender cigarrillos con la mirada. Y ellas, auténticas panteras negras, tan fieras como hermosas. En la pantalla, se amaban con respeto; precisamente cuando estaban expuestos a la mirada de todos, las suyas delataban que se estaban amando con intimidad.
El amor-intimidad trata de construir algo valioso con la persona amada: lo cultiva como un jardín cargado de tesoros. Así aparecen los detalles, así se aprecia más. Es lo que sugiere el poeta Adam Zagajewski en unos versos: “Pensé en ti, en nuestra intimidad, en cómo / huelen tus cabellos cuando empieza el otoño”.
Enredados en el amor platónico
El amor platónico encuentra un aliado perfecto en las redes sociales. En ellas las expectativas ideales se multiplican. En ellas nos presentamos amables, divertidos, abiertos de mente… Pero las relaciones de carne y hueso, lo sabemos, no son un mundo de algodón.
“El amor nos expone; nos desenmascara”, dice Jonathan Franzen. Saca a la luz lo bueno y lo malo de nosotros mismos. Y eso es precisamente lo que nos hace ‘amables’ ante una persona concreta, y no ante todo el mundo.
El amor real ama lo concreto, mientras que el amor platónico divaga entre las margaritas de lo posible. “En el amor, tienes que identificarte con las alegrías y las penas de una persona como si fueran tuyas, y esto supone entrega”, añade Franzen.
“Le gusta gustar”. Me hace gracia esta frase. Lo que está claro es que los juegos de espejos terminan aburriendo a cualquiera. Al final, como en el mito de la caverna de Platón, hace falta salir a la calle y rozarse con la gente para comprobar que el amor o es concreto o se evapora por idílico. Gustar o no gustar, Facebook: ésa no es la cuestión.
Es frágil y es amor
Estás durmiendo poco y mal. Algo te inquieta. Y, sin embargo, la gente nota que te brillan los ojos. —“¿Y esa locuacidad, chaval?”. — “Ya ves, el invierno. Que últimamente está que arde”. Y sigues durmiendo poco. Porque le das vueltas a todo, porque podría ser pero quizá quién sabe… De la dichosa margarita de la suerte no quieres saber nada. Porque, en el fondo, sabes que no es cuestión de suerte. ¿Me quiere o no me quiere? Ufff. Aquí no hay quien concilie. En fin, mañana Dios dirá.
A tu mejor amigo le tienes frito. Ya le has contado cientos de veces que has conocido a la mujer más increíble del mundo. Y él se alegra. Se alegra mucho. Pero también te gasta alguna broma. — “¿De qué color es ese cuadro?”. — “Azul”. — “Pues no. Es verde… ¿Y la silla?”. Pero no entras al trapo. —“Tío, en serio, que estoy siendo objetivo”.
Durante estos días, estás un poco más sensible (un poco) a las noticias rosas. Y, como siempre, hay de todo. Que si futuros negros y corazones rotos. Que si nada es eterno y bla, bla, bla… Y te entra el canguelo. Pero entonces te acuerdas de esos versos que escribiste hace ya algunos años y que ahora, no se sabe por qué, estallan en mitad de la noche: “Es hermoso querer / en condiciones tan precarias”.
Se te nota. Estás enamorado. Desde ahora, todo se hará sin prisas y a su ritmo. Para que sea amor. Para que no sea frágil.
Esa mirada tuya
Llevaba tiempo sin verle. Feliz y charlatán, me presentó a su novia. Y después, el anuncio: “¡Nos casamos!”. Y él no paró de hablar. Y ella, venga a mirarle. Y luego intercambiaron los papeles. Y ella pasó a ocupar el centro del escenario: radiante bailarina de un mirar asombrado… ¡Qué espectáculo!
Los ojos crean sintonía. Disponen para la belleza del encuentro, y poco a poco abren los corazones. Al principio, amar es mirar de forma divertida; reír con la mirada.
Con el tiempo, la mirada jovial descubre nuevas formas de querer con los ojos. Es la mirada-alianza, que se mantiene fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad. Y es la mirada-hogar que se abre paso y busca, a través de los trastos de la casa y las trastadas de los niños, el contacto diario –la conexión profunda– con los ojos de la persona amada.
La inigualable salsa secreta
Pregunta del millón en el McDonald’s: “¿Qué le hará tan única? ¿Será el doble de carne, el queso fundido, la cebolla, el pepinillo, la lechuga, la salsa secreta? ¿O una combinación de todo esto?”… ¡Quebraderos de cabeza que te da un Big Mac!
