Alvar Núñez Cabeza de Vaca es uno de los descubridores españoles más sorprendentes y excesivos. Su historia nada tiene que ver con las que protagonizaron conquistadores como Hernán Cortés o Francisco Pizarro porque la suya, más que una aventura militar fue una historia de supervivencia, llena de peripecias y de relatos inverosímiles. El propio apellido Cabeza de Vaca tiene su propia historia, que se remonta al año 1212. Los caballeros cruzados se encontraban en Despeñaperros, camino de las Navas de Tolosa cuando los exploradores españoles advirtieron que las tropas del califa almohade les esperaban al otro lado del desfiladero prestas para la batalla.
Cruzar por aquel paso natural implicaba que quizás la batalla comenzase antes de que los cristianos pudiesen formar filas y en esa tesitura serían presa fácil para los ejércitos caldeos. Fue entonces cuando un pastor, Martín Alhaja, les habló de un pequeño sendero, el Puerto del Rey, que no era más que un paso de cabras pero que les situaría a la espalda del califa, con tiempo suficiente para preparar el ataque e incluso sorprender a las tropas de Miramamolín. El pastor les dibujó un mapa sobre el cráneo de una vaca y Cabeza de Vaca sería su apellido desde entonces.
Alvar Núñez Cabeza de Vaca tomó el apellido de su madre, Teresa Cabeza de Vaca, quizás para ocultar el de su padre, Vera y Mendoza, pues el abuelo de Alvar fue aquel Pedro de Vera y Mendoza que rindió las Canarias después de varios años de dura lucha y sangrientas represiones, además de una traición: la que sufrió el legendario guerrero guanche Doramas a quien tuvo que hacer matar por la espalda. Esta enrevesada historia y seguramente alguna que otra envidia, llevaron a Alvar a escuchar crueles improperios hacia su abuelo durante su juventud y quizás por esto optó por emplear el apellido de su madre.
Cabeza de Vaca recibió una educación esmerada y al morir sus padres entró a servir a la casa de los duques de Medina Sidonia, en Sevilla, con quienes su tía tenía buena relación. En aquella ciudad donde se formaban gran parte de las expediciones que partían hacia las Indias, empezó a sentir Alvar el gusanillo de la aventura, latente durante años por las gestas militares de su familia. Sin embargo no sería hasta 1527, a los 35 años, cuando Alvar decide enrolarse y marchar a ultramar. Lo hace en la expedición de Pánfilo Narváez, que tenía como objetivo explorar las tierras de Florida y ocupa los cargos de tesorero y alguacil, dada su buena instrucción.
A Pánfilo Narváez lo conocemos por ser el hombre que, enviado por Diego de Velázquez, tenía que detener a Hernán Cortés por desobediencia cuando se disponía a conquistar el imperio azteca. Cortés, destinado a empresas mayores, desarmó a Narváez sin dificultad y lo mantuvo prisionero mientras concluía la conquista. Por lo visto, el ambicioso soldado había sido liberado y se preparaba para una nueva aventura, esta vez en las tierras descubiertas por Juan Ponce de León casi quince años atrás.
Tras una penosa travesía, la expedición de Pánfilo Narváez y Cabeza de Vaca logró desembarcar en la bahía de Tampa en medio de un fabuloso temporal, pero al adentrarse en aquellas tierras desconocidas empezarán a sufrir toda clase de calamidades. Los indios les hostigan, las fiebres les diezman, el terreno es pantanoso y malsano. Pronto terminarán los víveres y empezarán a comerse los caballos. Al cabo de unas semanas, perdidos y hambrientos, los supervivientes deciden construir lanchas y salir de allí por mar, ya que se sienten incapaces de encontrar los barcos fondeados.
La construcción de aquellos barcos en mitad de la jungla sin más herramientas que sus armas y corazas es quizás una de las grandes hazañas del descubrimiento, aunque su relato no resulte tan estimulante como otros episodios de la conquista. Mes y medio tardaron en construir los cinco botes, fundiendo el acero para fabricar los tornillos, empleando las crines de los caballos como cuerdas y las camisas como velas, logrando por fin echarse a la mar embarcando 25 hombres en cada patera.
Un mes y medio y más de 600 kilómetros recorrerían los valientes exploradores en paralelo a la costa hasta que una tarde de noviembre divisaron el delta del Mississippi. Lejos de salvarles aquel río sería su perdición, pues su desembocadura era una zona de rápidos y traicioneras corrientes que pusieron a prueba los precarios botes. Dos salieron hacia alta mar y nada más se supo de ellos, otros dos volcaron y el quinto encalló de forma violenta en la orilla de una isla que hoy pertenece al estado de Louisiana y que tiene por nombre Malhado. En aquella quinta embarcación iba Cabeza de Vaca.
