El 24 de octubre de 1929 tuvo lugar el crack de la bolsa de Nueva York. Aquel día, que pasó a la historia como el jueves negro, se desencadenaría la Gran Depresión y tocaría despedirse definitivamente de “los felices años 20”. Aquella prosperidad económica infinita de la que los Estados Unidos creía gozar se derrumbaba y daba paso a una recesión económica sin precedentes que no tardaría en contagiar a sus vecinos del otro lado del Atlántico.
Los antecedentes de aquel desplome bursátil se encuentran en el panorama de la Primera Guerra Mundial donde Estados Unidos había salido fuertemente beneficiado. La exportación de distintos productos hacia los países europeos, como ingentes cantidades de armamento, proporcionaron a EEUU un periodo de rápido crecimiento económico. Eran tiempos felices para la rica y opulenta sociedad estadounidense que se vio incitada, sin quererlo, a participar en la burbuja especulativa.
Con Wall Street como el centro de la economía mundial, y en un clima de confianza sin miramientos, gran parte de la población estadounidense se lanzó a la compra de acciones. Incluso aquellos que carecían de dinero para participar en el juego bursátil pudieron hacerlo alentados por la fácil obtención de crédito en los bancos. Dejó de existir relación entre el valor de la acción y el estado de la empresa, ya que la demanda de acciones era tan grande que el valor de la acción no hacía más que crecer.
En 1928 comenzaron a saltar las alarmas de una economía en peligro, si bien la fiebre por la bolsa hizo que muy pocos prestaran atención a las señales. Los ingresos de la población no les permitían seguir aumentado el consumo, por lo que los almacenes comenzaron a acumular productos en stock y ante la falta de venta las fábricas empezaron a despedir a sus trabajadores. Aunque, ajena a esta realidad, la bolsa continuó creciendo.
Así, el 24 de octubre de hace ya 87 años, las acciones de la Bolsa de Nueva York comenzaron a caer lentamente. Los pequeños y grandes inversores cundieron en pánico ante los primeros indicios de debilidad en el mercado y decidieron vender, lo que generó, a su vez, un mayor desplome en el valor de las acciones. Millones de títulos que cotizaban a la baja no encontraban comprador. Se llegaron a ofrecer paquetes de acciones a un tercio de su valor.
La policía se vio obligada a desalojar la Bolsa ante los alborotos que tenían lugar en sus inmediaciones. Especialmente afectados estaban los pequeños inversores que habían comprado títulos con créditos bancarios a los que ya no podrían hacer frente. Gran parte de la población afectada por el desplome bursátil trató de retirar el dinero de sus cuentas bancarias provocando, mediante un efecto dominó, la quiebra de hasta 600 bancos que no pudieron afrontar la retirada masiva de capitales.
Miles de familias quedaron sumidas en la más absoluta ruina, ya que habían invertido sus ahorros, contraído créditos e hipotecado sus casas con la finalidad de adquirir unas acciones que habían perdido casi todo su valor. Por su parte, grandes inversores se precipitaron desde los rascacielos incapaces de asumir la pérdida de sus fortunas.
Y al jueves negro le sucedió el devastador martes negro, donde después de dos pequeñas recuperaciones el viernes y el lunes, la burbuja especulativa estallaba definitivamente y arrastraba tras de sí a inversores, bancos y empresas provocando una quiebra generalizada.
Consecuencia del peso de la economía estadounidense en el resto del mundo, el conjunto del globo sufrió una crisis similar: desplome de las cotizaciones de Bolsa, descenso de los precios, hundimiento de las producciones y aumento del paro.