Mmmm. Primero toma cuerpo la idea de la “combinación de todo esto”. O sea, uno sospecha que es la suma de cualidades lo que hace única a la persona amada. Pero luego avanza posiciones una segunda hipótesis: la de “la inigualable salsa secreta”. No hay combinación ni suma de ingredientes: hay un no sé qué muy bien qué está pasando aquí, pero eres tú quien lo provoca. Año tras año.
De modo que si pasan los días y al tiempo le da por publicar las obras reunidas de nuestros defectos inéditos (cualidades fugit), el no sé qué flamea balbuciendo. No porque sea perfecto –que nunca lo fue–, sino porque nos da la gana de que esta love story sea especial.
La Jeta Teoría del Amor
Hace poco leí una teoría muy rara sobre el amor. Su eslogan más redondo dice así: “¡Niégate a sufrir por amor!”. Guay si nos enseñan a sacudirnos las actitudes y los sentimientos destructivos: celos, suspicacias, manipulaciones afectivas… Lo que me huele a estafa es el tufillo-jeta del conjunto de la teoría Amar Sin Sufrir. O sea: Quédate con lo más chachi del amor. Pero si aprieta mucho… ¡pies!, ¿para qué os quiero?
A esta Jeta Teoría del Amor, se le puede poner como pega uno de los pedaleos más surrealistas de Woody Allen: “Amar es sufrir. Para evitar sufrir, no se debe amar. Pero luego, se sufre por no amar. Por lo tanto, amar es sufrir, no amar es sufrir, sufrir es sufrir. Ser feliz es amar, luego ser feliz es sufrir, pero sufrir le vuelve a uno infeliz; por lo tanto, para ser infeliz se tiene que amar, o amar para sufrir, o sufrir de demasiada felicidad, espero que lo entiendas”.
Pues no, Woody. No te entiendo. Pero creo que sé por dónde vas. La idea, nos guste o no, es que no hay bicho viviente sobre la tierra que se libre del sufrimiento. Por mucho que uno se doble y se doble en plan Neo Estate Quieto Ya en Matrix, siempre hay alguna bala que te alcanza. Y, puestos a llevarse disgustos, ¿qué otras razones hay para aguantar el tipo sino es por amor?
La llamada de la selva
Hay que estar muy mal para ponerse a ver, en pleno mes de agosto, El libro de la selva. Sípp. La de Walt Disney. Con su Mowgli y su Baloo y su Bagheera… Es lo que tiene agosto en Lovaina. Una ciudad que, en el peor de los casos, asocio al amor.
Mogwli no es Bruce Willis. Pero, selva o jungla, a veces el amor se pone un poco intenso. Demasiado. Si te descuidas, los coches saltan por los aires; las bicicletas cantan; y un helicóptero se derrapa medio túnel como el que se fuma un puro.
El libro de la selva y Jungla de cristal 4. ¡Menudas dos metáforas del amor! Pasiones salvajes, aventuras sorprendentes, emociones intensas… Que sí. Que todo esto suena de luxe. Pero a ver quién es el guapo o la guapa que aguanta el ritmo.
Lo bueno de las cervezas belgas es que permiten reposar las cosas. Pensar, pensar. Aunque sólo sea para no cometer errores de abulto, que diría Mota.
Loving in Lovaina… Serena-mente.
La trampa del subjetivismo
De Jack Bauer recuerdo sobre todo su cerebro salvaje. El protagonista de la serie 24 templaba sus nervios para resolver tres o cuatro crisis de seguridad nacional por capítulo. A cada zancadilla que le ponía el guionista, él correspondía con un salto de la inteligencia todavía más audaz. —“Tony, envía un equipo de agentes de la UAT a la azotea”. —“Chloe, descarga las imágenes del satélite en mi móvil”. Bauer, agente federal, analizaba situaciones y actuaba a machete. Con precisión, con sangre fría.
Dice Erich Fromm que adquirir la capacidad de ser objetivos supone la mitad del camino hacia el dominio del arte de amar. Esta capacidad nos permite ver a la gente y a los hechos tal como son. El polo opuesto de la objetividad es el narcisismo, que nos lleva a experimentar como real sólo lo que existe en nuestro interior. Y añade Fromm: “La facultad de pensar objetivamente es la razón; la actitud emocional que corresponde a la razón es la humildad”.
Ser objetivos en el amor significa utilizar la razón para discernir, para comprender mejor, para no inventar tragedias. Las cosas son como son: ese comentario objetivamente no era hiriente, aunque yo me empeñe en ver en él un dardo asesino. Mi subjetividad –lo sé, tengo experiencia de otras veces– crea fantasmas, figuraciones locas que además de asustar y levantar sospechas y barreras, agotan a cualquiera.