Cuando recuperan el aliento los 25 supervivientes se encuentran desnudos – en el mes de noviembre – y desarmados y tan indefensos y desdichados que un grupo de indios que allí los encontró empezó a llorar con ellos de pura empatía. Lloraron “recio y de verdad” durante media hora, tal y como el propio Alvar cuenta en su libro de memorias ‘Naufragios’ y tras ello, acompañaron a los desconocidos a su campamento y allí los acogieron por un tiempo, primero como huéspedes y después como esclavos.
Pasado el período de recuperación, los españoles fueron sometidos a las empresas más penosas en un terreno hostil que no por familiar, lo era menos para los indios. Así, la búsqueda de comida era una odisea diaria que los españoles tuvieron que acometer sin más recompensa que su propia y escasa ración. El trato de los indios debía tener una extraña mezcla de brutalidad y compasión porque Alvar Núñez habla de ellos con tanto desprecio como admiración, según el pasaje. No obstante, la huida se convierte en una necesidad y un buen día, Cabeza de Vaca pone rumbo al continente.
Con su experiencia en la búsqueda de alimentos y su viva inteligencia, el flaco conquistador logra hacerse útil como negociador y mercader, proveyendo aquellos servicios y alimentos que por sus quehaceres bélicos, las tribus no tenían tiempo de atender. En realidad no hacía otra cosa diferente a la que le obligaban en Malhado, pero esta vez contaba con autonomía y cobraba por sus servicios, si es que a la búsqueda de techo y alimento podía llamársele negocio.
Durante seis años, Cabeza de Vaca se convirtió en el primer buhonero de aquellas tierras, capaz de caminar decenas de kilómetros sobre sus pies encallecidos y de tratar con las tribus más diversas, hasta que un encuentro casual con otros tres supervivientes le mueve a buscar tierras más cristianas. Los supervivientes son Alonso del Castillo, Andrés Dorantes y el esclavo Estebanico y junto a ellos Alvar Núñez Cabeza de Vaca iniciará una odisea que le llevará a recorrer más de once mil kilómetros de costa a costa de aquel desconocido continente.
Magos y curanderos
Una tarde, un indio se lamentó ante Castillo de un gran dolor de cabeza y al tratar este de consolarlo y hacerle la señal de la cruz con ánimo de bendecirle, al indígena se le pasó el dolor y el gesto tomó fama de milagroso. Alvar Núñez, que sabía reconocer una ventaja cuando se le ponía delante llevó aquella reputación hasta el paroxismo atreviéndose a operar a corazón abierto e incluso a resucitar a un muerto, aunque si nos fiamos de la crónica del descubridor bien pudo tratarse de un caso de catalepsia.
Cabeza de Vaca y sus amigos se convirtieron así en cuatro osados taumaturgos capaces de sanar a las masas con unos pocos gestos y tan creíble resultaba la pantomima que pronto tuvieron cerca de 4.000 acólitos siguiéndoles allí donde fuesen. El grupo se hizo tan nutrido que tuvieron que inventar algún símbolo sagrado para acaparar su atención y no tuvieron mejor idea que escoger dos calabazas que un chaman afrentado les regalaría al pensar que aquella magia desconocida era más poderosa que la suya. En torno a la calabaza, Cabeza de Vaca y sus amigos iniciaban cada liturgia de sanación ante la sorpresa crédula de su creciente número de acólitos.
Y así, semidesnudos, mestizos y barbudos y rodeados de varios centenares de indios, les encontrarían las tropas realistas frente a las costas mexicanas del Pacífico. Alvar Núñez habla por entonces seis lenguas y no se distingue en apariencia de ninguno de aquellos nativos. Durante muchos días no logra ponerse los zapatos ni tampoco dormir sobre un colchón, no en vano su aventura ha durado ocho años de pura supervivencia y le ha llevado de un lado a otro del continente.
En Nuevo México reciben todos los honores del gobernador, el marqués del Valle de Oxaca, que no es otro que Hernán Cortés y tras un período de descanso, la compañía se separa. Alonso y Dorantes se quedarán en México, mientras que Estebanico, libre de ataduras, se enrolará en una nueva expedición y morirá poco tiempo después. En cuanto a Cabeza de Vaca, la historia aún le deparará nuevas aventuras. Partirá como adelantado del Río de la Plata para socorrer al primer adelantado de la región, don Pedro de Mendoza, y durante su gobierno – justo, según dicen – descubriría las cataratas de Iguazú. Sin embargo, ciertos conflictos con los colonos le llevarían de vuelta a España, donde sería sometido a un juicio y cumpliría incluso una pena de prisión en Orán.
Su pista se pierde aquí, pero su legado estará siempre presente gracias a su obra ‘Naufragios’, que además de ser un testimonio insustituible cuenta también con un notable valor literario.