Teresa Martínez no es Talana Bradley, pero sabe muy bien cuáles son las recetas del éxito. La directora del colegio femenino La Vall (Barcelona), puede tener puntos en común con la ahora directora más famosa de Nueva York. Teresa sabe bien la “diferencia en el proceso de madurez y en el estilo de aprendizaje”.
A nivel intelectual, “una mujer se motiva trabajando en equipo, compartiendo y cooperando, mientras que ellos lo hacen compitiendo entre sí”. Puede que sea una de las claves del éxito de Bradley, el ambiente escolar, aunque de nada serviría sin el esfuerzo.
El instituto femenino de Brooklyn y el colegio La Vall son dos instituciones social y económicamente diferentes. Mientras en el primero las alumnas proceden de barrios pobres, en el segundo son de clase media. Aún y así, la opinión de las alumnas sobre las ventajas de un colegio femenino son las mismas en ambos casos: «me siento en libertad», «no estoy pendiente de la presión social» o «en clase pregunto libremente», explica Martínez. Ambas escuelas coiniciden también en el proyecto de liderazgo, basado en una mirada personalizada sobre la alumna y en la implicación de la familia.
Para aprender en el campo de las tecnologías, por ejemplo, señala Martínez, “el cerebro de los hombres trabaja cómodamente en abstracto” mientras que ellas “comprenden mejor la robótica, si encuentran una aplicación social o una salida al tema que están estudiando”, afirma la experta.
Respecto a la conducta en el aula, los chicos son más activos e inquietos y por tanto, algo más indisciplinados, “su cultura es menos académica”. De hecho, el líder no suele ser el que saca mejores notas sino el que es mejor deportista. Las mujeres, en cambio, “están más dirigidas al estudio, por eso la líder suele ser la mejor de clase en notas”. Además, niños y niñas no perciben la enseñanza de la lectura y matemáticas de la misma manera.
El tramo de la edad donde se ven las grandes diferencias es “con el inicio del cambio físico en la pubertad”, entre 5º y 6º de la ESO (entre 11 y 12 años), detalla Martínez. La mujer madura de forma diferente a ellos. La diferencia de madurez entre un chico y una chica de 12 años “es enorme y tienen por tanto, intereses y ritmos muy distintos”.
Por ello, la mujer puede enseñar mejor a las alumnas “con estrategias didácticas más adecuadas a sus intereses”, afirma Teresa. Explica que un equipo de 6 alumnas del colegio ganó un trabajo de robótica entre todas las escuelas porque “la profesora adecuó la estrategia de enseñanza a la forma de aprender de ellas”.
Diferenciada no significa segregada
Hasta los años 70, “a los chicos se les enseñaba a gobernar el mundo y a las mujeres su casa”, explica la experta. Al hombre se le preparaba para entrar en la sociedad y dirigir el mundo y a la mujer se la reducía al ámbito privado. Por tanto, “los curriculums de ellos y ellas eran muy distintos”, añade.
Cuando en España llega la democracia “damos un paso adelante en la educación y los mezclamos en clase para asegurarles que recibirán lo mismo y tendrán las mismas oportunidades. “El problema es cuando esto pasa a ser dogma” y se cree que la única vía para la igualdad es la co-educación. “No es lo mismo estar juntos que co-educar, porque las diferencias entre ambos sexos sigue existiendo”.
Afirma la directora que la educación diferenciada “no es la segregada de la época de la dictadura”. El objetivo es atender a la alumna con sus diferencias propias para “obtener mejores resultados académicos y de rendimiento personal”. “La igualdad no es compartir un aula con chicos sino que la mujer tenga la misma seguridad que un hombre para hacer una ingeniería y esté igual de preparada”.
En España hay una falta de apoyo a la educación diferenciada “porque tenemos aún prejuicios del pasado, mientras que en Estados Unidos o en Europa no existen”, aclara Teresa. Así lo entendió Hillary Clinton cuando pasó la escuela diferenciada al sistema público, para que los padres pudieran escoger “con las mismas oportunidades” que lo hacen los que eligen la co-educación