Claro que para mirar a la realidad de las cosas hace falta cultivar un fondo de humildad: hace falta deponer las armas del orgullo, rendirse, dejarse descentrar. “Te circunda demasiada consistencia. / Mira allí ese cenicero, el sol, / aquí tu carne. / (…) No te clausures en tus palabras. / Admite que la vibración de luz / vendrá de donde menos esperas o deseas” (Juan Bárbara).
La vida como sensación
La publicidad parece haber encontrado un filón en el mundo interior de los consumidores. El objetivo es sacudir las experiencias agradables que nos bailan por dentro. “Libera tus emociones” (Kleenex). “¿Buscas placer?” (Magnum). “Disfruta al máximo de las sensaciones” (BMW)… Y en el amor, ¿se puede vivir siempre en estado de shock emocional?
Edward Sri distingue entre dos tipos de relaciones amorosas: las inmaduras y las maduras. Glup. En las primeras, lo decisivo es la mirada hacia adentro: hay un análisis permanente de los propios sentimientos (¿cómo me siento?). En las relaciones maduras, en cambio, predomina la mirada hacia afuera: el punto de referencia es la felicidad de la persona amada (¿qué necesita?).
Para relación madura la de Celestino y Ángeles, juntos desde 1952. Lo contaba hace unos días ABC Familia. Durante muchos años, Ángeles ha vivido mirando hacia afuera. “Siempre pendiente de mí, de lo que yo necesitara”, explica Celestino. Ahora ella está enferma de alzheimer. ¿Y qué hace él? Coge sus bártulos y se muda con Ángeles a una residencia de enfermos de alzheimer. Para tenerla cerca, para cuidar de ella. Amor en acción. Aventura trepidante.
Love is in the air
Glorieta de Cuatro Caminos, Madrid. El elegante peatón de la camiseta negra podía haber cruzado la calle hace 7 segundos. Pero ha preferido apoyar a una madre que, en ese momento, estaba explicando a su hija pequeña lo del muñequito rojo del semáforo. Por aquello de que “educa la tribu entera”.
Varios metros más adelante, un hombre de barbas proféticas canta a Serrat. No pide dinero; sólo pregunta: “¿Me regalas una sonrisa?”. Y se te cae el alma a los pies. Y ya puedes tener dolor de muelas que, por pura simpatía, le acabas regalando la sonrisa o lo que sea.
La escena final tiene lugar en otro barrio. Es una reunión de veinteañeros. Están al lado de mi mesa. Allí cada cual aporta sus dosis de buen humor –a veces ‘pink’, a veces ‘dark’– para levantar el ánimo a otro del grupo al que acaban de dejar en estado de ‘brokenhearted’. Convierten el mal trago en un cóctel de frutas.
Amor de madre, amor cívico, amor solidario, amor de amistad… El amor, como el polen, lleva su cargamento por el aire. Da tono a la ciudad.
Manifiesto romántico
Ser romántico es desterrar del pensamiento la falta de ilusión, los planteamientos rígidos, el cansancio de lo “ya visto”… Descubrir en lugar de prejuzgar es una actitud típicamente romántica. “¿Quién dijo que el amor es ciego? Es el único que ve bien: descubre belleza donde nada ven otros. La mirada que ama es siempre una mirada sorprendida” (André Frossard).
La imaginación romántica no se improvisa: requiere tiempo y atención para conocer las necesidades del otro. El romántico pasa su vida pensando: le interesa descubrir qué desea, qué necesita en estos momentos la persona amada. El romántico conspira; prepara por dentro una gran historia de amor. “El silencio. Delicias del silencio. Los pensamientos han de nacer del alma, y las palabras, del silencio. Un silencio atento” (Joseph Joubert).
Una vez afinada el alma, el romántico se entrega a la tarea de sacudir la realidad. Utiliza sus descubrimientos para aportar emoción. Desea sorprender los deseos del otro con detalles de cariño y regalos poco convencionales. “Alegraos si habéis hecho algo extraño, extravagante y que rompe con la monotonía de la era de la decoración” (Oscar Wilde).
Matrimonios, al natural
Lauren Fleishman lleva tres años entrevistando y fotografiando a parejas con más de 50 años de matrimonio a sus espaldas. Se dice pronto. De ahí ha surgido la colección de retratos ‘Love Ever After’. Es una simbiosis de belleza y arrugas, de decadencia y dignidad.
Abunda el romanticismo sin miramientos. Un hombre de 83 años besa a su mujer, mientras le aplasta su prominente nariz. En una playa de Brooklyn, una mujer susurra unas palabras al oído de su marido. Al lado de la foto se lee: “¿Qué cual es el secreto del amor? Un secreto es un secreto… ¡y yo no revelo mis secretos!”.
Durante las entrevistas, Fleishman no pierde detalle. Espera el momento propicio. “Quizá es la manera en que el marido mira a su mujer. O el modo en que ella le coge. O en que uno se apoya sobre el hombro del otro… Este es el lenguaje que nos habla de 50 años de matrimonio. Este tipo de amor no se puede forzar ni fingir. Es una conexión, y los retratos se convierten en pruebas que lo revelan”.
Pasión y razón
Podríamos pensar, en un desvarío, que la pasión y la razón son dos vecinas que se llevan fatal. Que la primera, loca de remate, se dedica a chinchar todo el día con la música a cien a la segunda, tranquila y responsable. Entonces la razón, muy chamuscada, montaría un buen pollo en la siempre temible reunión de vecinos.
Pero esto es solo un cuento chino. Porque la pasión y la razón son, en realidad, dos hermanas veinteañeras que se llevan de lujo. Y sí, las dos están un poco locas. Y van a los conciertos juntas. Y cantan y bailan y ríen sobre disgustos compartidos. Y se quieren muchísimo… aunque a veces tengan sus discrepancias.
Hay un maniqueísmo que no funciona en el consejo “sigue tu corazón, no tu cabeza”. No funciona, al menos, a medio y largo plazo. ¿Qué significa seguir la voz del corazón? ¿Actuar de un modo impulsivo o construir –con paz y con paciencia– lo que realmente queremos? Porque amar, amar, lo que se dice amar, amamos con todo el ser. Y entonces ya hay que preguntar a dos fuerzas muy poderosas –pasión y razón, ¡dos hermanas veinteañeras!–, y no solo a los volubles sentimientos.
Princesa prometida a los 97 años
El New York Times, un diario muy serio y sofisticado, a veces te sorprende con historias de amor adolescente. Ada Bryant, la novia, tiene 97 años. Y Robert Haire, el novio, 86. Se conocieron en una urbanización para jubilados en Delaware (EE.UU.). Ella enviudó en 2001; él, en 2010. Y en el verano de 2011 empezaron a hacer planes juntos.
Y llegó la Navidad de 2012. Y él decidió declararse. Y escribió un soneto. Y lo dejó debajo de la puerta del apartamento de Ada. Porque tenía miedo, dice, de dárselo en persona. “No quería pasarme de tímido ni de atrevido. No quería fastidiar las cosas”. A la mañana siguiente, él se encontró una nota debajo de su puerta; era de Ada, que estaba encantada y feliz con el soneto.
Pero Ada aún tenía una pega: Robert solo tiene 86 años. “Hay mucha diferencia de edad entre nosotros. Y yo pensé que no tenía tanto tiempo por delante como él. Pero entonces me dijo: ‘razón de más’… Me gusta mucho. Le quiero. Así que nos vamos a casar”. Y mira si lo hicieron. Hace unos días: el 26 de enero. Que siga la celebración.
Réquiem por los ‘candados del amor’
Ya está. Se acabó. Después de varios meses de tira y afloja, el presidente regional del distrito de Roma ha logrado que se retiren los más de 5.000 ‘candados del amor’ colocados en el Puente Milvio. La idea de los candados procede de la novela ‘Tengo ganas de ti’ de Federico Moccia; en ella, los protagonistas escriben sus nombres en un candado y luego lanzan la llave al río, un gesto que simboliza su amor eterno.
Los candados tenían sus detractores. Porque amenazaban la estabilidad de los muros. Porque era feos. Porque eran infantiles y peligrosamente cursis. Algunos, en un ataque de lirismo, llegaron a referirse a ellos como los “putos candados”. Bueno, bien. Para gustos, los colores.
Lo que no me ha gustado de esta polémica es el tono ‘cool’ de los que se ríen de las promesas de amor eterno de los adolescentes. Que sí, que ya sabemos todos que a estos jóvenes amantes les falta la experiencia de la vida. Pero esos “para siempre” pronunciados en lo alto de un puente son una conspiración en toda regla: escaldaditos o no, lo cierto es que siempre habrá soñadores dispuestos a recordarnos nuestras aspiraciones a un amor verdadero.
Los enamorados han perdido la batalla en el Puente Milvio, pero se han hecho fuertes en los puentes de otras ciudades como Florencia, Milán, Nápoles, Venecia, Barcelona, Praga, Londres o Colonia. Todas ellas han seguido su ejemplo. Y no hay tenaza que corte esta epidemia. ¡Larga vida a los ‘candados del amor’!
San Valentín: amor, amistad íntima
¿Qué problema hay con el Día de San Valentín? Algunos alegan que el amor nada tiene que ver con la obligación de hacer regalos en la fecha que dicta la sociedad de consumo; que es mejor sorprender y dejarse sorprender un día cualquiera; que vale ya de tanta tontería capitalista. Y peor todavía si los anunciantes de turno insinúan que el ‘amor verdadero’ exige regalar el viaje, el reloj o el perfume que ellos anuncian.
Otra acusación más puñetera es la de quienes preguntan: ¿a qué viene este culto a los enamorados? ¿Desde cuándo las parejas felices y embobadas merecen un circo romano? Otros llevan la pregunta a sus últimas consecuencias y organizan quedadas para celebrar simple y llanamente el amor de amistad.
Los fans de San Valentín pueden aprender algo de los indignados con su fiesta: que el amor es una forma de amistad. El filósofo Gustave Thibon sostiene que, a diferencia de la atracción, el amor debe ser también amistad íntima entre la amada y el amado. De ahí que, además de sentirse mutuamente atraídos, haya que preguntarse: tú y yo, ¿somos amigos íntimos? ¿Vamos los dos hacia esa comunión profunda, poco a poco?
San Valentín, ¡tortolitos party!
En la Fiesta de los Enamorados, podemos preguntarnos qué es lo que hace a dos personas quererse como tortolitos. A nuestra ayuda acuden cuatro regalos clásicos de San Valentín: los libros, los perfumes, las flores y las cenas románticas. Hacemos un poco de corazón-ficción, e imaginamos qué puede haber detrás de cada uno de ellos. Que nos perdone Mr. Dólar si, en un día como hoy, la explicación no es muy ortodoxa.
Los libros representan las ideas que nutren el amor. Hace falta combatir la vorágine –las prisas, los horarios– con pensamientos que nos unan a las personas que amamos; rondar su presencia durante el día con la memoria y la imaginación.
Los perfumes y otros productos beauty sugieren que a esto del amor hay que echarle ganas. Que no vale la inercia. Que las sorpresas cuentan. Que las obras de arte aparecen de pronto en lo que hacemos juntos cada día.
Las flores son la ternura, el corazón abierto, las ganas de entregarse… Pero las ganas, ya se sabe, a veces se marchitan. Y entonces hay que regarlas con una buena cena romántica. Y vino tinto. Porque tinto es el color del sacrificio.
Ideas, arte, ternura, sacrificio… Ahí tenemos un lote de bienes invisibles para dar un toque especial a nuestra fiesta. ¡Feliz San Valentín!
Te quiero libre
Hace unos días, en una reunión de amigos, hablamos de canciones que han estado ligadas a momentos románticos de nuestras vidas. Allí salió de todo, como en la campaña de Tuenti Móvil: “Menos bla, bla, bla y más fotos de anoche”. Uno de los presentes recordó la historia de su primer poema de amor. Lo escribió después de un karaoke en que, por lo visto, el chaval de 13 años se encontraba bajo los efectos siempre peligrosos de unos ojos redondos y para colmo verdes. Parece ser que el momento Musa Total llegó en mitad de una sonrisa quinceañera. Al fondo, ‘un velero llamado libertad’…
La libertad del velero es la libertad sin vínculos, abierta –como el mar– a todas las orillas. Por todas se pasea, pero en ninguna recala. No vaya a ser que en uno de esos tiros leñeros de Cupido le alcance alguna flecha envenenada. “Los nudos, más bien flojos”, exclama el marinero. “Que luego puedan desatarse en cuanto sople el viento de la mala fortuna”.
Y luego está la libertad empeñada, la de las raíces que vinculan a otra persona. Esa que al entregarse nos hace únicos. Es lo que le ocurre al protagonista de la canción de Perales. Cansado de recorrer el mundo en su velero, regresa a tierra firme. Y allí descubre una voz y unos ojos que le eligen y a los que puede elegir. Lo dijo también a su manera Juan Ramón Jiménez: “Sí, cada vez más vivo / –más profundo y más alto–, / más enredadas las raíces / y más sueltas las alas! / ¡Libertad de lo bien arraigado! / ¡Seguridad del infinito vuelo!”.